Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Arturo
D. Villanueva Imaña(*)
Si efectuamos una fugaz
enumeración de los hechos y noticias que han destacado en las semanas pasadas y
excluimos 3, que han estado referidas a la proliferación de los conflictos
sociales, los daños y desastres provocados por el intenso periodo de lluvias y
la intención gubernamental por revocar la ley sobre la construcción de la
carretera por el TIPNIS, que fue acordada inicialmente con los pueblos
indígenas y que ahora se encuentra en entredicho por la aprobación de la ley de
consulta; podremos advertir que destacan hechos de profunda preocupación,
signados no precisamente por su importancia y concordancia a las exigencias del
proceso de transformaciones y cambio, sino por su mediocridad e intrascendencia
(aunque no por ello entrañen importantes significaciones que no abordaremos en
este caso, y que ya han merecido el análisis y las reacciones pertinentes).
Nos referimos por ejemplo a la
compra (cuestionada) de helicópteros chinos; la decisión presidencial de
construir un nuevo Edificio para la Presidencia (que se une a los anuncios de
construcción de un Museo Nacional en Orinoca, pueblo natal del Presidente y el
nuevo edificio para el Comando General de la Policía); las reacciones,
pronunciamientos y explicaciones efectuadas en torno a las muy desafortunadas y
cuestionables coplas carnavaleras que involucran a las más altas autoridades
del gobierno; el dilatado y aun irresuelto conflicto que ha movilizado
nacionalmente a los discapacitados, en una suerte de escarnio e indolencia
gubernamental incomprensibles; la agenda legislativa que muy en contrario de lo
que pudiera esperarse, no solo ha priorizado la aprobación de una
(extemporánea) ley de consulta a los pueblos indígenas que previsiblemente
provocará un nuevo conflicto de proporciones con los sectores populares que ya
han anticipado su respaldo a los pueblos indígenas y la CIDOB, sino que se
apresta nada menos que a tratar una ley de regularización de la propiedad
privada (priorizada por el propio Presidente), como si se tratase de un asunto
trascendental para el proceso de cambio… En fin, como se puede apreciar,
aquella fugaz preocupación por “estructurar una nueva agenda nacional para
profundizar el proceso”, tal como se había señalado al momento de llevar
adelante el Encuentro Plurinacional o Cumbre Social de Cochabamba (que concluyó
con la elaboración de un listado de decenas de temas sin haberse debatido y
preocupado por articular ideológica y estratégicamente los mismos), ahora ha
quedado relegada y superada por las preocupaciones emergentes de la atención de
los desastres y daños provocados por las lluvias, o las que corresponden a la
necesidad de resolver los conflictos sociales en curso, que resultan de la
lógica de atender lo urgente, para dejar lo importante.
Este escenario de extrañas
paradojas y tristes ironías, en la que confluyen momentos de movilización
ciudadana y ascenso de masas que bien podrían merecer mejores propósitos, pero
que están signadas (en la generalidad de los casos) por reivindicaciones
localistas, sectoriales e inmediatistas que se imponen y marcan la agenda
nacional, al mismo tiempo de relegar y enanizar las tareas fundamentales del
proceso de cambio; en realidad no hacen otra cosa que mostrar un tiempo
(invalorable) de desperdicio.
En esa línea de razonamiento,
surgen 2 temas de preocupación que vale la pena tomar en cuenta cuando se
analiza la conflictividad y la proliferación de movilizaciones sociales que
están agobiando al gobierno. El primero está referido al contenido y la
orientación de las demandas planteadas, puesto que el verdadero problema no
está en la mayor o menor exacerbación de los conflictos o, inclusive, en su
creciente proliferación que para el año 2011 ya había batido todos los récords
previos. En realidad se manifiesta en la ausencia de un posicionamiento ideológico
y una conciencia revolucionaria que marquen objetivos y tareas estratégicas que
deberían ser encaradas precisamente para resolver más adecuadamente los
problemas y demandas planteados, así como responder a la altura del esfuerzo y
sacrificio que implica adoptar las medidas y métodos de lucha y movilización
encarados por los sectores populares, pero que sin embargo terminan
expresándose en los estrechos límites de la urgencia, el localismo y los
problemas domésticos.
En este caso, aunque podría argüirse
que no se puede exigir a los movimientos y sectores sociales el cumplimiento de
tareas revolucionarias que corresponden a una clase para sí; en cambio sí se
echa de menos el rol y la iniciativa que debería tener el partido, en este caso
del instrumento político de los movimientos sociales, puesto que es el partido
el instrumento por excelencia para encarar y canalizar las luchas sociales. El
problema, por tanto, radica en la ausencia de dirección política de los
movimientos y movilizaciones sociales (que por esa razón tienden limitarse al
planteamiento y demanda de reivindicaciones corporativas, sectoriales y
localistas), pero que además ese liderazgo y conducción política, tenga un
carácter revolucionario, a fin de transformar las demandas sectoriales y
perfilar contenidos acordes a las tareas de transformación que demanda el
proceso. Por lo demás, al contar con una dirección política adecuada, al mismo
tiempo de ayudar a resolver las reivindicaciones y demandas sociales, podría
contribuirse a la profundización del proceso, puesto que, procesos que no
avanzan, se estancan o retroceden.
El segundo tema de preocupación
está referido al estado de movilización (ascenso) de los sectores populares,
así como a la persistencia de una actitud de alerta que se ha expresado por
medio de diversos movimientos interpelatorios y movilizaciones sociales. El
enorme esfuerzo empleado y el desgaste de energía que implica la organización y
puesta en marcha de estas movilizaciones (cada vez más frecuentes e intensas),
no es un asunto desdeñable ni mucho menos secundario.
Al respecto, intentemos algunas
pautas explicativas basadas en las lecciones históricas de nuestro país. En
principio, la conflictividad nacional y la creciente proliferación de
movilizaciones sociales, puede explicarse como una expresión natural que
canaliza las demandas de los diversos sectores populares que, en el caso de
Bolivia, muestran una vocación innata por abordar y resolver los problemas ante
la inacción del Estado o la mala gestión gubernamental. Es un hecho
verificable, que las necesidades y carencias originadas en la explotación,
discriminación y dominación sufridas, han constituido históricamente las
escuelas permanentes que les ha impulsado a crear sus propias herramientas y
propuestas de solución, para sortear las dificultades cotidianas y superar los
problemas sociales. No es por ello casual que se abran momentos de crisis y
conflicto social, como mecanismo de abordaje y solución a la acumulación de
tareas irresueltas y deudas sociales pendientes.
Por otra parte, lo que podríamos
denominar como la “fiebre social” que ha estallado en innumerables
movilizaciones de protesta y demanda en este último periodo; se ha hecho cada
vez más patente a partir de los sucesivos traspiés y las desafortunadas medidas
que el gobierno de Evo Morales adoptó a partir de aquel frustrado gasolinazo de
finales del año 2010, y a la que siguieron otras no menos graves por sus
consecuencias, como por ejemplo la VIII Marcha Nacional de los pueblos
indígenas en defensa de su territorio, el derecho de consulta y su
autodeterminación. La sospecha y percepción de que el gobierno
(inexplicablemente) comienza a adoptar medidas que van en contra de los
objetivos y principios del proceso, también constituyen una causa que explica el
surgimiento de las movilizaciones y protestas. No debe olvidarse que
situaciones de conflicto similares se presentaron en gobiernos anteriores, como
resultado de la urgencia por resolver sus problemas más acuciantes, ante la
percepción del desgaste y pérdida de credibilidad que habían originado en la
ciudadanía las gestiones gubernamentales previas al proceso. Parece como si los
sectores sociales buscaran anticiparse y tomar previsiones, frente a una mala
gestión y la pérdida de credibilidad en un gobierno en el que paradójicamente
han empeñado gran parte de sus esperanzas.
Ahora bien, enumeradas muy
sintéticamente algunas de las explicaciones que dan cuenta del surgimiento y
proliferación de los conflictos sociales, es muy importante analizar la forma
de abordaje y solución de los mismos, sus resultados y los beneficios
obtenidos, frente al enorme despliegue de fuerzas y el esfuerzo empleado, tanto
por el gobierno, como por los movimientos populares.
En lo que se refiere al abordaje
gubernamental de los conflictos sociales, el problema principal ha radicado en
la forma (ausencia?) de una estrategia de manejo de conflictos, puesto que
prevaleciendo un posicionamiento confrontacional y no dialógico que ha derivado
en violentos enfrentamientos con sectores populares que inclusive reclamaban su
adhesión al proceso (y al propio gobierno en muchos casos), fueron tratados
como enemigos, al punto de haber sufrido la muerte de muchos ciudadanos en
diferentes episodios de violencia que se han sucedido en una gestión que se
comprometió a erradicar estas prácticas propias de regímenes que debieron
quedar en el pasado. Al respecto y al margen de la dolorosa reminiscencia de
los hechos, el asunto da cuenta de una muy poco afortunada intervención
gubernamental, que prefiere optar por el camino de la desacreditación, el
rechazo, la acusación muchas veces infundada y la confrontación, como método de
resolución de conflictos. En este caso, las consecuencias para la marcha del
proceso y las tareas de transformación que deberían constituir el norte y la
brújula del desempeño gubernamental, es el desgaste y la pérdida de aliados
estratégicos (como los pueblos indígenas y los obreros) que no alcanzan a
comprender las razones de este accionar que por supuesto, entraña su debilitamiento
y extravío, porque dejan pendientes, inconclusas o excluidas, tareas que hacen
al cumplimiento de la Constitución y el mandato popular. El desperdicio no es
menor en este caso.
Por otra parte, desde la
perspectiva de los sectores sociales movilizados, debe tomarse en cuenta el
enorme costo y sacrificio que demanda organizar y poner en marcha sus
movilizaciones, porque a la postre e independientemente del resultado de la
resolución del conflicto, casi siempre se derivará en un periodo de reflujo y
desgaste que suele tomar mucho tiempo para su recuperación (tanto para la
gestión gubernamental y el gobierno, como para los sectores populares
movilizados). Es decir, puede implicar un costo demasiado elevado, en
consideración a las tareas y acciones de movilización encaradas, frente a los
resultados o triunfos pírricos que se puedan alcanzar. De esa forma, resulta un
evidente desperdicio alargar y retrasar innecesariamente los espacios de
diálogo, esperando el desgaste de las movilizaciones, o lo que es peor, acudir
al expediente del uso de la fuerza pública y el rechazo irreflexivo frente a
las demandas sociales; porque no solo se contribuye al debilitamiento y
desgaste del proceso, sino que se pierde la oportunidad para utilizar esa misma
fuerza y despliegue de energía, en causas de verdadero relieve para la
profundización del proceso, costo que se adjunta a la desazón y pérdida de
credibilidad que se provoca en los sectores populares.
Para finalizar, también amerita
hacer mención a la composición y conformación del bloque hegemónico del
gobierno, principalmente a partir del momento en que se lanza el principio de
“gobernar obedeciendo”, cuando el gobierno decidió dar marcha atrás al decreto
del gasolinazo, frente a la reacción popular desatada. En lo sucesivo a dicha
coyuntura, se ha ido percibiendo una paulatina pero creciente pérdida de
autoridad del gobierno que, a su turno, ha repercutido en la detonación de
diversas movilizaciones sociales, cuyos sectores han optado por las medidas de
presión, como método para materializar sus demandas y que el gobierno les
preste atención (obedezca).
Esta situación que de por sí no
es negativa, puesto que podría importar la oportunidad de afianzar afinidades y
lograr acercamientos con los sectores en conflicto, porque se trata de un
gobierno popular; sin embargo, en la práctica, ha decantado provocando abiertas
deserciones y rechazos, hasta el punto de perder aliados estratégicos del
proceso, como es el caso de obreros y pueblos indígenas. A esta situación de
rompimiento, se ha hecho cada vez más notoria y evidente, aquella inclinación
del gobierno de Evo Morales por privilegiar y resguardar su alianza con los
sectores poblacionalmente más importantes y, por tanto, con mayor peso
específico electoral. Es el caso de campesinos, colonizadores y las clases
emergentes que surgen de esta matriz, que se han constituido en el principal
sustento social del gobierno.
Ahora bien, esta preferencia por
atender y guardar alianza con sectores mayoritarios electoralmente claves, no
solo implica la adopción de una actitud sectaria y discriminadora frente a
sectores sociales minoritarios que forman parte del proceso (como sucede por
ejemplo con los pueblos indígenas y los obreros que no tienen -ninguna o muy
poca- representación electoral, pero que resultan estratégicos políticamente
para la construcción del Estado plurinacional y la orientación revolucionaria
del proceso), sino que implica la adopción y supeditación a una corriente
clasista e ideológica de contenido proburgués y mercantilista, que va
imponiendo sus intereses y marcando la agenda nacional, con medidas y acciones
que les favorecen preferencialmente.
Es decir, que a tiempo de
privilegiar y priorizar la alianza con los sectores electoral y
cuantitativamente más prometedores (que pueden ayudar a obtener un nuevo
periodo gubernamental, pero no a profundizar el proceso de cambio), se ha
embargado los potenciales cualitativos y estratégicos del proceso. De esa
forma, parece que se prefiere garantizar el respaldo electoral necesario de los
sectores campesinos y colonizadores, quienes haciendo prevalecer su extracción
social y el posicionamiento ideológico de clase, antes que los principios
originados en su origen étnico y el objetivo de construir el socialismo
comunitario, han hecho patente su necesidad de ampliar y garantizar la
propiedad privada individual de la tierra, así como los objetivos nacionalistas
asociados al capitalismo extractivista y explotador, que se encuentra en
empatía con la construcción de carreteras y grandes obras de infraestructura,
la ampliación de la frontera agrícola a costa de la naturaleza y los recursos
forestales, la monoproducción extensiva agrícola, la mercantilización de la
tierra, etc., que se encuentran en franca oposición al paradigma del Vivir Bien
y la armonía con la naturaleza, que constituyen parte esencial del proceso de
cambio.
Bajo ese razonamiento, ello
explica a su turno la determinante y estratégica importancia que cobra la forma
cómo se resuelva el conflicto del TIPNIS. Se trata de un ejemplo por demás
elocuente de las opciones y las corrientes ideológicas en juego. No es un
asunto referido exclusivamente a la construcción de una carretera y el destrozo
(o no) de la naturaleza; se encuentra en juego (junto a la reconfiguración del
bloque social hegemónico), el modelo y tipo de desarrollo que Bolivia
impulsará, incluida la construcción de un Estado plurinacional e intercultural,
así como el despliegue de vías alternativas al sistema hegemónico capitalista,
neoliberal y extractivista. Es decir, se trata de opciones que podrían contraer
el desperdicio mayor en la coyuntura del proceso.
(*) Sociólogo,
boliviano; Cochabamba – Bolivia, Marzo 5 de 2012.
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