Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Antoni Gutiérrez-Rubí
Las
últimas elecciones norteamericanas (del 2014) han devuelto el Senado a los
republicanos y aumentado su diferencia en la Cámara de Representantes. Los conservadores
vuelven, después de ocho años, a controlar ambas Cámaras del Congreso y lo poco
que pudo hacer Barack Obama en sus mandatos —por incapacidad propia y/o por
impedimentos de la oposición y del sistema norteamericano— parece correr ahora
serio peligro. El líder republicano John Boehner ya se encargó de advertir que
el nuevo Congreso trabajará, entre otras cosas, para derogar
algunos artículos claves de la reforma sanitaria, la medida estrella de la
Administración Obama. Y eso que el Tea Party, el movimiento ultraconservador
que nació hace apenas cinco años y que, por un tiempo, supo cómo liderar el
desencanto con el Presidente, no logró vencer en casi ninguna elección
primaria. Pero influyó en casi todas. Esta es una primera lección: las bases
radicales (activas, coordinadas, “conectadas en red”), influyen sobre los
dirigentes moderados que temen perder su posición y representatividad, concediendo
(cediendo, hablemos claro) muchas posiciones a los radicales en sus discursos y
prácticas
…
Mientras
en Estados Unidos surgía el Tea Party, en Latinoamérica, las bases radicales
han optado por otras opciones que van desde los golpes blandos o quirúrgicos,
al acoso sistemático (económico, mediático, político, con fuertes conexiones
internacionales) a los gobiernos legítimos con el ánimo de crear una situación
de ingobernabilidad que haga colapsar estos liderazgos políticos. A inicios del
año 2009, en Bolivia se desbarataba un intento de magnicidio; y, poco más
tarde, un golpe de estado en Honduras terminaba con el gobierno democrático de
José Manuel Zelaya. Comenzaba lo que algunos analistas definieron luego como «neogolpismo»,
una nueva modalidad de irrupción ilegítima que tiene las siguientes
características: bajo nivel de violencia explícita, carácter «institucional»,
promoción de un desgaste gradual y ausencia de una ideología unificadora. A los
casos antes mencionados, se le sumaron luego la intentona de golpe de estado a
Correa en 2010 y el derrocamiento a Fernando Lugo en Paraguay en 2012.
Este neogolpismo
blando pretende crear un estado de ánimo y de situación que hace inevitable
un cambio no democrático para garantizar, supuestamente, la propia democracia.
Este neogolpismo estuvo y está capitaneado por una derecha que dista de la
derecha clásica latinoamericana. La editorial de noviembre de la edición del Cono
Sur de Le Monde diplomatique titulada La
Nueva Derecha en América Latina acierta al describirla como «democrática,
posneoliberal e incluso […] dispuesta a exhibir una novedosa cara social».
En
sus inicios, algunos de estos líderes de la nueva derecha fueron verdaderos outsiders,
llegando a la política desde otros ámbitos (en especial de las oligarquías
empresariales) y con poca o nula experiencia en ella. Y otros, en cambio,
fueron verdaderos insiders que vivieron de la política desde niños
(algunos hasta crecieron en los palacios de Gobierno, y que creen que ahora el
destino les otorga una oportunidad con la única legitimidad de una concepción
dinástica de la política). Hoy, todos por igual sostienen un discurso
antipolítico, un discurso que está vaciado de ideología y de contenidos.
Liderazgos calculados y diseñados al detalle, muy bien trabajados en la
telegenia y las técnicas del marketing político, con fuerte y profesionalizada
presencia en redes sociales e intenso videoactivismo político. Discursos
juveniles, frescos, cercanos, conciliadores; y estilos personalistas y
mediáticos que encubren una falsa apariencia de ciudadano común.
Su
acción política es, esencialmente, pragmática. Tanto que hasta parece responder
a la conocida proclama de Groucho Marx: «Estos son mis principios… Si no le
gustan, tengo otros». Este pragmatismo in extremis explica la «cara
social» de la que hablaba José Natanson en la editorial de Le Monde
diplomatique. Pero no se trata de una cara social genuina… sino más bien de una
careta, una máscara.
Hace
poco más de un año, el diario argentino Miradas al Sur identificaba una
estrategia común en muchos de los nuevos líderes de la derecha latinoamericana:
la caprilización. Esta
estrategia, que emula la diseñada por Fernando Henrique Capriles para las
elecciones presidenciales venezolanas de 2013, fue definida por el co-editor
del blog Artepolítica, Mariano
Fraschini, como la «estrategia
política que descansa en una posición discursiva y política que rescata
elementos positivos del gobierno y se erige como la superación del mismo a
partir de ser la solución, más que la oposición».
La
nueva derecha latinoamericana, en general, no habla de cambio… prefiere
hablar de renovación, de superación. Promete conservar y, en
ocasiones, profundizar en los logros y en muchas de las medidas de sus
contrincantes. Esto no quiere decir que la vertiente latinoamericana de la
nueva derecha tenga una dosis de progresismo o que sea más sensible que las
bases radicales norteamericanas, sino que los logros alcanzados en
Latinoamérica son, de alguna manera, indiscutibles, inexpugnables. Esta
estrategia tiende, en algunos casos, a introducir elementos de continuismo
táctico, pero es una apariencia que esconde su verdadera naturaleza: que es la
alteración radical de los postulados políticos existentes, que difícilmente se
pueden derrotar en las urnas, pero sí en la mezcla explosiva de hostilidad
política que combina redes, medios, calles y “círculos de poder económico
globales”.
En este
sentido, la verdadera continuidad y profundización de estas políticas no puede
estar garantizada por quienes son herederos (algunos en sentido literal) de una
era que se caracterizó por la desidia, la dependencia, la liberalización
económico-financiera, la precarización laboral y, fundamentalmente, por la
desigualdad social. La nueva derecha latinoamericana quiere seducir, se
moderniza. Y no dudará en camuflar o esconder su verdadero rostro. Por eso,
para la vieja izquierda, la nueva derecha es un problema. Serio. Si se quiere
combatir la modernidad táctica y técnica de la nueva derecha latinoamericana
van a hacer falta más que consignas, proclamas o puños alzados. Mejor será
alzar las neuronas. Las únicas que pueden ganar (o perder) frente a estos nuevos
fenómenos políticos.
y Twitter @escuelanfp
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