Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Rafael Puente
El pasado martes hemos celebrado el Día Mundial de la Tierra, para nosotros la Madre Tierra. Leemos que en muchos lugares la celebración ha consistido en la plantación colectiva de arbolitos, además de unos cuantos discursos más o menos sentimentales. Y nos quedamos tan tranquilos, como se quedaron los señores de Naciones Unidas cuando declararon que el 22 de abril se dedicaría a dicha celebración.
Sin embargo, más allá de los discursos y los mensajes, todos los países miembros de la ONU siguen destruyendo sistemáticamente el planeta. ¿Para qué sirvieron la Cumbre de Río y el Protocolo de Kioto, y luego Río + 20, y meta cumbres y más cumbres ambientales? Parece que para tranquilizar algunas conciencias, para la pronunciación de discursos aparentemente apasionados, y de paso para viajar a lugares interesantes; y poco más.
En la práctica comprobamos que se trata de un ritual hipócrita -como por desgracia ocurre con muchos otros rituales- perfectamente compatible con una práctica contraria. En el mundo entero el efecto invernadero sigue creciendo; el cambio climático produce cada año más víctimas (entre inundaciones, sequías, heladas y tsunamis); la masa boscosa del planeta disminuye a un ritmo más acelerado que el del crecimiento de la población; la desertización de tierras que fueron productivas parece imparable; la producción de transgénicos va dominando el planeta; la biodiversidad se reduce dramáticamente; cada vez se habla con más insistencia de que la próxima guerra mundial será por el agua…
Frente a semejante suma de amenazas y desastres ¿qué hacemos? Celebramos el 22 de abril, ¿le parece poco? Es la hipocresía mundial, sólo comparable a aquella otra hipocresía de la lucha contra el narcotráfico.
Ahora bien, es posible que los representantes de los diferentes Estados que componen la ONU retornaran de las mencionadas cumbres con la incómoda sensación de que hay un pequeño país, llamado Bolivia, que se toma en serio los derechos de la Madre Tierra e incluso los coloca por encima de los derechos humanos -al menos así lo dejó claro su presidente Evo Morales-, lo que podía resultar un peligroso precedente mundial. Sin embargo los y las habitantes de este país sabemos que los delegados de Naciones Unidas no tienen motivo para preocuparse. Nosotros también celebramos el 22 de abril, y también con eso tenemos bastante.
En realidad es una celebración parecida a la del Día de la Madre: a las madres las explotamos, las sobrecargamos, las maltratamos, no les reconocemos el valor de su función maternal ni el de su trabajo en el hogar; pero a cambio las celebramos un día al año con tarjetas, con poemas, con regalitos, con una que otra canción. Y al día siguiente la vida sigue igual.
Lo mismo pasa con la Madre Tierra: al día siguiente de los discursos y promesas -y del ritual de los doscientos plantines- seguimos talando millones de árboles ("ampliación de la frontera agrícola” le llamamos a ese crimen), seguimos sembrando basura letal, seguimos malgastando y contaminando el agua, incrementamos la producción de transgénicos, urbanizamos aceleradamente las mejores zonas agrícolas; pretendemos trazar carreteras destruyendo parques nacionales; estamos dispuestos a explotar minerales en las mismas nacientes de las cuencas hídricas (y en cualquier rincón de la geografía nacional); toleramos que Brasil nos inunde con sus megarrepresas hidroeléctricas -más aún, queremos aprender de ellos- ¡y no faltan quienes se ilusionan con la perspectiva de una central nuclear! (porque a nosotros no nos puede pasar lo de Chernobyl ni lo de Fukushima, ¿cómo pues, acaso no somos un Estado mucho más serio que la antigua Unión Soviética o que el moderno Japón?).
Sería más serio -para la ONU y para nosotros- que simplemente nos olvidáramos de la Madre Tierra y simplemente habláramos del planeta como una fuente de riqueza que habrá que acumular hasta que se acabe. ¿Y después? Después desaparecemos como especie. Sería igual de triste, pero más sincero.
El autor es miembro del Colectivo Urbano por el Cambio (CUECA) de Cochabamba
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