Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Si se trabaja sólo para uno mismo, es posible convertirse en un hombre de fama, en un gran sabio, un excelente poeta, pero jamás en un verdadero gran hombre.
Por: Karl Marx (ensayo escrito a sus 17 años)
La
naturaleza ha determinado la esfera de actividad en la que debe moverse todo
animal, y éste se mueve apaciblemente en ella, sin intentar sobrepasar sus
límites, sin intentar siquiera echar un rápido vistazo más allá. También al
hombre en general la Divinidad le ha dado un fin, el de ennoblecer a la
humanidad y a sí mismo, pero le permite buscar por sí solo los medios mediante
los cuales realizar este fin; le deja elegir la posición en la sociedad más
adecuada para él, desde la cual podrá más fácilmente elevarse a sí mismo y a la
sociedad.
Esta
capacidad de elección es un gran privilegio para el hombre sobre el resto de la
creación, pero al mismo tiempo es una decisión que pude destruir toda su vida,
frustrar sus planes y hacerle infeliz. Recapacitar seriamente sobre esta
elección es, por tanto, el primer deber de un joven que comienza su carrera y
no quiere dejar sus asuntos más importantes al arbitrio de la suerte.
Todo
el mundo tiene un objetivo en perspectiva que, al menos para él, parece
sumamente importante, y así es de hecho si la más profunda de las convicciones,
la voz más íntima del propio corazón así lo declara, porque la Divinidad jamás
deja a un hombre mortal por completo solo y sin guía; él habla en voz baja,
pero certera.
Pero
esta voz puede fácilmente ahogarse, y lo que tomamos por inspiración puede ser
el producto de un instante que otro instante puede quizá destruir. Nuestra
imaginación, quizá, echa a volar, nuestras emociones nos alteran, vemos
fantasmas ante nuestros ojos, y nos lanzamos de cabeza hacia lo que el
impetuoso instinto nos sugiere, imaginando que la Deidad misma nos lo señala. Y
lo que ardientemente abrazamos pronto nos repele y vemos toda nuestra
existencia en ruinas.
Por
eso debemos examinar seriamente si estuvimos realmente inspirados en nuestra
elección de profesión, si nuestra voz interior lo aprueba, o si esta
inspiración es una ilusión, y lo que creemos la llamada de la Deidad no era más
que autoengaño. Pero, ¿cómo podemos reconocer algo sino rastreando la fuente de
la inspiración misma?
Aquello
que es grande brilla, su brillo incita a la ambición, y la ambición puede
fácilmente producir la inspiración o lo que creemos inspiración; la razón es
incapaz de reprimir al hombre tentado por el demonio de la ambición, que se
lanzará de cabeza sobre aquello que el impetuoso instinto le sugiere: ya no es
él quien elige su posición en la vida, en lugar de ello se ve determinado por
la suerte y la ilusión.
Tampoco
estamos llamados a adoptar la posición que nos ofrece las más brillantes
oportunidades; no es ésa la que, durante la larga serie de años en que quizá
tengamos que mantenerla, jamás nos canse, jamás nos desaliente, jamás nos haga
perder el entusiasmo, viendo pronto nuestros deseos insatisfechos, nuestras
ideas sin realizar, clamando contra la Deidad y maldiciendo a la humanidad.
Pero no
sólo la ambición puede despertar un entusiasmo repentino por una profesión
determinada; quizá nuestra imaginación pueda embellecerla, y embellecerla de
tal manera que nos parezca lo mejor que la vida puede ofrecernos. No la hemos
analizado en detalle, no hemos considerado toda la carga que implica, la gran
responsabilidad que nos impone; la hemos visto sólo desde la distancia, y la
distancia engaña.
Nuestra
propia razón no puede ser buena consejera aquí; porque no está sustentada ni
por la experiencia ni por una profunda observación, sino que se ve engañada por
la emoción y cegada por la fantasía. ¿Hacia quién volver entonces nuestros
ojos? ¿Quién nos apoyará allí donde nuestra razón nos abandona?
Nuestros
padres, que ya han recorrido el camino de la vida y han experimentado la
severidad del destino –nos lo
dice nuestro corazón.
Pero
si aun así nuestro entusiasmo persiste, si continuamos amando una profesión y
creyéndonos llamados a ella después de examinarlo a sangre fría, después de
conocer sus cargas y tomar conciencia de sus dificultades, entonces debemos
adoptarla, entonces ni nuestro entusiasmo nos engaña ni nuestra precipitación
nos desvía.
No
siempre, sin embargo, podemos alcanzar la posición a la que nos creemos
llamados; nuestras relaciones en la sociedad están ya fijadas hasta cierto
punto antes de que podamos influir en ellas.
…
Si
hemos considerado todo esto, y si nuestras condiciones de vida nos permiten
elegir cualquier profesión que queramos, podemos adoptar aquélla que nos
asegure el mayor bien, un bien basado en ideas de cuya verdad estemos por
completo convencidos, que nos ofrezca el abanico más amplio desde el que
trabajar para la humanidad, y que nos permita acercarnos verdaderamente al
propósito general para el que toda profesión no es más que un medio –la perfección.
Bien
es aquello que más eleva a un hombre, aquello que imprime la más alta nobleza a
sus acciones y a sus empresas, aquello que lo hace invulnerable, admirado por
la multitud y elevado por encima de ella.
…
Pero
la principal guía que debe dirigirnos en la elección de profesión es el
bienestar de la sociedad y nuestra propia perfección. No debe pensarse que
estos dos intereses puedan entrar en conflicto, que uno pueda destruir al otro;
por el contrario, la naturaleza humana está constituida de tal modo, que sólo
podemos atender a nuestra propia perfección trabajando por la perfección y el
bien de los demás.
Si se
trabaja sólo para uno mismo, es posible convertirse en un hombre de fama, en un
gran sabio, un excelente poeta, pero jamás en un verdadero gran hombre.
La
historia llama grandes hombres a aquellos que se ennoblecen a sí mismos
trabajando por el bien común; la experiencia aclama como a los hombres más felices
a aquéllos que hacen felices a un mayor número de personas; la religión misma
nos enseña que el ser ideal al que todos luchan por imitar se sacrificó a sí
mismo por el bien de la humanidad, ¿y quién se atrevería a despreciar tales
juicios?
Si hemos elegido la posición
en la vida en la que ante todo podemos ayudar a la humanidad, ninguna carga
podrá aplastarnos, porque los sacrificios serán en beneficio de todos; no
experimentaremos una felicidad egoísta, limitada y estrecha, sino que nuestra
felicidad pertenecerá a millones de personas, nuestros actos permanecerán
sosegada y perpetuamente vivos, y sobre nuestras cenizas caerán las cálidas
lágrimas de las personas nobles.
_______________
[1] REFLEXIONES DE UN JOVEN PARA LA ELECCIÓN DE SU PROFESIÓN - es un
ensayo escrito por Marx para los exámenes escolares en El Gimnasium Real
Frederick William III en Tréveris, en agosto de 1835. Solo siete páginas del
examen de Marx se han conservado. El ensayo antedicho, para la elección del
escritor, un ensayo en latín sobre el reino de Augusto y un ensayo religioso,
un latín inadvertido, una traducción del griego, una traducción en francés, y
un folio sobre matemáticas (todos publicados en Marx/Engels,Historisch-Kritische
Gesamtausgabe, Erste Abteilung, Atan 1, Zweiter Halbband, Berlín, 1929, S.
164-82). En el original hay numerosas acotaciones, presumiblemente hechas por
el maestro de historia y filosofía, el entonces director de colegio del
gimnasio, Johann Hugo Wyttenbach, que no se reproducen en la edición presente.
Él también hizo el comentario siguiente: "Bastante bueno. El ensayo es
marcado por una riqueza de pensamiento y una narración sistematizada buena.
Pero generalmente el autor aquí ha cometido mucho un error 'peculiarmente busca
expresiones pintorescas detalladas para la elaboración. Por consiguiente muchos
pasajes subrayan la falta la claridad necesaria y de definición; y, a menudo,
la precisión en las expresiones separadas así como en los párrafos
enteros". En inglés, este ensayo se publicó en 1961 en los Estados
Unidos, en el periódico The
New Scholasticism, Vol. XXXV, No. 2, Baltimore-Washington, el pp. 197-20 1,
y en las Writings of the Young
Marx on Philosophy and Society, Garden City, Nueva York, 1967, el pp.
35-39.
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