Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Katu
Arkonada
El
domingo 3 de noviembre publicábamos en el semanario La Época un diálogo con
François Houtart recogido en forma de entrevista. Esta semana, el editor del
suplemento Animal Político del diario La Razón me proponía un ensayo a partir
de las ideas recogidas en esta conversación. Voy a tratar en este breve espacio
de recoger tres debates que se plantean a lo largo de la conversación y que
pienso se entrelazan, y es necesario diseccionar y seguir profundizando sobre
ellos para seguir pensando nuestros procesos de cambio desde la izquierda. En
primer lugar, tendríamos la situación de estos procesos y los límites que
encuentran en su desarrollo, las propuestas políticas que tratan de generar un
horizonte de cambio y transformación en estos procesos, y las contradicciones
que tiene la izquierda a la hora de generar un discurso nítidamente
antiimperialista, anticolonial y anticapitalista.
Límites
de los procesos. Parece evidente que los procesos se encuentran en un punto de
inflexión. En este momento histórico se concatenan acontecimientos que
necesitan de una mirada pausada y reflexiva. La muerte del comandante Hugo
Chávez pareciera haber ralentizado el ritmo político del continente y de los
procesos de integración regional. Integración que sufre además, nada es
casualidad, la embestida de una herramienta llamada Alianza del Pacífico,
diseñada para provocar rupturas y ralentización en los ritmos e intensidades de
esa integración.
Y
en este momento histórico, nos encontramos con varios límites de los procesos,
tanto internos como externos. En el ámbito interno, un límite importante son
los actuales modelos de desarrollo heredados de un Norte capitalista y
depredador del Sur, de sus pueblos, personas y naturaleza. Tenemos modelos de
desarrollo extractivista porque nunca nos dejaron construir otro modelo; el
capitalismo no podía generar la tasa de ganancia y beneficio si la correlación
de fuerzas cambiaba y el Sur recuperaba su dignidad y soberanía. No es
casualidad la actual crisis de la socialdemocracia y los estados de bienestar
del Norte ahora que el Sur pone en marcha procesos de cambio y recupera el
control sobre sus recursos naturales. Ante eso, la socialdemocracia europea, y
una latinoamericana en construcción, sólo nos proponen gestionar el capitalismo
de una manera más amable, ponerle rostro humano. Pero eso nos deja la tensión
de no tener modelos alternativos en los que fijarnos para construir un Estado y
una sociedad que vayan más allá de lo que ya conocemos, un Estado que se diluya
en una sociedad poscapitalista, que vaya mucho más allá de los actuales
procesos posneoliberales.
François
Houtart —sacerdote belga y sociólogo ligado fuertemente a la teología de la
liberación— se preguntaba si visto que los procesos cuentan con un alto nivel
de apoyo, la opinión pública, el pueblo, estaría listo para entrar en un nuevo
modelo de desarrollo. Desde luego, todas y todos estamos atravesados por
lógicas del capitalismo y la modernidad que nos dificulta la visualización de
un horizonte poscapitalista. Pero, además, tenemos que ser honestos con la
historia de nuestros pueblos. Quinientos años de colonialismo y 20 de
neoliberalismo han dejado déficits tan grandes que no se puede negar el derecho
al desarrollo a estos pueblos. La tarea es conjugar el derecho al desarrollo
con los derechos de la Madre Tierra, no entendida como una naturaleza estática
a la que le damos derechos, sino como el conjunto de seres vivos que
interactuamos en un escenario de biodiversidad.
A
este límite principal se le suma que los procesos entran en una etapa de
reflujo, en la que en la medida en que avanza la redistribución se va creando
una clase media que ya no tiene el empuje de los sectores subalternos, y que
sigue buscando ascender socialmente, algo muy legítimo pero que debe ir
acompañado de una formación política e ideológica, para que no se sientan
tentados de abandonar el proceso o dejarse engañar por otras alternativas o,
mejor dicho, gestores burócratas disfrazados de alternativa.
Y
por si no fueran pocos los límites internos, el partido se juega en la cancha
de un sistema-mundo capitalista que ve con recelo cualquier intento de cambiar
las reglas de juego. Basta observar la crisis económica sin precedentes que
sufre Venezuela y el desabastecimiento de productos básicos importados
provocado por las élites políticas y económicas. Vivir Bien como horizonte
sostenido en los pilares del antiimperialismo, anticolonialismo y
anticapitalismo. Es en este escenario de construcción de alternativas en el que
debemos desarrollar ese concepto en construcción y disputa llamado Vivir Bien.
No importa tanto el nombre, pero sí los contenidos, y está claro que ese
equilibrio entre el derecho al desarrollo y los derechos de la Madre Tierra, el
impulso a lo comunitario, especialmente al interior del modelo económico, la
descolonización y despatriarcalización, interculturalidad y el control social
son elementos fundamentales.
Pero
este proyecto no estaría completo del todo si nos olvidamos de bases que han
compuesto el ideario de proyectos socialistas en el pasado y que siguen más
vigentes que nunca. Quizás nuestras socialdemocracias se hayan olvidado de
estas bases que no encajan tanto en los esquemas de la democracia liberal y los
discursos occidentales de los derechos humanos, pero el antiimperialismo,
anticolonialismo y anticapitalismo como algo más que un discurso retórico, sino
como una posición política a defender con esperanza, son las únicas bases sobre
las que podemos construir un proyecto político nacional-popular e
internacionalista, que mire hacia América Latina y hacia el Sur en general.
Porque
el imperialismo sigue golpeando América Latina con golpes de Estado, bases militares,
espionaje, tratados comerciales y secuestros aéreos de presidentes; porque el
colonialismo del siglo XXI sigue manteniendo cárceles inhumanas en territorio
cubano, ocupando Puerto Rico, las Malvinas o negándole el acceso soberano al
mar a Bolivia; y porque el capitalismo sólo trae el despojo de nuestras
sociedades, la miseria y la competitividad bajo las leyes de ese eufemismo
llamado mercado tras el que se esconden las élites económicas nacionales y
transnacionales.
Tenemos
contenidos suficientes para construir el socialismo comunitario del Vivir Bien,
el socialismo del siglo XXI o el bien común de la Humanidad que propone
Houtart. Se nos van yendo algunos arquitectos de estos nuestros procesos, pero
dejan el camino señalizado, a pesar de las sombras, las tensiones y
contradicciones que vivimos y sufrimos cada día.
Probablemente
sólo nos falte audacia, más audacia como nos reclamaba Samir Amin, para la
construcción colectiva de estos procesos sobre bases sólidas. Puede parecer que
vamos despacio, pero es porque vamos muy lejos.
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