Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
En
un número reciente, la revista Nueva Sociedad reproduce un interesante
seminario realizado en la ciudad de Montevideo, donde dialogan Luis
Inácio Lula da Silva, José Mujica y el líder sindical Víctor Báez. En ese
marco, el expresidente brasileño declara que no es una vergüenza exportar
commodities; era malo exportar commodities cuando no valían nada, pero ahora
tienen un buen precio gracias a que más chinos, latinoamericanos y africanos
demandan comida, y esto ha convertido a los commodities agrícolas en algo muy
importante. Agrega contundente: “mientras más coma el mundo, quienes más
producirán alimentos serán América Latina y África, y tenemos un potencial
extraordinario”.
El
problema de los alimentos en el mundo es producto de una tormenta perfecta, que
combina la degradación ecológica, el cambio climático, el crecimiento de la
población y el control de los precios en manos de unas pocas empresas. La
degradación de la tierra cultivada ha provocado en muchos países rendimientos
decrecientes; las variaciones climáticas amenazan la productividad mundial y
generan escasez de agua; por su parte, la población mundial no sólo es más
numerosa, sino que cuenta con mayores ingresos a lo que se atribuye un cambio
en su dieta: comen menos cereales y más carne, lácteos, frutas y verduras, lo
que provoca un uso más intensivo de recursos naturales para la producción.
Y
en el comercio mundial, no más de 500 empresas controlan el 70% de las
decisiones y sólo tres empresas (Cargill, Bunge y ADM) controlan el 90% de la
comercialización de cereales.
Según
la FAO, si la tendencia actual continúa, la demanda de alimentos puede incrementarse
en un 70% para 2050, como principal consecuencia del incremento de la población
y el crecimiento económico. Se anuncia que la población mundial crecerá de los
7.000 millones actuales a alrededor de 9.100 millones para 2050 y se prevé que
en el mismo periodo de tiempo la economía mundial será tres veces mayor.
Así,
queda claro que el maíz, el arroz, la soya y el trigo tienen tanto futuro en el
mercado mundial, como el gas o los minerales. En los últimos cinco años, China
ha duplicado las importaciones de commodities agrícolas y, durante 2012, el
precio del trigo ha subido casi un 30%, el precio del maíz un 8,5% y la soya
cerca de un 19%. ¿Qué implicaciones tiene esto para Bolivia? Pues tenemos mucho
por discutir. ¿Podrá ser esta la oportunidad soñada desde 1952 para la
diversificación productiva? ¿Qué consecuencias tendremos frente a la ampliación
de la frontera agrícola y la degradación de los suelos? ¿Esta nueva riqueza irá
a las manos de campesinos e indígenas, engrosando la nueva burguesía nacional,
o se concentrará en la agroindustria cruceña? Por último, y tal vez lo más
importante, el incremento de precios de los productos de exportación agrícola
¿qué consecuencias tendrán en nuestra seguridad y soberanía alimentaria?
Lula
da Silva parece tener claro el rol de Brasil en el nuevo orden mundial de
alimentos, y la fuerza de atracción de esa tendencia puede ser irresistible.
Brasil es el tercer exportador mundial agrícola, pero los costos de ese éxito
pueden ser muy altos. Actualmente el 54,8% de los campos productivos brasileños
se están destinando a los cultivos transgénicos, Brasil es el mayor consumidor
de agrotóxicos del mundo, con una media de cinco kilos por habitante, lo que
supone mil millones de kilos anuales y los precios de los alimentos en su
mercado interno son los más elevados de Latinoamérica.
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