Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Rafael Puente
Llevamos ya semanas con el problema planteado por los suboficiales de nuestras Fuerzas Armadas, sus reclamos, la drástica respuesta del Alto Mando que ha dado de baja a un grupo importante de suboficiales, la solidaridad de grupos como los Ponchos Rojos y, sobre todo, una serie de comentarios en que se califica todo ese movimiento como una maniobra conspirativa contra el Gobierno y contra la democracia, probablemente apoyada desde afuera del país.
Nadie está en condiciones de definir con precisión lo que pasa, ni de calificar o descalificar a sus protagonistas, pero parece que, en todo caso, lo que debiera primar es la serenidad, la voluntad de comprender lo que pasa y la búsqueda de soluciones pacíficas. Es dentro de este marco que quisiera proponer algunos elementos de juicio.
Para empezar, sería pertinente aprovechar la ocasión para preguntarnos si efectivamente necesitamos tener Fuerzas Armadas. No olvidemos aquellas palabras del presidente Evo cuando dijo que Bolivia está llamada a seguir los pasos de Suiza; y resulta que uno de los secretos del desarrollo de Suiza, país mediterráneo, pequeño y carente de recursos naturales, ha sido precisamente su definición de Estado pacifista, neutral y, por tanto, sin ejército.
Pero también está claro que hoy por hoy la institución militar está plenamente reconocida por la Constitución y, probablemente, por una gran mayoría de la población; se trataría, por tanto, de una reflexión a largo plazo.
Ahora bien, lo que también está claramente planteado en la Constitución es la descolonización de este Estado Plurinacional en todas sus instancias, por lo tanto también en el nivel militar. Sin embargo, un general acaba de formular por televisión la amenaza de que cualquier intento de descolonizar las Fuerzas Armadas ¡llevaría a la guerra civil! (¿será que alguien ha puesto en su lugar y/o sancionado a ese general?), lo que viene a ser un síntoma de lo problemático que resulta el tema.
Muchas y muchos pensamos que la institución armada es esencialmente colonial (y que el servicio militar constituye más bien un eficiente mecanismo de colonización y de reforzamiento de la mentalidad patriarcal). Pero también son muchos los que creen que esa descolonización es posible.
Ése sería el punto de partida más idóneo para interpretar el conflicto planteado por la movilización de los suboficiales, clases, sargentos y similares. Porque, en el fondo, lo que piden es dejar de ser una casta inferior dentro de una institución que como conjunto ya tiene espíritu de casta; ahí se sitúan sus demandas salariales, de formación profesional y de trato respetuoso.
A primera vista no hay nada subversivo ni conspirativo en esas demandas, y si lo hubiera habría que separar ese componente del relacionado con los derechos humanos. Sabemos que desde el año 2006 va creciendo la frustración en muchos suboficiales, que esperaban ser más tenidos en cuenta por un gobierno que consideraban suyo (y por el que habían votado).
Al cabo de más de ocho años, ¿no sería recomendable dialogar con los descontentos sobre todos estos puntos, aunque sólo fuera para dejar sin causa ni pretexto a eventuales conspiradores? ¿Quién saldría perdiendo si se satisfacen esas demandas? ¿Tal vez cierto tipo de oficiales, que se sentirían frustrados de no tener por debajo una casta inferior? Razón de más para proceder a esa pequeña reforma de manera pacífica y consensuada.
En todo caso, seguirá pendiente la gran reforma de dedicar ese numeroso equipo de militares que ha costado profesionalizar y que son dignos de todo respeto a tareas reales de producción, planificación y desarrollo plurinacional, olvidando la tarea ficticia de defensa de nuestra soberanía, que, hoy por hoy, no se encuentra amenazada, y que si un día se encontrara podría defenderse mucho mejor desde una afirmación de pacifismo y neutralidad que con una fuerza militar que, por mucho que la mejoremos, seguirá siendo inevitablemente inferior a la del potencial agresor (y si no, repasemos nuestra consternadora historia bélica). Pero éste es un tema para después.
El autor es miembro del Colectivo Urbano por el Cambio (CUECA) de Cochabamba
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