Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Víctor Montoya (02/09/2009 01:38)
A doña Domi , como la llamaban cariñosamente los vecinos, la conocía desde siempre, desde cuando vivía en el distrito minero de Siglo XX y vendía salteñas en una canasta de mimbre, a poco de elaborarlas con la ayuda de sus pequeñas hijas, quienes mondaban las papas y arvejas antes de marcharse a la escuela. Por entonces no era ya palliri*, sino dirigente del Comité de Amas de Casa. Corrían los años 70 y el país atravesaba por una de las etapas más sombrías de su historia.
En algunas ocasiones coincidimos
en las manifestaciones de protesta contra la dictadura militar de Hugo Banzer
Suárez y en las apoteósicas concentraciones en la Plaza del Minero, donde está
el monumento de Federico Escóbar Zapata, el busto de César Lora y el edificio
del Sindicato Mixto de Trabajadores Mineros de Siglo XX, desde cuyo balcón
pronunciábamos discursos antiimperialistas; ella en representación de las amas
de casa y el que firma esta crónica en representación de los estudiantes de
secundaria de la provincia Bustillos y como presidente del Colegio 1ro. de
Mayo.
También recuerdo a su anciano
padre, benemérito de la Guerra del Chaco y progenitor de seis hijas en su
primer matrimonio. Don Ezequiel, jubilado de la empresa minera y preocupado
siempre por la manutención del hogar, se dedicaba a recorrer por las calles de
Llallagua, ofreciendo ropas de casa en casa. Lo interesante del caso es que,
además de vender prendas de vestir, llevaba la palabra evangelizadora de Cristo
hasta los hogares más humildes. Lo conocí un día que vino a ofrecernos
pantalones guararapes. Mi madre lo hizo pasar al living y, luego de probarme
algunos, compramos uno al contado y otro al fiado. Cuando le dije que el
botapié de uno de los pantalones me quedaba demasiado largo, él se brindó a
subirlo en un santiamén con sus divinas manos de sastre. Ese mismo día, ni bien
se hubo marchado, con la amabilidad y el respecto que lo caracterizaban, le
comenté a mi madre que don Ezequiel tenía la misma barbita que el viejo
Trotsky. Mi madre esbozó una sonrisa y asintió con la cabeza.
En 1975, cuando doña Domi viajó
invitada a la Tribuna del Año Internacional de la Mujer, organizada por las
Naciones Unidas y realizada en México, se supo la noticia de que su voz y
figura destacaron en el magno evento, donde, en franca oposición a las
reivindicaciones de las lesbianas, prostitutas y feministas de Occidente,
explicó que la lucha de la mujer no era contra el hombre y que su liberación no
sería posible al margen de la liberación socioeconómica, política y cultural de
un pueblo. Doña Domi estaba convencida de que la lucha por la liberación
consistía en cambiar el sistema capitalista por otro, donde los hombres y las
mujeres tengan los mismos derechos a la vida, la educación y el trabajo. Dejó
claro que la lucha por conquistar la libertad y la justicia social no era una
lucha entre sexos, entre el macho y la hembra, sino una lucha de la pareja
contra un sistema socioeconómico que oprime indistintamente al hombre y a la
mujer.
Por otro lado, disputándose los
micrófonos con sus adversarias, dijo que en una sociedad dividida en clases no
sólo había una diferencia entre la burguesía y el proletariado, sino también
una diferencia entre las mismas mujeres; entre una académica y una empleada
doméstica, entre la mujer de un magnate y la mujer de un minero, entre una que
tiene todo y otra que no tiene nada. Así fue como las sonadas intervenciones de
doña Domi, en su condición de esposa de trabajador minero, madre de siete hijos
y dirigente del Comité de Amas de Casa, produjeron un fuerte impacto entre las
feministas más recalcitrantes, debido a que sus palabras transmitían la
sabiduría popular y todo lo que aprendió tanto en los sindicatos mineros como
en las escuelas de la vida. No en vano la educadora y periodista brasileña
Noema Viezzer, deslumbrada por el poder de la palabra oral de una mujer simple,
que sabía simplificar las teorías más complejas en torno a la lucha de clases y
la emancipación femenina, decidió seguirla hasta el campamento minero de Siglo
XX, con el firme propósito de continuar escribiendo el libro "Si me
permiten hablar... Testimonio de Domitila, una mujer de las minas de
Bolivia", que, a poco de ser publicado en México y traducido a varios
idiomas, se convirtió en la obra más leída entre las feministas del más diverso
pelaje.
Los trabajadores mineros, en sus
triunfos y en sus derrotas, contaban siempre con el apoyo incondicional de sus
mujeres e hijos, quienes actuaron como sus aliados naturales de clase desde los
albores del sindicalismo boliviano. Por eso mismo, volví a coincidir con doña
Domi en el Congreso Nacional Minero de Corocoro, inaugurado el 1 de mayo de
1976; ocasión en la que planteó la necesidad de organizar una Federación
Nacional de Amas de Casa, afiliada a la Central Obrera Boliviana (COB),
mientras los trabajadores clamaban por sus justas demandas, exigiendo al
gobierno el respeto del fuero sindical y la amnistía general.
Semanas más tarde, derrotada la
huelga minera en junio de 1976, y ocupada militarmente la población de
Llallagua y Siglo XX, la encontré en el interior de la mina, donde los
dirigentes nos refugiamos de la sañuda persecución que desató el gobierno. Doña
Domi estaba en el último mes de embarazo y su vientre parecía un enorme puño de
coraje. Sin embargo, por razones de salud, se decidió sacarla a un lugar seguro
para que diera a luz en mejores condiciones. Después se supo que tuvo dos
mellizos; una nació viva y el otro nació muerto, probablemente, afectado por
los gases malignos de la mina, pues cuando lo sacaron de su vientre, el niño
estaba casi en estado de descomposición.
A principios de enero de 1978,
cuando ya me encontraba exiliado en Suecia, su nombre volvió a saltar a prensa
una vez que se incorporó a la huelga de hambre iniciada por cuatro mujeres
mineras y sus catorce hijos en el Arzobispado de la ciudad de La Paz. La
huelga, que estalló el 28 de diciembre de 1977, tenía el objetivo de exigir al
gobierno la democratización del país, la reposición en sus trabajos de los
obreros despedidos, el retiro de las tropas del ejército de los centros mineros
y la amnistía irrestricta para los dirigentes políticos y sindicales. Se
trataba de una lucha heroica y sin precedentes, ya que nadie se imaginaba que
una huelga emprendida por Aurora de Lora, Nelly de Paniagua, Angélica de Flores
y Luzmila de Pimentel pudiese tumbar a una dictadura militar, que estaba
decidida a mantenerse en el poder por mucho tiempo. Pasaron los días y los
acontecimientos históricos cambiaron de rumbo: las cuatro mujeres-respaldadas
por los curas, obreros, estudiantes y campesinos que fueron sumándose a la
huelga de hambre en diferentes puntos de la sede de gobierno, más las olas de
protesta que crecieron como la espuma en el territorio nacional-doblaron la
mano dura del general Hugo Banzer Suárez, quien cedió en sus posiciones y
decidió convocar a elecciones generales para el 9 de julio de 1978. De este
modo, una vez más, doña Domi y las valerosas mujeres mineras demostraron al
mundo que una chispa en el polvorín puede provocar una enorme explosión social
y que no existen dictaduras que puedan contra la voluntad popular.
Años más tarde, ya en Estocolmo,
nos reencontramos y abrazamos. Todo sucedió tras el sangriento golpe de Estado
protagonizado por Luis García Meza y Luis Arce Gómez en julio de 1980, justo
cuando ella participaba en una Conferencia de Mujeres en Copenhague. Sabíamos
que el sangriento golpe, que dejó un reguero de muertos y heridos, estaba
financiado por los narco-dólares y que en los operativos actuaron los
paramilitares reclutados por el nazi y "Carnicero de Lyón" Klaus
Barbie. Se organizó un mitin en Kungsträdgården (El Jardín del Rey), desde
donde partimos juntos, entre banderas y pancartas, en una marcha de protesta
que ganó las principales calles de Estocolmo.
En Suecia, al margen del derecho
a la reunificación familiar que le permitió reunirse con sus hijos, constató
que las mujeres latinoamericanas se rebelaron contra su pasado de servidumbre y
sumisión, amparadas por las leyes que defendían sus derechos más elementales,
en igualdad de condiciones con el hombre. Estaba, acaso sin saberlo, en una
nación que había superado las desigualdades de género y derribado los pilares
de la sociedad patriarcal. La emancipación de la mujer pasó del sueño a la realidad
y el decantado feminismo de los años 60, a diferencia del chauvinismo machista,
se transformó en una de las fuerzas decisivas en el seno de izquierda sueca,
que combinaba la lectura de los clásicos del marxismo con las obras de
Alexandra Kollontai, Simone de Beauvoir, Alva Myrdal y otras luchadoras que
poseían una inteligencia capaz de desarmar a cualquiera.
Doña Domi comprendió rápidamente
que las suecas, a pesar del consumismo y la falta de calor humano, habían
conquistado ya varios de sus derechos desde principios del siglo XX. En 1919 se
les concedió el derecho a voto y años después el derecho al divorcio, en 1938
se legalizó el uso de los anticonceptivos, en 1939 se promulgó una ley que
prescribía que las mujeres no podían perder su trabajo debido al embarazo,
parto o matrimonio. En 1947 se tuvo a la primera mujer en el gobierno y en 1974
se estableció la normativa de que ambos padres tenían derecho a un total de 390
días para cuidar a sus hijos, recibiendo el 80 % del salario. Más todavía, en 1975
se legalizó el derecho al aborto sin costo para todas las mujeres y en los años
80 entró en vigor la primera ley contra la discriminación por razones de género
en el sistema educativo y en el ámbito laboral, además de que la mujer ya no
tenía la necesidad de elegir entre su familia y la carrera profesional, gracias
a un amplio sistema de seguro social y asistencia infantil.
Así fue como doña Domi, sin
perder las perspectivas de que otro mundo era posible, aprendió la lección de
que si en este país pudieron conquistase las reivindicaciones femeninas pasito
a paso, ¿por qué no iba a ser posible lograr lo mismo en otros países, donde
las mujeres desean convertir sus pesadillas en sueños y sus sueños en realidad?
Con esta pregunta y su nueva
experiencia de vida, que le permitió vislumbrar que tanto las mujeres como los
hombres pueden gozan de los mismos los derechos y las mismas responsabilidades,
empezó a planificar su retorno a Bolivia tras la recuperación de la democracia.
Dejó a sus hijos en Suecia y acudió al llamado de la Pachamama, para seguir
luchando por un futuro más digno que el presente. Eso sí, esta vez más
convencida de que para lograr la liberación de la mujer no sólo hacía falta
cambiar las infraestructuras socioeconómicas de un país, sino también las
normativas de la convivencia ciudadana y la mentalidad de la gente. Y, aunque
en el pasado fue perseguida, encarcelada y torturada, doña Domi se negó a
callar y volvió a pedir la palabra para seguir hablando contra las injusticias
sociales, con la misma convicción y el mismo coraje de siempre, ya que su
testimonio personal es, por antonomasia, una gran lección de vida y de lucha.
Si no me lo creen, los invito a leer: "Si me permiten hablar...", de
Moema Viezzer; y "¡Aquí también, Domitila", de David Acebey; dos
libros que sintetizan lo mejor de doña Domi, una indomable mujer de las minas.
* Palliri: Trabajadora que, a golpes de martillo, tritura y escoge el mineral de las roca
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