Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
El revuelo causado por ‘La entrevista’ sirve
para recordarnos el poder que tiene el cine, todavía
Por:
Verónica Córdova
Una comedia absurda, plagada de chistes
arrogantes, que se toma la libertad de poner en escena el asesinato de un jefe
de gobierno en ejercicio (por muy totalitario que éste sea) ha desatado una
escaramuza informática, ha provocado tensiones diplomáticas y ha doblado el
brazo a Hollywood, obligando a Sony Pictures a cancelar la exhibición de la
cinta en las más importantes cadenas de salas.
Aunque esta
ch’ampa guerra no ha evitado que millones de personas vean la película en
internet, ni que sus productores sigan ganando millones de dólares por una
cinta que de otro modo habría pasado desapercibida, el revuelo causado por La
entrevista sirve para recordarnos el poder que tiene el cine, todavía.
Las estadísticas
en Bolivia no se han ocupado casi del tema, pero a ojos vistas podemos decir
que en 2014 los bolivianos han visto más películas que en 2004, por decir una
fecha cualquiera. Y es que ahora hay multisalas en casi todas las ciudades,
donde los miércoles de dos por uno vemos filas y filas de personas entrando a
ver películas gringas de estreno, y a veces una que otra cinta “alternativa”.
Es también porque
el nivel de acceso a la televisión por cable se ha elevado sostenidamente, lo
que permite a la gente ver en la comodidad de su cama las películas gringas que
ya han salido de las salas. O porque en cada barrio, cada pueblo y cada
frontera el negocio de la piratería ha puesto el cine al alcance de todos los
bolsillos, ofertando las mismas películas gringas que están en las salas o en
el cable, y también —hay que decirlo— algunos títulos latinoamericanos,
europeos o asiáticos a los que de otra manera no tendríamos acceso.
La naturaleza del
cine ha cambiado de modo drástico en este siglo XXI. De ser un espectáculo
público se ha convertido en uno privado. Vemos más películas en nuestra casa,
nuestro televisor y nuestra computadora que en las salas. En lugar de pagar por
una entrada para vivir la experiencia del cine, pagamos por el soporte que nos
hace “dueños” de una película. Y, de esa forma, el ciudadano común se ha
convertido en depositario de todo un legado de imágenes en movimiento que le
permiten hacerse una idea del mundo y del rol de su país en él, de acuerdo
—claro— con las películas gringas.
El poder de las
imágenes y sonidos es cada vez mayor, en una etapa en la que los niños aprenden
a hablar con la televisión y a escribir con la computadora. ¿Cuántas películas
ha visto un joven boliviano antes de cumplir los 18 años? ¿Cuántos libros ha
leído? Esa sola constatación hace de la soberanía audiovisual una fundamental
herramienta descolonizadora. Soberanía audiovisual que implica la posibilidad
de fomentar el tipo de cine que consideramos debe estar al alcance de nuestros
ciudadanos, de generar mecanismos reales para que podamos contar nuestras
propias historias y que éstas se vean a través de todos los medios, no solo la
sala, sino también la televisión abierta, el cable y los formatos domésticos.
Nunca ha sido menos cliché decir que un país sin cine nacional es un país sin
historia, sin héroes, sin paisajes, sin romances, sin identidad y sin
autocrítica.
2015, por eso,
debe ser el año de la nueva ley de cine boliviana. Ahora es cuando la
revolución democrática y cultural debe poner su mirada en el más poderoso
instrumento de socialización, de comunicación, de descolonización y de
reafirmación identitaria. Deber ser el año en el que se reconozca que estamos a
la zaga de Ecuador, de Venezuela, de Colombia, de Brasil, de Argentina, de
Chile, de Uruguay —de casi todos— en legislación y mecanismos para crear y sostener
soberanía audiovisual, que es casi como decir soberanía cultural y soberanía a
secas.
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