Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Carla Espósito Guevara
Parece
que nos estamos acostumbrando a los escándalos semanales protagonizados por
alguna autoridad del (des)gobierno de Áñez. Esta semana le tocó al ahora
exministro de Minería, Fernando Vásquez, merced a unas desafortunadas
declaraciones entorno a su blanquitud. Si bien el Ministro fue destituido por
ellas, urgen algunas reflexiones al respecto, ya que las suyas no son
declaraciones asiladas, por el contrario, son moneda común en las redes
sociales y tienen un hilo de continuidad con otras realizadas por la propia
Áñez y Carlos Mesa, cuyo “pedigree” conocemos de sobra.
La
blanquitud de nuestro ojiverde exMinistro es prueba irrefutable y una alerta de
que las ideas raciales que clasifican a la ciudadanía en función a su color de
piel han resurgido con inusitado desparpajo y son parte de una forma de ver el
mundo de sectores sociales que ahora, por infortunio de la historia, les toca
gobernar este país.
Muchos
dirán: ¡las razas no existen! Y es cierto, no existen como realidades
biológicas, pero existen como construcciones sociales, como invenciones
culturales de los grupos de poder. Tan imaginadas son que, probablemente,
cuando nuestro exMinistro se mira en el espejo este le devuelve una blanquitud
ilusoria, pero necesaria para creer en ella y justificar su posición en una
escala de poder.
En
Bolivia la imaginación racial es muy poderosa. Hay una obsesión de las élites
por clasificar los olores y colores del cuerpo y han desarrollado una jerarquía
casi infinita asociada a los tonos y pigmentos de la piel, que han hecho de
este país una “sociedad pigmentocrática” que lleva a unos a despreciarse a sí
mismos y a otros a buscar métodos de blanqueamiento. Un imaginario reciente
asociado a la piel es que el tono oscuro está relacionado al perfil deshonesto
y ladino, propio de la caracterización que se ha hecho del Movimiento Al
Socialismo (MAS), y otro, que la posición política responde al color de la
piel, como supone el distinguido Ministro. En suma, ideas que atribuyen hechos
sociales a un aspecto biológico.
Las
marcaciones corporales con fines racializantes no son solo marcas, implican
también formas de relacionamiento social, constituyen sistemas jerárquicos y de
discriminación social. Quienes poseen el poder de clasificar se sitúan en la
cúspide de ese sistema de poder respecto a los “otros” que son clasificados. A
su vez el poder de clasificar crea también un espíritu de cuerpo, una
comunidad, al interior de quienes están en la cima del sistema clasificatorio,
del cual el rubio exMinistro siente formar parte.
Esta
construcción social de las razas supone un sistema de clasificación que tiene
carácter histórico. El sistema clasificatorio dominante en América Latina fue
instaurado en la Colonia como una política con fines económicos relacionados al
trabajo y al pago de impuestos, por eso existe una relación tan cercana entre
los sectores indígenas y las escalas laborales más bajas. Ese sistema
etnia/clase no ha desaparecido, fue heredado y reproducido por los criollos
para sus propios fines.
En
Bolivia los grupos dominantes han recurrido a múltiples formas de violencia
para mantener y reproducir este sistema etnia/clase de poder. La subversión
merece un castigo y la mayor subversión es, sin duda, un indio en el poder.
Desde el asesinato de Zárate Willka, hasta hechos de Senkata, Huayllani,
pasando por otros actos racistas como los ocurridos en Sucre, Santa Cruz y
Cochabamba y la creación de grupos como la Resistencia Juvenil Cochala, tenemos
el método que las élites locales han utilizado para “poner o mantener a la
indiada en su lugar”.
El
racismo no es un fenómeno nuevo, existe en todo el mundo, tiene épocas de auge
y otras de descenso, pero lo que vemos con absoluta perplejidad en Bolivia es
el resurgimiento descarnado de ideas raciales propias del social darwinismo y
quienes las poseen están otra vez en el poder y dispuestos a matar. La pregunta
es: ¿qué podemos esperar en un país gobernado por gente que desprecia
profundamente a la otra mitad de su población, porque la considera casi una
bestia, pariente cercana de los macacos, “salvaje” o satánica”? Me aterra
responder a esa pregunta.
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Socióloga
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