Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Verónica Córdova
A Alexander le falló primero la familia, esa institución santificada por la Iglesia, amparada por el Estado y establecida por la tradición como el único entorno en el que un niño es nutrido, criado y protegido por una razón “natural”. Pero aquí algo falló: los padres de Alexander, como muchos —demasiados— otros, tropezaron con la paternidad sin responsabilidad, sin conciencia y sin recursos económicos o psicológicos para poderla sobrellevar. ¿El resultado? Niños maltratados, niños violados, niños explotados, niños abandonados y niños que en cuanto pueden se largan de esas familias para convertirse en adolescentes de calle, que a su vez pronto procrean niños no deseados.
A Alexander le falló el sistema de atención social creado por el Estado para apaliar la indefensión de niños a quienes les falla la familia. Quizá nunca sabremos a ciencia cierta si en los soleados ambientes del Hogar Virgen de Fátima se vivieron los horrores que causaron la muerte de Alexander, pero lo que sí es innegable es que si fue violado o maltratado, se atragantó con leche o simplemente murió, las personas que estaban a su cuidado le fallaron en la responsabilidad más simple y más importante que se les había encomendado: mantenerlo vivo, protegerlo, criarlo.
A Alexander le falló también el sistema de salud, que tiene como responsabilidad salvar la vida y curar a los pacientes que llegan a sus recintos; y en caso de que esto no sea posible, erigir un diagnóstico confiable que permita saber claramente por qué el paciente perdió la vida. Quizá nunca sabremos a ciencia cierta si en los ambientes del Hospital del Niño se vivieron los horrores que causaron la muerte de Alexander, pero lo que sí es innegable es que los descuidos y errores que se cometieron en su tratamiento están registrados en sus propias planillas de registro médico.
A Alexander, también, le están fallando las instituciones creadas para investigar, juzgar y castigar las violaciones, maltratos y asesinatos. Le están fallando las instituciones y gremios que están más preocupados en deslindar responsabilidades personales y colectivas que en ayudar a que se encuentre al culpable de esta horrible muerte.
A Alexander, que apenas supo ver, escuchar, llorar; que apenas había aprendido a rodar, girar, a sentarse solo si lo rodeaban con cojines; que si hubiera tenido a alguien a quien decírselo, tal vez ya habría balbuceado mamá o papá; a ese pequeño, que es a la vez todos los niños, le ha fallado el Estado, le han fallado sus instituciones, le ha fallado la sociedad, le ha fallado la familia, le hemos fallado todos.
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