Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Elizabeth Peredo Beltrán
El mundo se vuelve a inundar de tristeza. Los atentados del terrorismo yihadista en París han cobrado la vida de casi 130 personas -la mayoría de ellos jóvenes-, apenas unas horas antes, Beirut perdía 40 vidas por una bomba activada en el mismo centro de la ciudad y un día después Nigeria lamentaba al menos 30 muertos por otro atentado.
Esta situación crítica y salvajemente inhumana se da pocos días antes de la realización de las negociaciones del clima de las NNUU y de las jornadas que miles de redes de activistas han preparado para debatir la emergencia del cambio climático y protestar por el control corporativo y la inconsecuencia de los países desarrollados y contaminadores. Es una paradoja en la que el clima y la paz mundial, una vez más juntas, se debaten en escenarios de violencia, hipocresía, miedo y urgencias.
Así como la humanidad enfrenta uno de los más críticos desafíos para construir la paz superando injusticias, el miedo y los odios de lo que aparenta ser ya el estallido de una guerra internacional -diferente, sin Estados, pero con la brutal realidad del terrorismo y el intervencionismo militar de imperialismos que disputan un control geopolítico-, lo debe hacer de igual modo para detener la depredación y la carrera sostenida de la misma humanidad hacia el abismo.
El fondo de ambos problemas, aparentemente distantes uno del otro, es el mismo: el largo y persistente colonialismo, la violencia de un mundo post 11/9, inundado de miedo e intolerancias y, en su base, los negocios y el comercio de petróleo que, en este caso, sostiene un terrorismo fanático que ha sido en su momento socapado por los gobiernos occidentales que han azuzado guerras intestinas fomentadas tras bambalinas. Asistimos a la privatización de la vida y a la privatización de la paz.
La situación de Siria y Medio Oriente, en su complejidad, es en parte producto de la intervención solapada de Occidente, tal como ha reconocido la candidata demócrata Hillary Clinton en su campaña, al haber armado a los grupos rebeldes, y que delata cómo se están llevando las cosas desde estos países.
Si bien esto ha sido interpretado por los de la línea intervencionista como una lucha contra el terrorismo, las consecuencias de estas acciones repercuten ahora en una destrucción dramática del tejido social y democrático en los países árabes y también en Occidente, al tiempo que se generaliza el miedo, la incertidumbre y un peligroso antisemitismo que se potencia en el odio, el racismo y una intolerancia que puede fracturar sociedades enteras, con la agravación de la situación de los refugiados sirios hacia Europa -que, por cierto, es ya un ejemplo anticipado del desplazamiento humano por motivos de violencia y falta de agua, de condiciones para una agricultura saludable y medios de vida adecuados-.
La brutalidad del ataque yihadista en París ha dado otro escenario a las negociaciones de la COP21 y a la participación de la sociedad civil en este espacio, y ha traído de nuevo los temas de la militarización y cambio climático, que están vinculados en particular por el tema de los presupuestos militares, pero también porque hay una tendencia ya a abordar la crisis climática y de los recursos desde la militarización y el control fronterizo.
En la Cumbre de Tiquipaya de 2010 organizamos una sesión sobre este tema para denunciar el enorme presupuesto que se destina a las guerras en lugar de invertirlo en el clima, la enorme contaminación ambiental que implica la industria armamentista con el traslado interoceánico de regimientos y armas, y sobre todo, el paradigma de gobierno mundial y control de territorios violentos y colonialistas que está detrás.
De hecho, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas ha considerado incluir el tema de cambio climático y la CIA ya lo tiene incluido y colocado bajo la sombrilla de la seguridad nacional. El tema cobra cada vez más importancia ante los todavía insuficientes 100 mil millones que se han acordado reunir para el fondo del clima, mientras que los presupuestos militares para la defensa y el intervencionismo suman y se multiplican globalmente desde el 9/11.
Según datos del Banco Mundial, Estados Unidos, por ejemplo, destina más del 3,5% de su Producto Interno Bruto a la defensa y el 16% de su presupuesto gubernamental para gastos militares. Rusia, por su parte, destina el 4% de su PIB y el 16% de sus gastos reservados. Israel, el 5,2% y el 14,7%, respectivamente. Los gastos reservados son no transparentes y se usan acorde a la ideología de los gobiernos de turno. Y ello conlleva un tema democrático y de obstáculos para la construcción de una paz sostenible que son de fondo.
La situación está conduciendo globalmente a una mentalidad de lograr la paz asociada a la seguridad militar, el autoritarismo y la exclusión, y a las restricciones para la libertad de asociación y expresión como bases de la convivencia humana. No se puede aceptar que la doctrina de la militarización se consolide como modelo de gobernabilidad (imperialista o antiimperialista) en lugar de que se destinen más recursos y esfuerzos para el bienestar, la justicia, el cuidado, el pago de las deudas históricas de la colonización, para procesos de paz y reconciliación y, por supuesto, para el clima.
El mundo entero está desafiado a poner los mayores esfuerzos para crear las bases de una relación pacifista, empática, compasiva, inclusiva, que sea capaz de solidarizarse con el sufrimiento y rebelarse con humanidad y determinación creativa ante la injusticia y la brutal amenaza terrorista, para encontrar soluciones a los problemas que los poderosos están creando.
Estas guerras no son nuestras, dice la gente, la destrucción no es el mundo que queremos. La venganza no engrandece. El dominio y el poder crea seres miserables. El terrorismo es la peor expresión de inhumanidad y deterioro espiritual.
Los ataques en Beirut, Nigeria y París han sacado afuera la indignación y la necesidad de la gente de resistir a la violencia, y las calles de París se han inundado de miradas que han dicho: Sus guerras, nuestros muertos. Basta de barbarie. Queremos Paz.
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