Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Al entrar en la cuestión clave y fundamental de la hegemonía resulta aconsejable constatar, desde un inicio, que se trata de un terreno complejo y movedizo. Por una parte, la popularidad alcanzada por el término en las últimas décadas ha ido aparejada de una creciente variedad de connotaciones e interpretaciones que lo ha hecho en realidad polisémico. La polisemia no constituye un hecho excepcional en la teoría y la filosofía política, pero es imprescindible tener claridad, en esas circunstancias, de la particular existencia de dicha condición, y conducir el análisis en consecuencia y sin ignorar sus intrincadas complejidades. Pero lo que resulta hoy lamentable es la banalización en la que ha caído, y el entretejido de confusiones que la acompañan; en verdad, se puede llegar a hablar de algunos usos poco serios y hasta arbitrarios. Una lección y advertencia debería quedar clara, y es que cuando entramos en un análisis o en indagaciones conceptuales es conveniente saber de qué se trata, y a qué nos estamos refiriendo; lo cual no quiere decir en lo más mínimo que se haga necesario o conveniente recurrir a definiciones específicas. Por lo demás, en cualquier intercambio es posible que no todos los participantes se estén refiriendo, en rigor, al mismo concepto aunque se utilice la misma terminología.
Sin embargo, no es errado constatar que la notoriedad creciente que ha tenido el término en los últimos tiempos se debe en gran medida a Gramsci y su también creciente resonancia, en particular probablemente, a partir del lento proceso de recuperación del marxismo después del Termidor esteuropeo y soviético. Una acogida esta, sin duda altamente merecida si se tiene en cuenta su valiosa creatividad del marxismo y la nueva situación generada desde hace unos quince años en Latinoamérica con el surgimiento y desarrollo de procesos de cambios más o menos radicales o progresistas los cuales han puesto sobre la mesa con fuerza las contribuciones del pensador sardo.
Pero está claro para cualquier estudioso que no fue él el primero en utilizar el término y el (los) concepto(s)- dentro de la concepción marxista del devenir y su teoría política (ciencia de la política del materialismo histórico, según decía). Los estudios al respecto señalan que era un término de uso corriente tanto dentro de la II como de la III Internacional; aunque, al parecer, en el primer caso, era utilizado como sinónimo de dominación-supremacía del proletariado. Marx y Engels, por su parte se referían con frecuencia a lo largo de toda su producción teórica a Herrschaft, esto es, “dominación”, “dominio”. No es correcto, en rigor, traducir, como a veces se ha hecho, el término alemán indistintamente como dominación o hegemonía. Ello es una fuente de confusión y muestra desatención por categorías centrales de la concepción fundada por Marx y Engels.
Para Gramsci, no obstante, el punto de referencia era específicamente Lenin, del que llegó inclusive a considerarse en esta cuestión- como un continuador; aunque, bien sabemos, que esto no fue exactamente así.
Sin duda también es cierto que hay en él oscilaciones y ambigüedades. No obstante, teniendo en cuenta sus valiosos análisis y usos, su idea de hegemonía es la que aparece como más pertinente y adecuada, sobre todo por la evolución socio-económica y política de las últimas décadas, las cuales quedan más plenamente plasmadas con los enriquecimientos gramscianos; en realidad, sus apreciaciones resultan imprescindibles dada la riqueza de ángulos y sus matices y finezas, de las cuales no gozaba con anterioridad, en rigor, el propio marxismo en su teoría del poder. Porque de eso se trata cuando se habla de hegemonía, de la cuestión del poder, en particular del poder político.
Sabemos que las primeras formulaciones de Gramsci del concepto de hegemonía son de 1924-1926, esto es, desde antes de sus Cuadernos de la Cárcel. En ese texto se habla, refiriéndose al proletariado, tanto de clase dirigente como de clase dominante (y de dictadura del proletariado) así como de crear un sistema de alianzas de clases en la movilización necesaria contra el capitalismo. Es en los Cuadernos donde el revolucionario italiano va a reformular el concepto y legar con ello una significativa contribución al marxismo y al leninismo. No es posible aprehender la nueva formulación fuera de la unidad de su teoría política y en particular de la teoría del poder del marxismo, en cuyas diversas dimensiones también realizó importantes aportes. La hegemonía no puede, en rigor, entenderse sin su estrecha relación con otros conceptos tales como sociedad civil, guerra de posición o el Estado. En este sentido una de sus tesis más creativas fue precisamente respecto al concepto marxista de Estado. Gramsci no abandonó los señalamientos de Marx y Engels sobre el Estado como dominación, coerción o violencia; no hubo por su parte un abandono de esta tesis sino que fue retenida y desarrollada. Pero comprendió cómo habían evolucionado las sociedades europeas y el conjunto de sus instituciones políticas y de la sociedad civil. En algunas modernas sociedades las funciones del Estado no pueden o deben quedar limitadas a ese ejercicio coercitivo del Estado, lo que lo llevó a concebir la iluminada idea de lo que llamó el Estado ampliado. La dominación del Estado y de su clase dominante (Herrschaft), tiene otra vertiente donde ese dominio se ejerce como hegemonía con formas de consensos y de dirección; claro, el cúmulo de aparatos de hegemonía de la sociedad forma también parte de este conjunto de ejercicio del poder. Para él una clase es dominante de dos formas: es dirigente con las clases aliadas, y dominantes con el adversario. El proletariado, pues, sin dejar de lado la función de coerción del Estado procura más bien la hegemonía con el consenso y ejerciendo su función en la forma de dirigente.
Una vez más, es necesario ver estas dimensiones en relación con otras categorías esenciales como la de relación de fuerza. Las ingenuidades sobre los adversarios o los no esencialmente confiables son muy aventuradas y riesgosas. No es saludable dejar de tener en mente que a los procesos revolucionarios y de cambios en el continente los acecha constantemente el peligro de la pseudorevolución o “gatopardismo” –y no solo el de la contrarrevolución y la derecha-, esto es, modificar para en realidad dejar las cosas como están, o peor todavía perder la legitimidad o errar en la implementación de las funciones impuestas por el ejercicio de la hegemonía, la cual, hay que recordar, no puede equipararse unívocamente al consenso; todo ello, claro está, en el sentido gramsciano. Y menos aún se trataría de “compartir” la hegemonía con las clases o grupos que no sean verdaderamente aliadas en el cambio.
Por supuesto que otros muchos factores y elementos entran a jugar en esta problemática; y una de ellas son precisamente las alianzas entre las clases y grupos subalternos, no de los lógicos adversarios o de los dudosos e inestables; estos últimos tendrían que aceptar la hegemonía de los sujetos (contemporáneos) de la revolución. La inteligencia táctica no puede conducir a poner en peligro el objetivo estratégico. Pero el dominio en cualquiera de las dos formas de la que habla Gramsci requiere de la conciencia y de la voluntad colectiva de los subalternos aliados en la revolución y los cambios. El ejercicio de la hegemonía resulta, de hecho, una de las tareas más complejas, complicadas y sutiles que demanda creatividad e imaginación. Debe ser enriquecida constantemente según el reclamo de la propia realidad cambiante y por las enseñanzas emanadas de la experiencia política. La crisis de la hegemonía implicaría a una crisis de legitimidad.
Gramsci abre toda una nueva dimensión dialéctica. Son los sujetos de la revolución y los cambios, como es el caso de Nuestra América hoy, los que deben, en el marco del análisis concreto de la situación concreta, establecer su propia dialéctica de esta compleja madeja de elementos de la realidad y de los empleos de las categorías. No se trata en ningún momento de “copiar” a Gramsci sino de adecuarlo, y de enriquecer en general el marxismo. Es cuestión de delinear y llevar adelante la guerra de posición (que él desarrolló a partir de Engels) con el fin de ir conquistando cada vez más posiciones en el terreno de la lucha por la hegemonía y de ejercerla dentro de la sociedad en su conjunto, es decir, tanto en la sociedad civil como en el Estado (ampliado). Y no hay que decir que, en las condiciones de hoy en particular en nuestro continente, los movimientos sociales articulados con las organizaciones políticas (incluyendo la forma de partido) desempeñan un papel de vanguardia insustituible. Ver, así, la hegemonía como estrategia socialista.
La autora es doctora en Ciencias Filosóficas y Pedagogía, es considerada una de las grandes pensadoras de la Revolución Cubana
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