Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por:
José Carlos Mariátegui
Laten en el Perú las primeras inquietudes feministas. Existen
algunas células, algunos núcleos de feminismo. Los propugnadores del
nacionalismo a ultranza pensarían probablemente: he ahí otra idea exótica, otra
idea forastera que se injerta en la mentalidad peruana.
Tranquilicemos un poco a esta gente aprensiva. No hay que ver en
el feminismo una idea exótica, una idea extranjera. Hay que ver, simplemente,
una idea humana. Una idea característica de una civilización, peculiar a una
época. Y, por ende, una idea con derecho de ciudadanía en el Perú, como en
cualquier otro segmento del mundo civilizado.
El feminismo no ha aparecido en el Perú artificial ni
arbitrariamente. Ha aparecido como una consecuencia de las nuevas formas del
trabajo intellectual y manual de la
mujer. Las mujeres de real filiación feminista son las mujeres que trabajan,
las mujeres que estudian. La idea feminista prospera entre las mujeres de
oficio intelectual o de oficio manual: profesoras universitarias, obreras.
Encuentra un ambiente propicio a su desarrollo en las aulas universitarias, que
atraen cada vez más a las mujeres peruanas, y en los sindicatos obreros, en los
cuales las mujeres de las fábricas se enrolan y organizan con los mismos
derechos y los mismos deberes que los hombres. Aparte de este feminismo
espontáneo y orgánico, que recluta sus adherents
entre las diversas categorías del trabajo femenino, existe aquí, como en otras
partes, un feminismo de diletantes un poco pedante y otro poco mundana. Las
feministas de este rango convierten el feminismo en un simple ejercicio
literario, en un mero deporte de moda.
Nadie debe sorprenderse de que todas las mujeres no se reúnan en
un movimiento feminista único. El feminismo tiene, necesariamente, varios
colores, diversas tendencias. Se puede distinguir en el feminismo tres tendencies fundamentals, tres colores sustantivos: feminismo burgués, feminismo
pequeño-burgués y feminismo proletario. Cada uno de estos feminismos formula
sus reivindicaciones de una manera distinta. La mujer burguesa solidariza su
feminismo con el interés de la clase conservadora. La mujer proletaria
consustancia su feminismo con la fe de las multitudes revolucionarias en la
sociedad futura. La lucha de clases –hecho histórico y no aserción teórica- se
refleja en el plano feminista. Las mujeres, como los hombres, son
reaccionarias, centristas o revolucionarias. No pueden, por consiguiente,
combatir juntas la misma batalla. En el actual panorama humano, la clase
diferencia a los individuos más que el sexo.
Pero esta pluralidad del feminismo no depende de la teoría en sí
mismo. Depende. Más bien, de sus deformaciones practices. El feminismo, como idea pura, es esencialmente
revolucionario. El pensamiento y la actitud de las mujeres que se sientan al
mismo tiempo feministas y conservadoras carecen, por tanto, de íntima
coherencia. El conservatismo trabaja por mantener la organización tradicional
de la sociedad. Esa organización niega a la mujer los derechos que la mujer
quiere adquirir. Las feministas de la burguesía aceptan todas las consecuencias
del orden vigente, menos las que se oponen a las reivindicaciones de la mujer.
Sostienen tácitamente la tesis absurda de que la sola reforma que la sociedad
necesita es la reforma feminista. La protesta de estas feministas contra el
orden Viejo es demasiado exclusiva para ser válida.
Cierto que las raíces históricas del feminismo están en el
espíritu liberal. La revolución francesa contuvo los primeros gérmenes del
movimiento feminista. Por primera vez se planteó entonces, en términos
precisos, la cuestión de la emancipación de la mujer. Babeuf, el leader de la
conjuración de los iguales, fue un assertor de las reivindicaciones feministas.
Babeuf arengaba así a sus amigos: “no impongáis silencio a este sexo que no
merece que se le desdeñe. Realzad más bien la más bella porción de vosotros
mismos. Si no contáis para nada a las mujeres en vuestra república, haréis de
ellas pequeñas amantes de la monarquía. Su influencia será tal que ellas la
restaurarán. Si, por el contrario, las contáis para algo, haréis de ellas
Cornelias y Lucrecias. Ellas os darán Brutos, Gracos y Scevolas.” Polemizando
con los anti-feministas, Babeuf hablaba de “este sexo que la tiranía de los
hombres ha querido siempre anonadar, de este sexo que no ha sido inútil jamás
en las revoluciones”. Mas la revolución francesa no quiso acordar a las mujeres
la igualdad y la libertad propugnadas por estas voces jacobinas o igualitarias.
Los Derechos del Hombre, como una vez he escrito, podían haberse llamado, más
bien Derechos del Varón. La democracia burguesa ha sido una democracia
exclusivamente masculina.
Nacido de la matriz liberal, el feminismo no ha podido ser actuado
durante el proceso capitalista. Es ahora, cuando la trayectoria histórica de la
democracia llega a su fin, que la mujer adquiere los derechos políticos y
jurídicos del varón. Y es la revolución rusa la que ha concedido explícita y
categóricamente a la mujer la igualdad y la libertad que hace más de un siglo
reclamaban en vano de la revolución francesa Babeuf y los igualitarios.
Más si la democracia burguesa no ha realizado el feminismo, ha
creado involuntariamente las condiciones y las premises morales y materials de
su realización. La ha valorizado como elemento productor, como factor
económico, al hacer de su trabajo un uso cada día más extenso y más intenso. El
trabajo muda radicalmente la mentalidad y el espíritu femeninos. La mujer
adquiere, en virtud del trabajo, una nueva noción de sí misma. Antiguamente, la
sociedad destinaba a la mujer al matrimonio o a la barraganía. Presentemente,
la destina, ante todo, al trabajo. Este hecho ha cambiado y ha elevado la
posición de la mujer en la vida. Los que impugnan el feminismo y sus progresos
con argumentos sentimentales o tradicionalistas pretenden que la mujer debe ser
educada sólo para el hogar. Pero, prácticamente, esto quiere decir que la mujer
debe ser educada sólo para funciones de hembra y de madre. La defensa de la
poesía del hogar es, en realidad, una defensa de la servidumbre de la mujer. En
vez de ennoblecer y dignificar el rol de la mujer, lo disminuye y lo rebaja. La
mujer es algo más que una madre y que una hembra, así como el hombre es algo
más que un macho.
El tipo de mujer que produzca una civilización nueva tiene que ser
sustancialmente distinto del que ha formado la civilización que ahora declina.
En un artículo sobre la mujer y la política, he examinado así algunos aspectos
de este tema: “a los trovadores y a los enamorados de la frivolidad femenina no
les falta razón para inquietarse. El tipo de mujer creado por un siglo de
refinamiento capitalista está condenado a la decadencia y al tramonto. Un
literato italiano, Pitigrillo, clasifica a este tipo de mujer contemporánea
como un tipo de mamífero de lujo.
“Y bien, este mamífero de lujo se irá agotando poco a poco. A
medida que el sistema colectivista reemplace al sistema individualista,
decaerán el lujo y la elegancia femeninas. La humanidad perderá algunos
mamíferos de lujo; pero ganará muchas mujeres. Los trajes de la mujer del
futuro serán menos caros y suntuosos; pero la condición de esa mujer será más
digna. Y el eje de la vida femenina se desplazará de lo individual a lo social.
La moda no consistirá ya en la imitación de una moderna Mme. Pompadour ataviada
por Paquín. Consistirá, acaso, en la imitación de una Mme. Kollontay. Una
mujer, en suma, costará menos, pero valdrá más.
El tema es muy vasto. Este breve artículo intenta únicamente
constatar el carácter de las primeras manifestaciones del feminismo en el Perú
y ensayar una interpretación muy sumaria y rápida de fisonomía y del espíritu
del movimiento feminista mundial. A este movimiento no deben ni pueden sentirse
extraños ni indiferentes los hombres sensibles a las grandes emociones de la
época. La cuestión femenina es una parte de la cuestión humana. El feminismo me
parece, además, un tema más interesante e histórico que la peluca. Mientras el
feminismo es la categoría, la peluca es la anécdota.
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