Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Alfredo Rada
Al
ver los enfrentamientos en la mina Colquiri, inevitablemente recordamos lo
sucedido en otra mina, Huanuni, los días 5 y 6 de octubre de 2006, cuando la
disputa por el cerro Posokoni, el reservorio estañífero más grande del país,
tuvo un desenlace fatal.
El
enfrentamiento a bala y dinamita entre trabajadores de las cuatro cooperativas
mineras que predominaban en Huanuni, y obreros pertenecientes a la Corporación
Minera de Bolivia (Comibol) dejó un saldo de 12 muertos y 56 heridos.
Fue
una verdadera tragedia que llevó a la defenestración del ministro de Minería,
que era representante de la Federación Nacional de Cooperativas Mineras
(Fencomin) y su inmediata sustitución por un hombre, Guillermo Dalence, formado
en la tradición minero-sindical vinculada a la Central Obrera Boliviana.
El
ministro Dalence tuvo a su cargo la tarea de resolver el problema social de
Huanuni y lo hizo aplicando el decreto 28901 que revirtió al Estado todas las
concesiones otorgadas a las cooperativas, fortaleciendo a la Empresa Minera
Huanuni como entidad estatal estratégica y dependiente de Comibol.
Fue
así que se contrató casi a la totalidad de los trabajadores cooperativistas,
incrementando la fuerza laboral de Huanuni de 800 a 5.000 obreros, con lo que
se convirtió en el centro productivo con mayor concentración proletaria del
país.
Luego
de este cimbronazo, en los años siguientes el Gobierno manifestó, y en
reiteradas ocasiones, su intención de nacionalizar varias minas concesionadas a
la empresa Sinchi Wayra, filial de la transnacional Glencore. Esas minas eran
Porco (ubicada en Potosí), Bolívar (en Oruro) y la propia Colquiri (en La Paz).
Pero
ante cada anuncio gubernamental respondían los dirigentes sindicales de esos
distritos oponiéndose con el argumento de que estaban “defendiendo sus fuentes
de trabajo”; en los hechos apoyaban a la empresa transnacional.
En
términos de un análisis marxista se diría que, en ese momento, esos obreros
sindicalizados tenían condición de clase, pero no conciencia de clase, porque
seguían asumiendo como propios los intereses patronales.
En
los últimos diez años, al interior del sector cooperativista minero,
beneficiado por la coyuntura internacional de altos precios de los minerales,
se generaron procesos de acumulación capitalista que terminaron por constituir
nuevas fracciones de clases sociales.
Como
es lógico, cuando hay ciclos de expansión económica, sus afiliados subieron de
30.000 a 80.000, todos ellos bajo el denominativo genérico de socios. Pero la
diferenciación social entre un pequeño segmento que conforma ya una nueva
burguesía y las decenas de miles de trabajadores a los que contrata en tanto
poseedora del capital, no respeta los criterios formales o estatutarios como
aquél de que “en las cooperativas todos somos socios”.
La
alianza entre el Gobierno y Fencomin, que se había debilitado luego de los
sucesos de Huanuni, gradualmente se fue restableciendo. Esto ha permitido a la
dirigencia del sector sumar poder político al poder económico que ya posee.
Pero
esta alianza sumamente positiva para el proceso de cambio y para el Gobierno
del presidente Evo Morales, especialmente en los momentos de arremetida
cívico-prefectural de la “media luna” en 2007-2008, y en el proceso de
aprobación de la nueva Constitución Política del Estado Plurinacional, comienza
ahora a mostrar algunas aristas problemáticas.
Hace
tres semanas, la toma de la mina Colquiri (palabra aymara que significa “mesa
de plata”) por la Cooperativa Minera 26 de Febrero Ltda. activó un conflicto
social en la zona.
Ante
la ocupación de su centro de trabajo, los trabajadores sindicalizados
respondieron exigiendo la nacionalización de la empresa. Los dos bandos
chocaron a fuerza de dinamitazos, ocasionando más de 20 heridos. El conflicto
estuvo a punto de generalizarse hacia otras regiones mineras, lo que finalmente
no sucedió.
Pero,
¿cuándo se originó el problema?, meses antes, cuando la cooperativa acordó con
la empresa Sinchi Wayra un arrendamiento de una de las vetas (la veta Rosario)
de aquel centro minero, con lo que desató (hasta podríamos pensar que la
transnacional buscaba desatar) una pugna de intereses que, en su agravamiento,
tuvo esta vez no un desenlace trágico como el de Huanuni, sino una salida
pactada en arduas negociaciones conducidas por el ministro Carlos Romero.
El
acuerdo sustentó una decisión gubernamental que lleva las cosas a un plano
superior.
La
nacionalización de Colquiri efectuada mediante el Decreto Supremo 1264 revierte
a favor del Estado la totalidad del centro minero que ahora será operado en su
mayor parte (se calcula un 60 a 70%) directamente por la nueva Empresa Minera
Colquiri, dependiente de Comibol, y, en una parte menor, por la Cooperativa 26
de Febrero, en arrendamiento. Se contempla el pago por la maquinaria, equipo e
insumos nacionalizados a Sinchi Wayra, aspecto que no desvirtúa el conjunto de
la medida.
Antes
de comenzar formalmente sus operaciones, la nueva empresa estatal comienza a
atraer a cientos de trabajadores (muchos de ellos a destajo o jornaleros) de la
cooperativa, que ven en su incorporación a Comibol la posibilidad de contar con
una fuente de trabajo estable, pero también de acceder al ejercicio pleno de
sus derechos laborales y a la organización sindical.
Ya
había ocurrido lo mismo en Huanuni, donde hubo una migración masiva de mineros
que trabajaban en condiciones de informalidad hacia filas estatales. Puede de
esto derivarse una hipótesis: la alianza del Gobierno debiera ser
fundamentalmente con las numerosas bases laborales del cooperativismo.
El
decreto promulgado el 20 de junio deja fuera de las labores extractivas y
productivas directas a la empresa transnacional. Es indudable que se trata de
un avance en el control nacional de los sectores estratégicos de la economía,
un avance que seguirá reconfigurando el panorama de la minería en Bolivia.
Es
indudable que fortalece al sector minero estatal que accede así a una nueva
fuente de generación de excedentes económicos netos (mientras los precios
internacionales sigan altos).
Es indudable, también, que refuerza a los sindicatos de trabajadores mineros con la incorporación de un nuevo contingente obrero sin mentalidad conservadora.
Es indudable, también, que refuerza a los sindicatos de trabajadores mineros con la incorporación de un nuevo contingente obrero sin mentalidad conservadora.
La
medida dará renovado impulso a las tendencias nacionalizadoras y volverá a
poner en la agenda de los temas impostergables la aprobación de una nueva Ley
Minera que reemplace los contenidos neoliberales del viejo Código de Minería de
1997.
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