Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por Coco Manto
Muchos siglos antes de la llegada de los conquistadores, el Ekeko era una deidad de los pueblos andinos para afrontar el hambre o las crisis por la desesperanza. Miniatura tallada en piedra, era el dador de alimentos y el gozne espiritual para hacer girar la alegría de vivir.
¿En qué culto religioso hay un ídolo como él, que ríe, sonríe siempre y auspicia la abundancia sin exigir sacrificios sangrientos ni súplicas lacrimosas? ¿A qué dios o diosecillo, con qué liturgia, se le piden favores materiales sin oraciones impuestas por un jerarca eclesial y sin más rito que la espontaneidad de pedir en la confianza y en la ilusión de recibir?
El Ekeko fue el primer ídolo originario sacrificado por los monoteístas de espada y cruz, tras ser acusado de generar idolatrías y sentenciado luego a la desaparición.
A los que lucraban con la salvación en el cielo no les parecía bien que los aymaras agradecieran la intercesión del Ekeko ante la Pachamama por la providencia de la papa, quinua, agua, oca, maíz, coca, etcétera. Y tampoco aceptaban que la salud fuese consecuencia de la alimentación (si era su dios el que proveía la comida) ni que la chacra, el techo, las ropas y las cosas domésticas no fueran dados al hombre sino por obra de la Providencia.
La Colonia impuso sus dogmas a fuerza de flagelos terrestres y condenas celestiales para extirpar el culto aymara al Ekeko. La prohibición duró más de 200 años.
Dicen los cronistas que en 1781, en el fragor del cerco impuesto a La Paz por los rebeldes de Túpac Katari, los indios —estantes que no habitantes de la ciudad colonial— convencieron al virrey Sebastián de Segurola para rehabilitar la bonanza del Ekeko. Y que dicha autoridad, a regañadientes pero en el extremo de la necesidad —la gente estaba ya masticando el cuero de botas y cinturones— toleró la reposición del culto pagano.
Pachakuti —el eterno retorno— propició la vuelta del Ekeko con su figura matriz: panzoncito, de baja estatura y muy sonriente… aunque con el bigote y patillas de aquel virrey. El ternito, la corbata y los botines son ya imposiciones republicanas.
El albor de su leyenda. De su presencia precolombina en predios del Lago Titikaka da cuenta el antropólogo Fernando Montes Ruiz en su libro La máscara de piedra. El Iqiqu —pronunciación correcta, toda vez que en el aymara original no existen las vocales e y o— era un ser fornido, de baja estatura, caritativo y sonriente, pleno de poderes dados por Apu Qullana Awki (antiguo dios poderoso) que moraba en las alturas de Khunu Qullu (cerro nevado), sin duda el Illimani Achachilasa.
Maymaranaca (en aquel tiempo) los aymaras de la región lacustre contaban que el Iqiqu tenía poder para solventar hambrunas colectivas y que su mejor virtud era que “al que lloraba hacía reír”.
Una mala vez, decían, llegó Auka (el maligno) con gente sanguinaria. Barbudo y con armas de fierro, apresó al Iqiqu “cuando estaba ilusionando” a los pobladores y, tras despedazarlo, ordenó sepultar los pedazos en el altiplano y la cordillera.
Desde entonces, Iqiqu está regresando a Wiñay Marka (el pueblo eterno) repartido en graciosas miniaturas, prometiendo abundancia, como las semillas. Será flor y fruto en la esperanza de creer.
Y como toda resurrección es larga hay que ser paciente. En esa espera la gente se pone a tentar a la ilusión en la Feria de Alasitaw (vendéme-compráme, intercambiémos…) cada año desde el 24 de enero.
El Ekeko es hoy un símbolo de la abundancia plurinacional en la patria cargada de recursos naturales y en el tiempo en que el Auka capitalista está haciendo ruidoso crac. Quién sabe si por eso la otrora regañona Iglesia participa en el juego “bendiciendo” los billetitos de la fortuna que administra el Ekeko en la ilusión social.
También don Enrique Oblitas Poblete habla de ellos en su libro Cultura Kallawaya. Dice que son “hombrecitos barrigones, sonrientes, distribuidores de favores” que vivían en Suttilaya (región de la claridad), cerca de Sullk’a Charazani.
Añade que los Eqeqos (el fonema es de Oblitas) eran medios hermanos de los Anchanchus, seres altos, de mal genio, egoístas y enemigos de la risa que necesita el hombre para cruzar los trances de la vida. Ekeko-Anchanchu en la dualidad aymara: amor-odio; risa-rabia, alto-bajo, cerca-lejos, etcétera.
Petiso (de petición). Su nombre está vinculado a la pock’orancia (abundancia) que mentan las abuelas bolivianas cuando desean y piden favores. “Petiso de petición”, dijimos de él en un texto periodístico del siglo pasado.
Su sola figura jocunda y benefactora, prestigiada para otorgar favores a cambio de una pitadita de cigarro o un puñadito de coca cada primer viernes de mes, es un mentís de burla y desdén a la sarta de calumnias e insultos que contra su presunto carácter disoluto, alcahuete y descreído —ajeno al carácter de los exigentes y soberbios dioses tutelares de la especie humana—, escribieron algunos cronistas desde 1557.
En la órbita del denuesto racista y discriminador contra el diosito de la abundancia se anotaron Matienzo, Morúa, Cabeza de Vaca, Ulloa de Mogollón, Squier, Bandelier, Plummer, Bautista Saavedra, Arguedas, Paredes Candia y una tediosa lista de croniqueros prejuiciados y colonialistas.
En esa onda de perdedores también bracean hoy los que, por ejemplo, maldicen a la hoja de coca, a la que los cronistas de la Colonia llamaban “hostia del diablo” porque veían que los indios le hablaban en voz baja, suplicándole salud y fuerza, antes de ponérsela en solemnes puñaditos dentro de la boca.
Ese delicado contacto humano con la hoja de vida, que es la coca, pervive en el Acullico, práctica reconocida finalmente por la ONU. Victoria de los pueblos que celebramos los pueblos. Ekeko. Eke-ckockaui. Eke-coca.
El autor es escritor y periodista, fue embajador de Bolivia en México
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