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El fascismo está actuando en Santa Cruz, el gobierno debe investigar

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Hasta siempre, compañero mayor


 Por: Verónica Rocha
“Nos vemos el próximo año”, señaló a modo de clausura del evento conmemorativo el Gringo González en el Palacio de Telecomunicaciones, el pasado jueves 6 de junio; y de cierta manera a todos/as ahí nos encantó la idea de volver a pasar dentro de un año por los pasillos de la memoria a los que convida la vida de un compañero mayor.
Y es que hablar de la partida de Antonio Peredo implica necesariamente, hablar de su vida. Y hablar de su vida, es una forma –quizás de las más entrañables- de referirse al ser revolucionario, a la utopía.  Me acabo de sentir tentada de señalar que hablar del compañero Antonio, sería una buena forma de entender varios pasajes de la historia de nuestro país y aunque ello es cierto, no podemos dejar de recordar que para él la labor revolucionaria no estaba circunscrita a las fronteras, sino a la acción “por cualquier hombre del mundo, en cualquier casa”: y ese es su mejor testimonio.
Quienes sabíamos que el espacio quedaría pequeño para tanta gente que aglutina y aglutinó siempre Antonio, nos apresuramos en abandonar nuestra cotidianidad para sumergirnos en un espacio de recuerdos, donde terminó reinando la honestidad y el compromiso. No importa cuán temprano habíamos llegado toda la parte baja del auditorio estaba llena ya, tuvimos que acomodarnos arriba, eso nos permitió divisar inmediatamente las banderas que flanqueaban este recordatorio: la del Ejército de Liberación Nacional, la de la Fundación Che Guevara y la de la Escuela de Formación Política, no podía faltar ninguna.
El evento empezó casi puntual, pronto; era demasiada la gente que tendría la oportunidad de representar algunas voces que quisimos estar presentes en este homenaje y no podíamos esperar más, después de todo el 6 de junio cada uno/a de nosotros/as estuvo recordando al compañero Antonio en sus historias personales. Varios/as compañeros/as no podían estar ausentes y se encargaron de estar en primera fila (literalmente), estuvo Gabriela Montaño, la presidenta de la Cámara de Senadores donde Antonio cumplió su última labor pública; estaba también la ministra Teresa Morales, él y la embajadora de Cuba y Venezuela, respectivamente, así como los embajadores de Uruguay y Nicaragua; con un perfil más discreto también se pudo vislumbrar a tres viceministros,  dos ex - ministras y un ex – ministro, algún ex – prefecto, algunos ex – embajadores, un flamante delegado presidencial, entre varios internacionalistas de Argentina, Chile, Cuba y Venezuela. También era inevitable observar a un par de revolucionarios en su puesto –en primera fila-, con la dignidad encima y sin una sola medida de mayor importancia que el resto: Alfredo Rada y Carlos Nuñez.
Alex Soliz, ex – miembro de la emblemática Funche, fue el encargado de abrir el homenaje, recordando aquellos años en que varios de quienes componían este colectivo habían sembrado y nutrido su pensamiento y acción política bajo las enseñanzas de Antonio Peredo; varios/as de ellos/as fueron y son aún soldados del proceso de cambio, con esa escuela: la de Antonio.
Sin duda alguna una de las partes más emotivas del homenaje había llegado desde Uruguay, un amigo me contó que la nieta de Antonio Peredo se había amanecido las noches anteriores puliendo (cómo sólo se hacen las cosas con cariño) el video que presenciaríamos la noche del jueves.  Apenas se puso play al video, el auditorio en pleno nos vimos envueltos en la música que acompañó la guerrilla sandinista (nuestra Nicaragua, Nicaragüita…) y las imágenes que acompañaron la maravillosa película Persépolis: la historia de Marjane y el legado de su abuelo. “Esta es una película para abuelos/padres que nos construyen a nosotras nietas/hijas con sus historias y de quienes siempre heredamos sus convicciones”, pienso. Antonio fue pues también padre, hermano y abuelo; no hay revolucionario que primero no sea hombre cabal y justo. Es lindo conocer ese lado de él, es entrañable abrazar su historia particular.
No faltaron las voces desde algunos países del continente, recordando el paso de Antonio por la Nicaragua de Sandino y el Chile de Allende, o el exilio al que fueron confinados varios de nuestros compañeros y compañeras. Así como tampoco estuvo ausente el homenaje oficial por parte de la hermana república de Cuba, en representación de su embajador.
Creo que el repertorio de mis amigos de Negro y Blanco, en porcentaje, contiene una pequeña cantidad de canciones digamos revolucionarias. Pero sin duda alguna “71” (la canción que escribieron hace más de una década describiendo los horrores de la dictadura de Bánzer Suárez) es una de las canciones con mayor fuerza que retumbó en el auditorio, en el recuerdo. Lo cual no quiere decir, de ninguna forma, que el charango de Ernesto Cavour no haya acompañado tantos pasajes de historia que visitamos esa inolvidable noche del jueves seis de junio, día del maestro: recordando a uno de talla.
Tampoco podían faltar las voces de José Pimentel, Nila Heredia, Fernando Rodriguez y Leonor Arauco, incólumes compañeros/as de Antonio desde los años del Ejército de Liberación Nacional. Y por supuesto -como no- el saludo puño izquierdo en alto de María Martha González, la compañera de ruta de Antonio; como pocas veces esta vez ella no había acudido a dar, sino a recibir. A recibir todo el aplauso y cariño que aún guardamos para Antonio y para ella, para esa historia que hizo y aún hace a tantas generaciones, para ese acto de reafirmación revolucionaria que implica siempre la memoria y la dignidad.
Media hora después de finalizado el acto seguíamos rondando por ahí, abrazando a María Martha y despidiéndonos entre nosotros/as una y otra vez, mientras aún retumbaba el eco de todos los “¡compañero Antonio Peredo presente!” que gritamos, como si no quisiéramos separarnos, como si nunca quisiéramos irnos de ahí.  Como quien tiene la certeza de que la memoria es nuestro mejor hogar y los/as compañeros/as, nuestra más preciada familia.

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