Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Rafael Puente
Con
ocasión del último congreso petrolero, el Vicepresidente del Estado nos ha
confirmado algo que ya se venía cocinando, pero que igual nos ha dejado con
escalofríos, y es la decisión de seguir ampliando la frontera hidrocarburífera,
de manera que para 2014 llegará a ¡24 millones de hectáreas!
Si tenemos
en cuenta que en pleno modelo neoliberal a lo más que se había llegado era a 13
millones, y que dicha superficie fue disminuyendo -en buena parte gracias a la
presión popular que desembocaría en la “guerra del gas”- hasta llegar a sólo
tres millones en 2007, nos podemos dar cuenta de cuál es la tendencia actual.
Se trata de ampliar la frontera sin medida ni clemencia, sin ningún plan de
mitigación ambiental y, por supuesto, sin debate alguno con la sociedad civil.
¿Qué significa todo esto?
Si tenemos
en cuenta los otros anuncios de incentivar la exploración de hidrocarburos,
como la de entregar inmensas áreas sin compromiso de cumplir obligaciones
específicas (¡entre ellas nada menos que a la ya conocida Jindal!), o la de
comprometer un incentivo de 30 dólares por barril de petróleo (incentivo que
luego se aplicaría también a la producción de gas), o la de ligar la producción
con la exportación, o la de liberar de impuestos a la importación de
maquinaria, o la de fomentar la inversión en las llamadas áreas en desarrollo
(que es lo menos que podía hacer YPFB), sólo nos queda pensar que existe una auténtica
obsesión por extraer el máximo de recursos en el mínimo de tiempo, para
venderlos cuanto antes, y así seguir subvencionando los combustibles y acabar
hipotecando ciegamente el futuro del país.
Por lo
demás, las transnacionales cada vez son menos “socias” y se van convirtiendo en
“jefas” exigentes, y la soberanía ganada empieza a difuminarse.
Pero no
sólo están en juego la soberanía -el 22,5% del territorio estará en manos de
transnacionales- y el futuro económico del país -cuando acabe la exportación de
hidrocarburos, de minerales y de árboles, ¿de qué vamos a vivir?-, sino que
también está en juego la Madre Tierra, de cuyos derechos habíamos aparecido
como los más ardientes defensores; porque resulta que esos 24 millones de
hectáreas afectan a 11 áreas protegidas (de las 22 que tenemos a nivel
nacional), y que siete de ellas se verán afectadas en más de un 30% (entre
ellas el TIPNIS y el Manuripi); de esas siete, el Madidi se verá afectado en un
75%, el Aguaragüe en un 72% y el Pilón Lajas en un 82%.
¿No nos
damos cuenta de que la destrucción de la naturaleza seguirá impulsando un
cambio climático destructivo de la vida misma, y que a este paso nos
convertiremos en un inmenso desierto -además contaminado- y que ya no valdrá le
pena seguir importando alimentos con la plata obtenida del gas, como ya estamos
haciendo ahora, porque ya no habrá quién los consuma?
Pero falta
todavía la guinda de la torta, y es que este Estado novedosamente plurinacional
se plantea entregar también a la voracidad transnacional territorios indígenas
enteros -titulados o sin titular-, sin contar con que ya la minería
descontrolada está poniendo en riesgo la existencia de 11 pueblos indígenas en
el norte de La Paz -la vieja obsesión por el oro ¿no era un típico rasgo colonial?-.
Y por supuesto, no se habla más de la consulta previa, al margen de lo que diga
la Constitución.
Comparado
con esto, lo del TIPNIS resulta un ligero incidente (incluyendo la ridícula ley
departamental que declara la prioridad de la famosa carretera). Pareciera que
todo el conflicto del TIPNIS en realidad sólo ha sido un prólogo de una nueva e
irreversible sed de ingresos económicos, a costa de lo que sea y a fin de
cuentas no queda claro para qué.
¿Y el
Vivir Bien?
¿De qué me
está hablando usted?
De nada,
no vale la pena.
El
autor es miembro del Colectivo Urbano para el Cambio (CUECA) de Cochabamba.
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