Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Entrevista con Leonardo Padura
Por: Pablo
Stefanoni
Leonardo Padura
(Premio Nacional de Literatura de Cuba, 2012) estuvo en Buenos Aires en la
Feria del libro invitado por la revista Nueva Sociedad y Tusquets. El eje de su
entrevista pública estuvo dedicada a Cuba y a su libro más exitoso: El hombre que amaba a los perros, una
novela histórica sobre Ramón Mercader, el asesino de León Trotsky. Reproducimos
acá algunos extractos de este diálogo sobre la perversión de las utopías en el
siglo XX y la necesidad de renovar las ideas de cambio social en el XXI.
¿Cuál
fue el desencadenante que llevó a un autor cubano a escribir un libro como
éste, en un país en el cual la figura de Trotsky era desconocida, estaba fuera
de los medios, fuera de los textos oficiales?
Uno nunca sabe
de dónde salen realmente las ideas de las novelas que escribe. Por lo menos, yo
no lo sé. A veces aparecen en los lugares más insospechados, como una chispa.
En el caso de El hombre que amaba a los perros, los
orígenes fueron algo complicados. Pienso que muchas veces el desconocimiento
obligatorio induce a la curiosidad, y la curiosidad nos lleva a tratar de
conocer. Y fue lo que me pasó un poco con el caso de Trotsky. En una época en
la que había estudiado en la Universidad, que empezaba a hacer algunos trabajos
como periodista en revistas culturales y en un periódico cubano, y la figura de
Trotsky no existía. Era la misma política que se había seguido en la Unión
Soviética, donde Trotsky había desaparecido incluso de las fotos históricas en
las que todo el mundo sabía que aparecía este personaje que había tenido una
importancia crucial en la revolución de octubre. Y entonces dije: “Quiero saber
por qué este personaje es tan terriblemente malo”.
¿Y
dónde encontró información?
Fui a la
Biblioteca Nacional a ver qué literatura había sobre él y encontré que existía
uno de los dos tomos de su biografía, “Mi vida”, bastante maltratado, y dos
libros publicados en la Unión Soviética por una editorial que se llamaba
Progreso, que publicaba libros en lenguas extranjeras. Uno de ellos se llama
“Trotsky el traidor” y el otro “Trotsky el renegado”. Era muy clara la posición
que podía existir respecto de la figura de Trotsky. Bueno, este “traidor” y
“renegado”, que tuvo una importancia histórica tan grande, merece que uno trate
de saber algo de él. Pero, ¿de dónde sacar ese conocimiento?
La primera vez
que estuve en México, en el año 89, le pedí a un amigo que me llevara a la casa
en donde él había vivido, en Coyoacán, donde había sido asesinado. Ya la casa
en ese momento era el Museo del Derecho de Asilo. Y llegué a un sitio
prácticamente abandonado, polvoriento, con esos muros enormes que levantaron
para que Trotsky se protegiera de un asesino que él sabía que Stalin le iba a
mandar en algún momento. Y que finalmente fue inútil, porque el asesinó entró a
esa casa de una forma expedita, de una manera increíble. Y sentí una gran
conmoción al ver aquel lugar tan remoto, tan protegido, tan abandonado.
¿Sabía que Mercader había vivido en Cuba?
No, fue varios
años después, también de manera fortuita, que supe que Ramón Mercader había
vivido cuatro años en Cuba y había muerto allí. Eso también fue una especie de
conmoción, porque perfectamente, como cualquier otra persona, yo pude haberme
cruzado en alguna calle de La Habana con él. Y si eso hubiera ocurrido, incluso
si esa persona me hubiese dicho su nombre, yo hubiese seguido lo más campante,
porque no tenía la menor idea de quién era Ramón Mercader, en esa ignorancia
absoluta que tenía. Y tal vez me hubiera fijado, como le pasa al personaje de
la novela, en sus dos perros.
Usted
recordaba en una entrevista que se enteró de Trosas por revistas soviéticas de
fines de los 80, algunas de las cuales fueron prohibidas en la isla por ser
consideradas demasiado liberales....
Efectivamente.
Recuerdo que una de las primeras nociones sobre Trotsky, todavía muy pálida, me
llega en una publicación soviética de la época de la Perestroika. Había dos
revistas que circulaban en cuba: una se llamaba Novedades de Moscú y la otra
Sputnik. Eran parte del movimiento de la “glásnost” que se estaba desarrollando
en la URSS, y fueron incluso prohibidas en Cuba, porque decían, entre otras
cosas, que había existido un personaje llamado León Trotsky. Y creo que la
acumulación de todas estas evidencias, de alguna manera, despertó esa chispa de
la que surgió el interés por escribir esta novela, que fue bastante complicada.
Fueron cinco años de trabajo. Los primeros dos de pura investigación, buscando
libros y documentos en los lugares más insólitos.
Usted
tiene varias apostillas sobre el libro, una es sobre los dos galgos rusos que
son fundamentales en la escritura de la novela...
Y algunos de
ellos están asociados a la vida de Mercader en Cuba. Por supuesto, él vivía con
un nombre falso. Se llamaba Jaime Ramón López, que fue el nombre que le dieron
en Moscú cuando sale de la cárcel de México en 1960. Vive 14 años en Moscú y en
el año 74 logra venir a Cuba. Me imagino que debe haber sido por un acuerdo
entre ambos gobiernos. La esposa que él tenía, que había sido quien lo visitaba
en la cárcel, era mexicana y se había ido a vivir con él a la URSS. Pero ella
no resistía la vida en Moscú, ni la relación con los rusos ni el frío, y
constantemente insistía con buscar una opción. Y parece que Cuba fue la única
que se les presentó.
Este hombre que
vivía en el anonimato en Cuba, con un nombre falso, por supuesto que debía
tener relaciones con determinadas personas. Muy pocos sabían que se trataba de
Ramón Mercader. Pero pasaron cosas muy curiosas. Una es, por ejemplo, que los
perros de Mercader, estos galgos rusos, aparecen en una película cubana. Se
trata de “Los sobrevivientes”, del director más importante de Cuba, Tomás
Gutiérrez Alea. Él quería hacer una película a partir de un relato de un
escritor cubano, que cuenta la historia de una familia de la alta burguesía que
cuando triunfa la revolución decide encerrarse en una finca, con una enorme
mansión, a esperar a que lo que está ocurriendo afuera termine y así ellos
volver a su vida normal. Él estaba en el proceso de filmar esa película y
quería que esa familia de la alta burguesía cubana tuviera unos perros a la
altura de su poder económico y su clase. Y un día venía caminando por una calle
muy importante de La Habana, la Quinta Avenida (Gutiérrez Alea disfrutaba mucho
de caminar con su esposa, que era actriz, y hablar de sus proyectos). Y de
pronto vio que, en sentido contrario, venía caminando un hombre con dos perros
que en cuanto los vio dijo: “estos son los perros de mi familia burguesa”. A
partir de ahí se puso a pasear todos los días por esa calle hasta que se volvió
a cruzar con este hombre y le dijo: “Mire, señor, yo soy un director de cine y
quisiera utilizar a sus perros para una filmación. Ramón Mercader le dijo
“bueno, déjeme ver”, le dio una evasiva pero quedaron en contacto. Yo me
imagino que Mercader debió haber hablado con las personas que lo atendían en
Cuba y les debe haber contado lo que ocurrió y que este director de cine debe
haber recibido una visita en la que le dijeron quién era realmente este hombre.
¿Cómo se hizo este arreglo? No lo sé, pues cuando yo supe esta historia,
Gutiérrez Alea ya había muerto. Y su esposa, Mirtha Ibarra, recuerda muy poco
de cómo fue esa historia.
La próxima vez
que vean la película “Los sobrevivientes”, que además es una excelente
película, fíjense que en los primeros minutos, en los que se muestra la época
de esplendor de esa familia burguesa, aparecen dos perros bellísimos que son
los perros de Mercader.
En
el libro, además de Trotsky y Mercader, usted crea un personaje llamado Iván,
que le permite un poco hablar de la Cuba actual. ¿Iván es políticamente más
molesto que el propio Mercader?
El personaje de
Iván tiene un papel fundamental en esta novela. Yo quería escribir una novela
sobre el asesinato de Trotsky, sobre su asesino y las circunstancias que
rodearon este hecho y a estos personajes históricos. Pero necesitaba que esta
fuera una novela cubana. Que la perspectiva, que la vivencia cubana fuera la
que recorriera toda esta historia. Necesitaba de un personaje cubano que de
alguna manera le diera ese sentido y trajera a mi experiencia personal como
cubano, generacional, de haber vivido una época de todo este complejo proceso
histórico. Por eso creo al personaje de Iván. Un escritor que escribe un primer
libro de cuentos con cierto éxito en los años 70, un periodo medio oscuro de la
cultura cubana. Escribe un segundo libro y tiene determinados problemas con
distintos niveles de la censura, de la burocracia, y se desencanta como
escritor. El miedo lo vence. Y este personaje de Iván es un poco el receptor de
toda esta historia y es después quien la transmite a partir de un conocimiento
que tiene de un personaje que se llama Jaime López, que se pasea con dos perros
en la playa, y que le cuenta la historia de su supuesto amigo Ramón Mercader.
Fue muy difícil
darle una historia definitiva a este personaje, porque a pesar de tener un
componente real muy importante, no es en sí un personaje real; es un personaje
simbólico. Yo reúno en él toda una experiencia generacional con respecto a lo
que fue la vida en Cuba desde los años 70 hasta el presente. Incluso hasta su
propia muerte tiene un carácter simbólico, aunque no lo voy a decir por los que
aún no han leído la novela. Y expresa en una buena medida lo que fue, desde el
punto de vista humano, la experiencia de la práctica socialista en Cuba.
Utopías
y distopías
En
El hombre que amaba a los perros hay
tres escenarios que fueron también tres grandes utopías del siglo XX para las
izquierdas: la revolución rusa, la guerra civil española y la revolución
cubana. ¿Dónde queda la utopía de un mundo mejor cuando el resultado de estas
utopías es tan crudo y llevó a tanto nivel de degradación política y perversión
moral?
Creo que esta
novela es, fundamentalmente, una reflexión sobre la gran perversión de esa
utopía del siglo XX, de esa sociedad de los iguales que se pensaba construir.
Lo triste es que el fracaso de la utopía socialista, la desaparición de la
URSS, que no podía dejar de desaparecer un sistema sentado sobre las bases del
pensamiento de Stalin, que le dio la forma definitiva… Lo triste, decía, es que
no hayamos podido encontrar o fundar una nueva utopía. Incluso en América
Latina, en donde en los últimos diez años se ha vivido un giro hacia la
izquierda, con gobiernos con los cuales uno puede tener determinados acuerdos o
desacuerdos con métodos, retóricas o formas de plantear los problemas, pero que
han sido gobiernos que han tratado de recuperar cierta dignidad humana, de
combatir la pobreza. Pero igual falta, creo yo, ese pensamiento utópico. A mí
me pasa algo. Yo creo que la derecha siempre tiene muy claro sus objetivos. A
la izquierda le cuesta mucho trabajo clarificarlos. Y creo que ocurre, como le
ha ocurrido con frecuencia desde sus orígenes a los partidos trotskistas, las
escisiones. La izquierda se pasa la vida peleando unos con otros y difícilmente
llegando a acuerdos.
Me parece que
la crisis capitalista que está viviendo el mundo, sobre todo Europa, demuestra
que hay un modelo que ha entrado en una crisis profunda, de estructura, que no
se sabe incluso cuál va a ser su solución. Sin embargo, no se ven las
alternativas y eso me preocupa mucha. Creo que cualquier persona sensible con
respecto a lo que ocurre a su alrededor no podría no estar de acuerdo con que
el mundo necesita cambiar para mejor. Que hoy se está desintegrando
económicamente, ecológicamente, éticamente... en muchos sentidos.
Hay días en los
que me levantó muy pesimista, pero otros en los que me impongo ser optimista. Y
esos días yo creo que sí vamos a encontrar alguna forma de que el mundo sea el
lugar que nos merecemos para vivir por lo menos dignamente: alimentarse
normalmente, tener educación y salud públicas, libertad de expresión, de
conocimiento… En fin, esas cosas que pueden hacer que la vida de todos sea
mucho mejor.
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