Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Fernando Mayorga
Se difunde un criterio erróneo sobre el proceso electoral. Se dice que es aburrido e insípido. Este criterio se repite en el espacio mediático. Y es repetido por eventuales analistas desencantados por la ausencia de polarización política, aquella que en anteriores eventos electorales les permitía realizar sesudos análisis en blanco y negro, a favor y en contra, máscara contra cabellera. En realidad, el aburrimiento y la insipidez tiene que ver con los incisivos analistas (sobresalen los periodistas y los “dijei”), no es culpa de los candidatos. Ellos tienen que adaptarse a las condiciones del contexto político, que tiene como rasgo central el predominio de la reforma incremental y la capacidad hegemónica del proyecto estatal. Así que no hay razones para que aparezcan “grandes relatos”, ni “héroes”, ni “enemigos a muerte”. El candidato oficialista lo dijo hace tres meses, algo impensable hace seis años: “campañas electorales sin ataques al adversario”. Y estos días subió la temperatura de la discusión porque dos postulantes opositores se acusaron de “robo de votos” y ser “funcionales al MAS”. Qué grave.
Por eso se aburren los analistas circunstanciales, por la carencia de material inflamable, pese a los enormes esfuerzos de reporteros y locutores, de periodistas y comunicadores para armar una agenda noticiosa con sangre, sudor y lágrimas. Sensacionalismo, pues. Logran su propósito con algunos asuntos, como la inseguridad ciudadana, que no pueden tener efectos en la orientación de preferencias electorales, porque ese tema no se asienta en un clivaje, no expresa una contradicción social y, por eso, no se encarna en una fórmula electoral. ¿Acaso no se acuerdan que en los comicios de 2002 (el tema de la inseguridad no es novedoso) un candidato de derecha pensó que obtendría respaldo en las urnas lanzando su propuesta de pena de muerte? El silencio sepultó esas palabras y nadie se acuerda cuántos votos obtuvo ese modernísimo político. Algo similar ocurre y ocurrirá actualmente con la pulp fiction viral, porque ese tipo de “guerra sucia” es efímera y volátil.
Con todo, los criterios negativos acerca de la ausencia de épica en la campaña electoral se repiten como cantaleta en el espacio mediático, sobre todo en radio y televisión (por cierto, titulé una de mis columnas: Elecciones sin emociones, pero no era queja), sin embargo, esas nociones no dominan la esfera pública. Obviamente, aunque algunos analistas/periodistas se/las confunden, la esfera pública no se reduce al espacio mediático. La esfera pública tiene varias dimensiones de análisis, una de ellas es la opinión de los ciudadanos que es auscultada mediante encuestas, y en ellas predominan las miradas positivas por el presente y el futuro del país. Y las ofertas electorales de los partidos tienen que adecuarse a ese clima de opinión ciudadana aunque, obviamente, con sus matices y sus diferenciaciones, con críticas a la gestión gubernamental y planteando alternativas de política pública, pero sin cuestionar la médula del Estado Plurinacional: protagonismo estatal respecto al mercado y la inversión extranjera; articulación de actores, organizaciones y culturas indígenas, la democracia intercultural y el modelo de desarrollo, impulso a la industrialización con criterios de sustentabilidad ambiental; mantenimiento o ampliación de la redistribución de excedentes económicos mediante bonos y políticas sociales dirigidas a reducir la pobreza; y descentralización mediante la implementación de las autonomías departamentales e indígenas.
En las elecciones de 2005 y en el revocatorio de 2008 los medios de comunicación masivos mostraban un panorama cercano a la catástrofe, pero la gente actuó con certeza y racionalidad concentrando su votación para reducir la incertidumbre. Recuerdo a un par de corresponsales de guerra (sic) de cadenas televisivas internacionales preguntándome sobre los riesgos de disturbios, y abriendo sus ojos claros ante mi respuesta frustrante: “el domingo no uses chaleco antibalas ni tomes clonazepan; aquí no habrá guerra civil, prepárate para un día de fiesta y paz”. Las urnas ratificaron esa disyunción entre espacio mediático y opinión pública. Algo similar está sucediendo en la actualidad, pero por suerte sin bajos instintos, ni apocalipsis ¡ya!
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