Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Pablo
J. Davis
Es común la
creencia, en Estados Unidos, de que el Día de Muertos es esencialmente “el
Halloween mexicano”. Pero, ¿será cierto? Al igual que la palabra
‘amigo’ en español y friend en inglés, que se ubican una al lado de
la otra en los diccionarios bilingües y sin embargo se refieren a realidades
bastante distintas (lo mismo podría decirse de familia/family, fiesta/party y
sinnúmero de otras duplas culturalmente significativas), Halloween y Día de
Muertos comparten algunos símbolos y la misma época del año pero
constituyen fenómenos culturales bien diferenciados.
… Son dos
fiestas, que al parecer son equivalentes muy cercanos, si no básicamente
intercambiables, pero que en realidad ocupan lugares muy distintos en
cada mapa cultural.
Halloween
es, esencialmente, un festejo construido a partir de un desafío o burla a la
muerte y sus terrores, a los que se pretende neutralizar
teatralizándolos. Ocurre una especie de juego osado, un bailar frente a
lo macabro.
En la
cultura mexicana, mesoamericana y latinoamericana en general, el Día de
Muertos es otra cosa. Uno celebra, recuerda, honra a los seres queridos
difuntos– padres, abuelos, tíos y otros familiares – y es muy común oir
hablar a la gente de ‘mi muertito’ o ‘mi muertita’. A lo largo de las
décadas y siglos de la Colonia, se fueron entrelazando tradiciones indígenas,
precolombinas y precristianas de culto a los antepasados, por un lado, con los
ritos del calendario cristiano y de esa interacción nacieron cosas nuevas: los
estudiosos de la historia y cultura religiosa hablan de prácticas religiosas
‘sincréticas’. Así fue que la celebración del Día de Muertos vino a coincidir
con el Día de Todos los Santos o la conmemoración de los Fieles Difuntos.
Las
ramificaciones rituales de esta festividad son múltiples y complejas. Los
pasteles horneados en la forma de calaveras y esqueletos, la creación de figuras
de esqueleto en muchos casos vestidos y adornados con sombreros y otros
accesorios, la preparación de altares con fotografías de seres queridos y con
ofrendas a los mismos, la redacción de versos satíricos y una tradición
iconográfica riquísima relacionada con la muerte son tan sólo algunas de las
infinitas prácticas festivas que el Día de Muertos ha generado.
Si bien
hay prácticas religioso-culturales en otras partes de la América Latina
que guardan ciertas similitudes con el Día de Muertos –por ejemplo, el
culto de ‘San La Muerte’ en la zona cultural guaraní del Paraguay, norte de
la Argentina y sur del Brasil, de fuerte arraigo popular pero desestimadas
por la Iglesia Católica como tradiciones paganas – no hay nada que se
asemeje realmente a la centralidad que ocupa el Día de Muertos en la cultura
mexicana y mesoamericana.
No obstante,
la entereza frente a la muerte y su aceptación, junto a la exigencia de
mantener los vínculos de unión con los seres queridos desaparecidos,
características fundamentales del Día de Muertos, forman un hilo conector que
recorre gran parte del mapa cultural latinoamericano. Hace medio siglo, el gran
guitarrista, compositor y cantante argentino, Atahualpa Yupanqui (1908-1992)
plasmó en la letra de su canción, “Los hermanos”, esta conmovedora idea:
Yo tengo
tantos hermanos
que no los puedo contar.
En el valle, la montaña,
en la pampa y en el mar.
que no los puedo contar.
En el valle, la montaña,
en la pampa y en el mar.
Cada cual
con sus trabajos,
con sus sueños, cada cual.
Con la esperanza adelante,
con los recuerdos detrás.
con sus sueños, cada cual.
Con la esperanza adelante,
con los recuerdos detrás.
. . .
Y así,
seguimos andando
curtidos de soledad.
Y en nosotros nuestros muertos
pa que nadie quede atrás.
curtidos de soledad.
Y en nosotros nuestros muertos
pa que nadie quede atrás.
Yo tengo
tantos hermanos
que no los puedo contar . . .
que no los puedo contar . . .
Al final de
cuentas, el desafío de interpretar los fenómenos culturales a través de las
barreras del idioma nos exige una sutileza de comprensión aún más allá de lo
que demanda la traducción. Dos cosas que lucen muy parecidas pueden ser
fundamentalmente distintas. En este caso, dos fiestas que evidentemente tienen
que ver con la mortalidad humana: en un caso, un jocoso desafío a la muerte, en
el otro, una amorosa y alegre comunión con los seres queridos difuntos.
El presente artículo lo tomamos de un ensayo que apareció originalmente en octubre del 2011 en:
http://interfluency.wordpress.com/2013/11/01/halloweendiamuertos1/
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