Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Gabriela
Ichaso Elcuaz
En
general, las diferencias entre discursos políticos oficialistas y opositores
desaparecen cuando se hurga la profundidad con la que son levantados, unos
contra otros, sin arañar un vestigio de respuesta práctica, un argumento
consistente, un concepto filosófico o, al menos, concreto.
Estamos
inmersos en un bombardeo permanente de posturas electoralistas, donde el que
insulta más de lo que dice el otro genera la expectativa de cuál será el tiro
de gracia que vendrá del otro lado, y así, los temas y los motivos cambian de
cancha como pelota de ping pong o de tenis, sin que se avizore una voz, alguna
voz, que con autoridad y a riesgo de ser desoída, pero con el deber de llamar a
un alto, ilumine y despeje el campo de las ideas para entablar una discusión
amplia, abierta y permanente sobre lo que nos pasa todos los días.
Ante
la ocurrencia del Ministerio de la Suprema Felicidad que el Gobierno venezolano
ha establecido y las mofas correspondientes, el camino de la felicidad o, para
el caso que es motivo de mi diaria ocupación, la calidad de vida que buscamos
construyendo la propia, en colaboración con nuestro entorno, no ve horizontes
esclarecedores en el panorama político nacional, regional ni de las grandes
ciudades bolivianas.
Desde
hace décadas se ha instalado “la lucha contra la pobreza” en diversos programas
públicos y privados con diferentes denominaciones y dispares resultados. Sin
embargo, la generación de riquezas, muchas estrafalarias, insultantes y
alienantes, no parece ser asunto de unos ni de otros.
Las
inversiones privadas inmobiliarias, de orígenes lícitos y también desconocidos,
están destruyendo la calidad de vida de nuestros barrios, la configuración
urbana de nuestras ciudades, de los paisajes, ya lo vemos todos:
edificaciones de múltiples pisos, conjuntos habitacionales embardados por murallas
de varias cuadras de distancia y metros de altura, devastaciones de geografía
natural del suelo, etc. Un modo de construir que va más allá de la publicidad
del “nuevo modo de vida”, y que afecta, sin que a nadie parezca preocuparle, la
suficiencia de los recursos energéticos (agua, energía eléctrica), de los
servicios públicos (desagües, estacionamiento, tráfico vehicular y peatonal,
residuos urbanos), de la seguridad de las personas (garantías para transitar
seguros por calles, avenidas y aceras).
El
desarrollo de las iniciativas privadas, como le llaman, choca violentamente con
la forma de vida que tenemos, y si también quiere verse desde el punto de vista
de la suficiencia del Estado en todos sus niveles, apabulla cualquier capacidad
de abastecer planificadamente aquellos servicios o infraestructura previstos
que son responsabilidad de lo público.
Si
quien es un ciudadano o ciudadana común, que se moviliza a pie o en transporte
público, que habita en viviendas unifamiliares (multifamiliares y hacinados,
también por supuesto) en barrios abiertos, es presionado por la vorágine
inmobiliaria del lucro desmedido y no es tomado en cuenta en su derecho a la
calidad de vida de la ciudad abierta donde reside, es que estamos recorriendo
una autopista al suicidio de la posibilidad de resguardar la calidad de vida
que nos ha costado tanto acceder. Y cuando digo nos ha costado tanto, me
refiero al agua potable y suficiente para todos, la energía eléctrica para
todos, la utopía de achicar la brecha que decimos procurar para que todos
vivamos bien, sin que unos cuantos se apropien de aquello que es de todos a
título de un progreso que compra a cualquier precio, encierra, avasalla y nos
roba la calidad de vida decente a la que todos tenemos derecho.
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