Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Jaime Iturri
Cuando teníamos 15 años todos querían bailar como John Travolta, ya que en ese lejano 1978 se había estrenado Saturday Night Fever. Pero nosotros no. Por el contrario, asumíamos esa música como lejana y alienante. Quizá de ahí venga mi desconocimiento del rock, algo que por lo demás no me siento orgulloso. Es solo una asignatura pendiente, entre tantas otras.
Pero volvamos al 78. Vientos de democracia llegaban a Bolivia, volvían los exiliados; libros, revistas y periódicos subversivos se vendían en las calles, en las ferias, en los rincones.
Sin embargo, era en la Bolivia musical, donde la danza y el canto se llevan la flor, donde se encontraba la mayor y mejor demostración de nuestros sueños, alegría, pesares, utopía y un largo etcétera.
Pero además del ritmo y la cadencia estaba el sentido. Era música que no entendíamos y que mostraba un tipo de vida del que nos sentíamos alejados años luz. No era vivir lo nuestro, sentir lo nuestro. Por un lado, la herencia de nuestros mayores reflejada en el amor por Bolivia, pero por otro, las ganas de transformar este país, de cambiarlo, de revolucionarlo.
Fuimos la generación que reconquistó la democracia, la que luchamos contra la demodura del neoliberalismo, la que escribía en las paredes “Libertad y revolución”. La que redescubrió a Julián Apaza y a Zárate “el temible” Willka.
Y una parte indisoluble fueron los cantantes que, como el Jechu Durán, nos contaban que venían cuatro valientes “bordeados de luna sus ponchos de puna”. No en vano el tema se llama Explicación de mi país, un país que estábamos empezando a descubrir, tan alejado de los manuales, tan cercano a nuestras vivencias.
Buscábamos esa “semilla de quinua encendida” en las asambleas, en las calles, en las plazas; y como dice otra canción, lo hacíamos “desparramando la brasa”. Nada de lo que tenemos hoy hubiera sido posible sin esa lucha, sin esos desvelos, sin esas pasiones; parte de un todo más grande y más compacto que fue la epopeya de todo un pueblo, como el cuarto jinete de la canción del Jechu.
Y el Jechu fue parte trascendental de la época y del arte de esa época: la “estética de la resistencia”. Ha partido a encontrarse con el Felipe Delgado, con su papá, el Jaime Saenz, con la Ninfa y la Trini. Ahí nos esperará mientras nosotros seguimos buscando “oro para su cofre”.
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