Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por:
Alfredo Rada
Cuando Evo Morales asumió la
presidencia el año 2006, muchos pensaron que sería autorizado el libre cultivo
de la hoja de coca. Pero la decisión del nuevo gobierno fue racionalizar
y disminuir la producción de la hoja de coca, diferenciando la producción en
las áreas tradicionales permitidas por ley, y la producción excedentaria e
ilegal que pretende expandirse hacia zonas no permitidas.
Era la continuidad de los
lineamientos que permitieron, en octubre de 2004, el acuerdo con el gobierno de
Carlos Mesa que autoriza un “cato” (40 x 40 metros) de coca por familia en el
Chapare, con lo que se pacificó esa región que había sido escenario de las
peores agresiones gubernamentales. Con esta salida concertada Evo mostró talla
de dirigente social con proyección nacional, capaz de concertar para cortar el
círculo de la violencia estatal. Para lograrlo primero tuvo que convencer a sus
bases, mostrándoles un camino que neutralizaba el poder militar-policial con
que varios gobiernos neoliberales quisieron imponer el “Plan Dignidad”
elaborado el año 1998.
Claro que no eran esos
gobiernos los que tenían voz de mando en la lucha contra el narcotráfico; era
el gobierno de los Estados Unidos, por medio de la Drug Enforcement
Administration (DEA), que definía estrategias, objetivos y métodos. Una de esas
estrategias era la que postulaba “Coca Cero”, que significaba la militarización
del Chapare, a través de la construcción de una base aérea militar en Chimoré y
el despliegue de uniformados bolivianos bajo mando extranjero. De este carácter
fue, por citar una, la nefasta experiencia de la “Fuerza Expedicionaria”,
creada con mercenarios a fines de 2001. Parte de aquel plan fue también el
intento de militarizar Yungas que ejecutó el ministro Guillermo Fortún (f) a
mediados de ese mismo año. Todo este itinerario de violencia dejó un total de
106 muertos y dos centenares de heridos.
El gobierno de Evo Morales
aplicó una estrategia completamente distinta -la racionalización y el control
social de la producción de la hoja de coca- para disminuir las superficies
netas destinadas a la producción de hoja de coca en Bolivia. Es una estrategia
basada en la concertación con los propios productores, logrando acuerdos de
reducción voluntaria y pacífica en el Chapare y Yungas. No se aplica la
violencia estatal en esos lugares, tampoco métodos de indiscriminada fumigación
aérea con herbicidas que destruyen la naturaleza. Pero se aplica la firmeza legal
procediendo a la erradicación forzosa allí donde la producción de coca no está
permitida.
Con esta estrategia y estos
métodos es que se ha logrado revertir la tendencia al crecimiento de la
superficie cultivada, disminuyendo de manera sostenida en los últimos años esa
superficie hasta las 27.000 hectáreas actuales, lo que nos convierte en el país
de la región andina con menor cantidad de cultivos. Cabe anotar que estos no
son datos del gobierno, sino de una entidad multilateral plenamente reconocida como
es la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDC).
El logro boliviano resalta más
si lo comparamos con países como Colombia que tiene 62.000 hectáreas de coca, o
Perú con 61.200 hectáreas. Ni con la presencia de la DEA, ni con la destrucción
de cocales que supone el desplazamiento de los cocaleros, ni con las
fumigaciones intensivas con glifosato y otros químicos han podido disminuir la
producción de hoja de coca.
Pero los métodos son sólo una
parte de la nueva estrategia boliviana, la otra es la nacionalización de la
lucha contra el narcotráfico. Por décadas fueron organismos norteamericanos que
tuvieron injerencia en las decisiones en esta materia, lo que es sinónimo de
injerencia política violatoria de la soberanía del país. Esto comenzó a acabar
el año 2008 con la expulsión de la DEA y se ha consolidado este año con la
salida de USAID. La DEA, que inició sus operaciones en nuestro territorio el
año 1974, se ocupaba de controlar las labores de fuerza, en tanto USAID,
presente desde 1963, trabajaba en proyectos de compensación en las zonas
cocaleras y financiaba a instituciones dedicadas a propagar la ideología
estadounidense anticoca y antidroga.
Con la nacionalización, Bolivia
asume mayores responsabilidades en la parte logística, operativa y de
inteligencia antinarcóticos. Realiza también un mayor esfuerzo fiscal que
comenzó el 2008 con la asignación de 140 millones de Bs (20 millones de
dólares) para reemplazar los recortes presupuestarios que desde el 2006 comenzó
a efectuar Washington, como una forma de chantaje financiero mientras seguía
insistiendo con sus cada vez menos relevantes “descertificaciones” anuales.
Desde la nacionalización ha
subido el número de operativos antidrogas que efectúan fuerzas combinadas
militares y policiales bolivianas. Ha aumentado la cantidad neta de
incautaciones de droga y precursores. Se ha descubierto y destruido mayor
número de laboratorios y pozas de maceración. Se han adoptado cada vez mejores
mecanismos financieros contra el lavado de dineros negros. Se ha evitado que se
asienten en nuestro país cárteles extranjeros de narcotraficantes, aunque, por
supuesto, siempre intentarán operar sus sucios negocios, pero no pueden hacerlo
en la escala ampliada y con la violenta acción territorial con que operan en
México o Guatemala.
Seguramente falta hacer cosas o
mejorar las que ya se están haciendo. Deben efectuarse mayores esfuerzos en la
lucha contra el microtráfico de drogas en las ciudades, mayor control y hasta
depuración en las fuerzas antinarcóticos, mayor eficiencia en fiscales y
jueces. Se necesita también consolidar los esfuerzos nacionales en el espacio
regional sudamericano, ya que estamos enfrentando al más globalizado de los
negocios, cuya materia prima se produce en el hemisferio sur, cuyos circuitos
de comercialización y distribución están en los cinco continentes, y cuyos
mayores mercados de consumo, generación de excedentes y lavado de dinero están
en los países desarrollados del hemisferio norte.
Pero estamos muy lejos de esos
apocalípticos escenarios que se esfuerzan en construir analistas e
instituciones privadas con financiamiento “made in USA”, empeñados en penalizar
la hoja de coca y erradicar su consumo legal y tradicional. No olvidemos que
una de esas instituciones, el CELIN, afirmaba hace algunos años por boca de su
director cuando un periodista le consultó sobre este tema: “Si hasta el latín
ha desaparecido como idioma, el acullicu cómo no va a desaparecer...”.
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