Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Antonio Peredo
Leigue ha muerto. La noticia la conocimos esta misma noche. Su
valiente corazón dijo no puedo más y aquí me quedo. Escribo estas líneas en su
honor y desde el honor inmenso que significa para mí, haber contado con su
amistad y su sabiduría. Hay un tipo de historia y de historiadores, que narran
el devenir de los pueblos desde las aventuras y desventuras del poder y de
quienes lo ejercen. Libros donde la historia es producto de la voluntad de los
reyes y los presidentes, de sus más adelantados y temerarios cortesanos. En el
caso boliviano, libros donde, por ejemplo, la recuperación de la democracia y
cualquier conquista se debe a la sagacidad de generales y políticos de vieja
estirpe; y donde el pueblo es apenas el telón de fondo, desenfocado, que
engalana las fotografías oficiales. Esta historia no contará jamás con el
nombre de Antonio Peredo Leigue entre sus páginas, porque Antonio Peredo Leigue
luchó todos los días de su vida desde y por el campo popular.
Es por eso que, desde el campo popular, esta es una
hora para recordar y llorar al compañero perdido. Pero sobre todo, para tener
presentes las enseñanzas de su ejemplo, la obligación que impone su conducta
modélica. Tres rosas rojas destacan, a mi entender, de entre el ramillete de su
apostolado: la humildad, la disciplina y la temperancia. Antonio Peredo,
nuestro querido don Antonio, era un hombre de una vasta cultura, producto de
una sostenida y escrupulosa afición a la lectura, que le permitía opinar y transmitir
sus conocimientos oportuna y sencillamente. Pese a esto, jamás se le oyó o leyó
hacer soberbia gala de la prodigiosa información que manejaba. Nunca aplacó ni
humilló a un contendiente valiéndose de su erudición.
Ejerció el periodismo y la política con minuciosidad
de orfebre. No confundió nunca la objetividad con la neutralidad, consciente de
que su labor superaba a su sujeto histórico concreto y debía ponerse al
servicio, minuciosamente, no de quienes escriben la historia, sino de aquellos
que la padecen. El estupendo profesional que fue, en el periodismo y la
política, estaba lejos, lejísimo, del oropel vano de los grados y las
investiduras. Nada más ajeno a él que las solemnidades y los privilegios. Lo
suyo, era el oficio cotidiano de quien sabe que en cada gesto se dignifica y
reinventa, se depura y ennoblece la faena que se ejecuta. Antonio Peredo y Luis
Espinal son sin duda las dos figuras centrales, queridas, del periodismo
boliviano.
En un país y un continente, en un tiempo y en un
mundo, acostumbrado a desbaratar al enemigo sin el menor remordimiento, Antonio
Peredo luchó y defendió sus posiciones sin odios ni resentimientos; sino tan
solo armado de la apasionada fe en sus convicciones, de la íntima confianza en
la necesidad y la nobleza de sus ideas, de la clara consciencia de que éstas
serán un día la luminosa realidad de todos los desamparados de la tierra.
Quienes lo persiguieron, encarcelaron y atormentaron su cuerpo, así lo sabían;
quienes lo odiaron y despreciaron por su palabra fecunda, así lo temían. Por
eso su verdad y su ejemplo prevalecerán, porque son el fruto magnífico de un
apóstol del desierto. Su honestidad intelectual estuvo hasta el último de sus
días, por encima de los cálculos coyunturales y las lealtades de grupo.
Compañero Antonio Peredo Leigue, amigo,
revolucionario, rebelde: “Yo canto para luego tu perfil y tu gracia. / La
madurez insigne de tu conocimiento. / La tristeza que tuvo tu valiente
alegría.”
Alejandro
Zárate Bladés
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