Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
EL QUE CREE QUE ES RICO
Y EL QUE CREE QUE ES POBRE
Por Katherine Fernández
Asociación Inti Illimani
Energía solar para la alimentación
En Bolivia las luchas que hace 12 años parecían conducir a una
transformación estructural y llenaban una sola agenda donde todos los sectores
registraban sus propósitos explícitos o abstractos, hoy dividen a los
luchadores. Nadie negará que esa agenda boliviana se fue volviendo internacional
y hubo más de una organización social o persona de otros países que también
escribió sus propias esperanzas o fijó sus expectativas cuando el panorama
global es de profundas crisis de liderazgos, ideas y paradigmas.
Acabamos de salir de un Río + 20 infértil que solamente consolidó nuevos
productos para el mercado como los servicios ambientales de la naturaleza,
comprendiendo una vez más que ella está al servicio de la economía capitalista
y los gobiernos de los países pobres reafirmaron al mismo tiempo tanto su
título de pobreza como su condición de propietarios de gigantes porciones de
esa naturaleza servicial, de la cual ni siquiera controlan los precios en un
mercado libreofertero, sino que dejan que se los impongan desde la demanda
primermundista y seguramente continuarán haciendo el nuevo negocio con las
viejas deudas públicas, es decir, sin recibir nada a cambio.
La versión No. 20 de las discusiones sobre desarrollo sostenible de las
Naciones Unidas, recibió a una Bolivia apagada y sin la revolución prometida.
El documento final fue firmado por consenso y a ningún gobierno le preocupará
si entiende o no los conceptos de soberanía alimentaria, prohibición de la
venta de bonos del carbono o transferencia de tecnología[1], porque estas cosas las decide el
empresariado transnacional, del cual los gobiernos más poderosos apenas llegan
a simples accionistas.
Por su parte la división del mundo hace tiempo dejó de ser izquierda y
derecha (términos que han pasado a ser piezas políticomercantiles nada más)
para convertirse en urbana y rural o también empresario e indígena o poseedor
del capital y poseedor de la naturaleza[2].
En cualquiera de los casos los gobiernos resultan ser simples intermediarios
desprovistos de política propia, improvisando y adaptando mecanismos que anoten
puntos a su favor para calificar a veces ante la sociedad y siempre ante el
primer mundo.
En este contexto la pobreza como tal solamente es un paquete de
elementos que se van convirtiendo en bonos comercializables en una economía ficticia
cuya ganancia son las cuotas de poder que después se juegan más allá en las
guerras.
Así un país no puede ser pobre cuando posee tierra, agua, selva, fósiles
y minerales; sin embargo todos estamos convencidos de que lo es. El Presidente
Evo Morales tuvo muchos momentos de lucidez cuando discursaba reclamando
compensación para los países del tercer mundo porque son los que poseen vida
para el planeta y sufren saqueo permanente por los distintos tipos de
colonización. Sin embargo él mismo continúa aplicando en el país formas de
colonización que solamente pueden ser comprendidas como fruto de fuertes
presiones económicas que tienen como base la intervención en zonas estratégicas
con carreteras para hacer posible la minería, la perforación petrolera, la
hidroelectricidad o el control de la biodiversidad.
Mientras tanto en la ciudad de La Paz[3], los citadinos que no sabemos nada de
relacionarnos con la tierra o el árbol y seguimos creyendo que solo el
desarrollo de libre mercado nos hará felices, nos ahogamos en falsos debates
sobre si debe hacerse una carretera o no por el Territorio Indígena y Parque
Nacional Isiboro Sécure – TIPNIS, cuando en realidad es un tiempo perdido que
deberíamos estar utilizando para entender por qué el gobierno insiste en construir
una carretera en el corazón de Bolivia que es el corazón del continente y cuya
existencia perjudica la expansión económica del Brasil mediante sus
exportaciones, importaciones y otras relaciones con el Asia.
En este falso debate estamos ejecutando obedientemente el papel de
ejército defensor del capitalismo que nos ha despojado de nuestra condición de
personas para convertirnos en consumidores o clientes más firmes que
soldaditos. Por su parte los indígenas del TIPNIS intentan hacernos entender
con su lenguaje de caminar por meses subiendo desde los 200 hasta los 3800
metros sobre el nivel del mar y llegar a ocupar la ciudad con un campamento de
familias en plena puerta de la Vicepresidencia y el Banco Central, que si
destruimos su espacio de vida con una carretera[4], destruimos también nuestra vida,
porque ellos ya lo han experimentado y ahora quieren remediarlo porque están a
tiempo todavía.
Por su parte el gobierno también ha conformado su propio ejército cuyos
integrantes son campesinos originarios y migrantes, unos defienden al gobierno
porque lleva su sangre en la silla presidencial por primera vez y otros lo
hacen porque asumen que les garantiza la ampliación de sus cultivos de coca en
la selva del TIPNIS, una actividad que les conviene a tal punto económicamente,
que hasta ahora ningún programa agropecuario alternativo gubernamental en los
últimos 30 años (financiado por Estados Unidos o Europa), ha logrado
sustituir.
Este ejército ha demostrado estar dispuesto a salir a las calles a
pelear por el gobierno, enfrentándose a la misma población que antes lo apoyaba
y también a las familias indígenas tipnisianas. Pero hasta ahora no han
comprendido que la verdadera batalla es contra intereses privados de
transnacionales que los aplastarán si así lo deciden por más que defiendan a
poncho y chicote la consigna de carretera desarrollera por el medio del TIPNIS.
Así la división interna en Bolivia está entre campesinos versus indígenas y
también citadinos que apoyan a los marchistas del TIPNIS y los que apoyan la
construcción de la carretera.
Este mapa social de contradicciones e intercambios de frentes de batalla
ya tiene a sus ganadores que son los indígenas del TIPNIS, porque Brasil ha
suspendido el financiamiento para construir la carretera hasta que el gobierno
boliviano haga cumplir la ley a través de una consulta, como lo indica el
convenio 169 de la OIT. Pero el gobierno no desea declararse perdedor si bien
es claro que ha perdido en la evaluación final en todas las movilizaciones
sociales que se le han enfrentado. Al final el mensaje central de la marcha de
los indígenas del TIPNIS resulta siendo quién es pobre aquí, el que se
rinde al mejor postor transnacional o el que consolida su calidad de
propietario de un territorio para vivir como decida.
Así, mientras las Naciones Unidas remercantilizan el planeta con un
desarrollo sostenible inmaterial, débiles pueblos indígenas están delimitando
poderes en las zonas de recursos estratégicos con la bandera de la vida que,
aunque para muchos sea un pobre símbolo discursivo, está derrotando de manera
clara, objetiva y sin armas de fuego, construyendo un nuevo poder que surge
desde esa supuesta pobreza.
Muchos intentan explicar lo que está pasando con fragmentos de
revoluciones pasadas, pero lo cierto es que una buena parte de la historia está
estrenando escribientes y también páginas.
La Paz – Bolivia, junio de 2012
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