Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
¡Hace mucho ya que la Unión Soviética no existe!
Que nadie se lo tome a mal, pero
hablar hoy en día de un bloque antiimperialista es un mito tan falso como
injusto para con la clase obrera de buena parte del mundo. No tenemos Unión
Soviética, pero algunos parecen no querer aceptar que somos débiles. Cuando
teníamos URSS, quizás éramos más fuertes, pero con frecuencia no fuimos justos
y, por aferrarnos a la ilusión de que éramos muy poderosos, aceptamos
demasiados errores y no pocos crímenes. Hoy no hay Unión Soviética y parece que
muchos compañeros comunistas se empeñan en encontrarla en otro lado, en Rusia,
en Irán, en China... como para no sentirse del todo desamparados, supongo yo,
como si el poder fuera un argumento principal, por encima de “la razón en
marcha”, citando la sabia estrofa de la Internacional.
Aunque Vladimir Putin
reinstaurara en Rusia el himno soviético, aunque siga emitiendo encendidos
discursos de denuncia del imperialismo que con frecuencia aluden con cierta
nostalgia a los viejos tiempos soviéticos, en realidad representa, como bien denuncia
el Partido Comunista de la Federación Rusa, el poder oligárquico de una mafia
capitalista que mantiene en la miseria y la opresión a la clase obrera de su
inmenso país. Es el cabecilla de una caterva de ricachones horteras y
criminales, producto de la liquidación brutal del socialismo soviético. Puede
que sea un problema para Estados Unidos y su imperio, pero también lo es para
su propia población. Los rusos, hoy, conocen el paro y la esclavitud, la
corrupción como regla básica del funcionamiento social y la violencia
sistemática como respaldo permanente de la injusticia extrema. Conviven en la
Rusia actual el derroche más escandaloso, el lavado de dinero y el control
oligárquico de la política con la miseria rampante, la carestía de productos
básicos, el trabajo infantil, la mendicidad y la hipotermia por pobreza. Aunque
la Rusia de Putin sea aliada preferente de la Revolución Bolivariana y apoyo
para la Cuba socialista, no debemos olvidar que sus magnates son tan enemigos
nuestros como nuestros propios explotadores. Si no lo consideramos así,
estaremos cometiendo un grave error: cambiar la necesidad de justicia
universal, cambiar el espíritu de La Internacional por una ilusión peregrina de
que no estamos solos. No podemos traicionar a los trabajadores rusos apoyando a
sus explotadores, aunque nuestros compañeros latinoamericanos no tengan más
remedio que apoyarse en ellos. No debemos olvidar nunca con quién se pacta;
Lenin ya nos enseñó que hay que llegar a acuerdos con quien sea necesario, pero
eso no tiene nada que ver con la amistad o la confianza.
Una lectura muy recomendable para
entender de qué hablamos cuando hablamos de Irán es el cómic Persepolis, de la
iraní Marjane Satrapi. La revolución iraní fue también patrimonio de la
izquierda, pero fue secuestrada por los ayatolas, que se dedicaron a asesinar,
torturar y encarcelar a los revolucionarios comunistas, demócratas de
izquierdas o sencillamente laicos. Roza el patetismo el encono con el que la
elite islamista impone las supuestas costumbres islámicas a la población civil.
En Irán, la vida cotidiana de la clase trabajadora combina los salarios bajos
con el machismo extremo y el miedo a que los guardianes de la revolución te den
una paliza, te obliguen a un oneroso soborno o te metan en la cárcel por no
guardar suficientemente una ortodoxia tan castrante como inventada. O te
castiguen brutalmente por ser infiel a tu marido, u homosexual. Cuando algún
compañero de buena voluntad pero sin duda mal informado defiende la ignominia
que sufre Irán, apoyándose en el relativismo cultural y tachándome de
eurocentrista, me salen ronchas. Se puede comprender que Cuba y Venezuela
lleguen a acuerdos con Irán frente a un enemigo común, pero eso no implica
ninguna necesidad de hacer apología de un régimen brutal y trasnochado. Los
iraníes tienen tanto derecho como cualquiera a creer en lo que quieran,
acostarse con quien les dé la gana, vestir como les parezca, escuchar la música
que deseen, tener un trabajo digno... y las mujeres iraníes tienen los mismos
derechos que cualquiera, no son idiotas ni taradas, y no podemos negar esto
porque Ahmadineyad sea amigo de Hugo Chávez, por mucho que uno admire, de
verdad, a este último.
¿Y China? No cabe en el espacio
de este artículo la denuncia del capitalismo chino. Explotación sin freno de
campesinos desterrados, niños en las fábricas, desastres medioambientales,
represión brutal de las demandas de justicia en el entorno rural saqueado por
una nueva elite capitalista que vive en simbiosis con un estado opaco y
autoritario que heredó lo peor del maoísmo y lo combinó, como muestra de manera
irrebatible Naomi Klein en La doctrina del caos, con la ortodoxia neoliberal
bajo el asesoramiento del mismísimo Milton Fiedman. China se ha convertido en
un modelo de desarrollismo descontrolado e injusticia social. Aunque en su puja
de intereses se esté enfrentando permanentemente al bloque gringo, y en ese
contexto se haya convertido en un aliado útil de nuestra gente en
Latinoamérica, es absurdo querer sostener ese matrimonio de conveniencia con
una hipócrita defensa de un modelo nada modélico de transición... al
capitalismo de la peor especie.
Así que estamos
solos...
Solos con la razón, solos con
toda la Historia por delante (y por detrás, me temo). Tenemos que poder
conversar sin pelearnos más, hay que discutir y ponerse de acuerdo; el ataque
de las clases dominantes así lo exige y no hay geopolítica que nos sostenga y
sustituya nuestra responsabilidad de unirnos y actuar. Sólo contamos con las
fuerzas que seamos capaces de congregar. No podemos aferrarnos a un falso
bloque y, en su nombre, justificar lo injustificable, renunciar a los
principios más elementales de nuestras reivindicaciones. No podemos mentirnos
ni mentir para apoyarnos en poderes que antes o después se han de tornar nuestros
enemigos por razones obvias. No podemos aplicar dobles raseros a cuenta de
convertirnos en incondicionales de los intereses geopolíticos de quienes
ostentan, en este momento, algunas de las pocas alternativas de poder global
ante el imperialismo.
Y del mismo modo que debemos
renunciar a la apología sistemática de apoyos tan de circunstancias como
vergonzantes, no podemos ningunear la rebelión de cualquier pueblo contra una
de esas dictaduras amigas, por el hecho evidente de que el imperialismo intente
instrumentalizarla. El enemigo de mi enemigo no tiene por qué ser mi amigo, lo
puede ser sólo en determinado contexto, pero a la espalda, las espadas en alto.
Y por encima, el derecho de todos los pueblos, sin excepción, a encontrar los
caminos de su liberación.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor
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