Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Édgar Arandia
El afán
excesivo de riqueza es la forma más perversa de darle sentido a la vida. Casi
sin excepción, en todos los gobiernos del mundo aparecen las cucarachas listas
para asaltar cualquier tipo de arcas y sobre todo las del Estado y roer los
procesos políticos, erosionándolos frente a la sociedad.
Todas las
religiones consideran a la codicia como una deformación que no coincide con la
sindéresis de la humanidad, que estas conductas son pecadoras y que el castigo
es convertirse en churrasco en el infierno. También todas las ideologías
consideran que el enriquecerse ilícitamente distorsiona la ética y las
conductas de los gobernantes, y que una revolución sin ética terminará en el
fracaso.
Para John
Gray, “los movimientos revolucionarios modernos son una continuación de la
religión por otros medios (…) y son mitos que responden a la necesidad humana
de sentido”. Religión e ideologías marchan juntas con sus ofertas de felicidad
y ventura, unas en el más allá, y otras en el más acá. Ambas penalizan, con una
serie de normas para ser cumplidas voluntariamente, o se hacen de la vista
gorda. En el primer caso es solo una amenaza metafísica de sufrimientos eternos
en los que los incrédulos son una mayoría.
En el siglo
XVII, las pinturas de Las Postrimerías eran ejecutadas para describir las
penalidades de los infractores con el fin último de inculcar miedo; ahora son
solo consideradas obras de arte, cuyo efecto didascálico durante la Conquista
hoy ha perdido el poder de generar terror en la población indígena para que obedezca,
impulsada por la esperanza de recibir el premio del paraíso si sus vidas han
sido llevadas dentro los términos de la templanza y la austeridad.
Así, los
mecanismos de convivencia entre los seres humanos, cuya supuesta culminación es
la democracia de corte occidental, ha creado y generado leyes y penalidades en
voluminosos códigos que describen el infierno terrenal como la cárcel a cadena
perpetua, arresto domiciliario, la silla eléctrica, entre otras sanciones que
podemos asimilar a las narrativas pecadoras de las religiones del mundo.
Las cucarachas
son los insectos que mejor se adaptan al medioambiente, pueden vivir con una
temperatura bajo cero o a 40 grados, en lugares secos o húmedos, siempre
aparecen donde existen pequeñas migajas de pan o abundantes alimentos
almacenados. Aprendí a respetarlas en la prisión de la dictadura banzerista,
cuando vivía en una estrecha celda de uno por dos, a veces procuraba dormir de
cuclillas para evitar que se suban a mi cabeza. Mi principal distracción era
verlas trabajar en procura de alimento, y las observaba canturreando la popular
canción: “La cucaracha, la cucaracha ya no puede caminar, porque le falta (…)”.
Una madrugada desperté de mal humor y empecé a cortarles una pata, porque se
disputaban mi comida y eso no lo podía permitir. Sin embargo, puedo asegurar
que estos bichos y las ratas son animales más terrestres que otros, su vocación
de vivir no conoce límites, por eso ganan territorios a otros animales que
temen a los humanos.
Si hacemos una
analogía con las mayorías de los militantes de los partidos políticos, podemos
distinguirlos fácilmente: han pertenecido a la izquierda, la derecha, al centro
o a todos a la vez; son voluntariosos y lambiscones; no tienen convicciones
morales y menos ideológicas; lo único que quieren es aprovechar las
oportunidades que les brinda el pasajero poder político para enriquecerse
rápidamente. Para ellos, la política es solo un negocio. De esos están llenos
los partidos. Cuando son mayoría destruyen los procesos, porque restan
credibilidad a la democracia y a la gestión pública, empujando a los ciudadanos
a rifar su conducta opinando, resignados: —Ha robado, pero por lo menos estito
ha hecho. Fatal. Si no se les corta las patas a tiempo, se convierten en los
enterradores de las utopías posibles y son los que descargan la desilusión en
poblaciones valiosas y convocan a las dictaduras.
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