Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Rafael
Archondo
“Carajo,
ése no era el plan y todo puede terminar en el fracaso”. Las palabras sonaban
más ásperas que de costumbre desde la ronca voz del coronel Alberto Natusch
Busch. A las 11 de la noche del 31 de octubre de 1979, los regimientos
Tarapacá, Ingavi y Lanza salían rodando de sus cuarteles para ocupar los sitios
estratégicos de la sede de gobierno.
Vestido
de civil, Natusch contemplaba la escena enfurecido. Todas las ideas
conspirativas llegadas hasta sus oídos en los últimos meses le habían sugerido
retrasar el golpe hasta fines de noviembre, cuando el parlamento tuviera por
decisión deponer al presidente Wálter Guevara Arze, pero sobre todo cuando la
IX Asamblea de la OEA (Organización de los Estados Americanos), que había
sesionado hasta la víspera en La Paz, hubiera perdido brillo y dejado de ser el
orgullo mayúsculo del gobierno interino del momento.
Guillermo
Bedregal, entonces subjefe del MNR y protagonista central del golpe de
noviembre, nos pinta esa escena en su libro Doy la cara (1995). Otras versiones
históricas y el sentido común confirman la precipitación del proyecto
sedicioso. El cruento levantamiento militar del 79 fue uno de los desatinos más
dolorosos de la historia del país. La Asamblea Permanente de Derechos Humanos
tiene registrados 208 muertos, 207 heridos y 124 desaparecidos, saldo macabro
de las jornadas desencadenadas hace 34 años, en un día de Todos Santos.
Natusch,
citado por Bedregal en su libro, sabía muy bien que una movilización militar en
ese momento no sólo era inoportuna, sino “absolutamente irracional”, pero los
tanques ya estaban estremeciendo los adoquines durante el asalto de la
madrugada.
Unas
horas antes, la plaza San Francisco había recibido a miles de personas
convocadas para celebrar en verbena popular, uno de los mayores triunfos de la
diplomacia boliviana. El 26 de octubre, cinco días antes, 25 cancilleres
americanos habían resuelto recomendar negociaciones para que Bolivia obtenga
“una conexión territorial, libre y soberana con el océano Pacífico”. En el
entonces hotel Sheraton de La Paz (hoy Radisson), en homenaje a la naciente
democracia boliviana y en nítido repudio al régimen de Pinochet, la OEA
enarbolaba como suya la causa marítima boliviana, mientras que Chile
reaccionaba con visible mal humor ante la resolución.
La
rabia chilena iba a tener corta vida. Para vergüenza del país anfitrión, los
cancilleres visitantes tuvieron que subir al aeropuerto escoltados por los
tanques. El gobierno democrático que habían respaldado con tanto cariño estaba
siendo derribado. Desde Santiago vino la burla fulminante para subrayar que en
Bolivia no hay un interlocutor válido para negociar nada. Detrás de las
barricadas, el pueblo se encargaría de devolver el poder a los civiles, pero ya
el agravio estaba consumado.
Los
golpistas. Los datos recogidos sobre el cuartelazo revelan que la salida de las
tropas fue adelantada, porque el presidente Guevara había empezado a desmontar
la conjura. Los rumores sobre la conspiración estaban desde hace semanas sobre
el escritorio presidencial y fue Guevara en persona quien convocó a Natusch
para pedirle que cesara los preparativos.
A
sólo cuatro días de la acción militar, el coronel desmintió públicamente el
“ruido de sables”, pero Guevara no se quedó con los brazos cruzados y dispuso
el cambio del comandante del regimiento Ingavi, uno de los golpistas. Natusch
—cuenta Bedregal— había minimizado la importancia del relevo, pero al parecer
los demás conspiradores de uniforme actuaban por cuenta propia y decidieron
anticipar el golpe antes de que Guevara terminara de desmantelar los mandos
sediciosos.
El
doctor Paz. El gabinete de Natusch fue posesionado al amparo de las hileras de
tanques, que ocupaban la plaza Murillo. Once de los quince ministros eran
civiles, entre ellos, tres del MNR, cinco del MNRI y tres independientes. La
pregunta más insistente en las primeras horas del día era si el derrocamiento
de Guevara contaba con la venia del doctor Víctor Paz, jefe del MNR.
Como
es natural, Bedregal emplea varias páginas de su libro para afirmar que sus
acciones eran respaldadas por Paz. Éste se habría reunido con Natusch no sólo
para avalar la febril labor conspirativa de sus hombres, sino para recomendar
que el golpe tuviera lugar a fines de noviembre después de que el parlamento,
de mayoría movimientista, le hubiera retirado la confianza a Guevara. “Doctor,
el movimiento se ha producido. No como inicialmente estaba previsto, pero yo
cumplí mi parte, ahora le toca a usted”. Ésas habrían sido las palabras
telefónicas de Natusch, ya instalado en el Palacio en la mañana del 1 de
noviembre. Desde el otro lado de la línea, Paz le habría prometido respaldar el
alzamiento.
Horas
después, siempre según Bedregal, el jefe del MNR habría recibido una severa
advertencia del embajador norteamericano en La Paz. Desde la Casa Blanca, el
experimento sólo obtendría repudio.
Raudo,
el comité político nacional del MNR se reunió para evaluar los sucesos. Allí,
Paz habría dejado a Natusch en la estacada. Al salir, Bedregal le habría
preguntado: “Jefe, entonces todo este trabajo de meses, todos los compromisos y
desvelos, ¿son un error?”. La respuesta de Paz: “No doctor, el objetivo de
fregar a Guevara lo hemos cumplido”. En efecto, semanas después, Guevara era
reemplazado por Lydia Gueiler.
Pero,
¿para qué fregar a Guevara? Las razones aparecen en el libro de Bedregal,
pero también en el de Ana María Romero de Campero (Ni Todos ni tan Santos,
1996), quien fuera ministra de aquel gabinete depuesto por los tanques. Ella
cuenta que un Bedregal febril y autosuficiente buscaba en 1979 la entrega de
varios ministerios al MNR. Sin embargo, Guevara optó por gobernar con personas
sin militancia. Al parecer, el MNR exigía respaldo gubernamental en los
comicios venideros, los de 1980, pero el Presidente no era fácil de subordinar.
En 1989, fue el acompañante de fórmula de Gonzalo Sánchez de Lozada, pero esa
ya es otra historia.
Siguenos en: Facebook https://www.facebook.com/escuelanacional.deformacionpolitica
Twitter @escuelanfp
Comentarios
Publicar un comentario
Escriba sus comentarios