Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Rafael Puente
El avance aparentemente
incontenible decogoteros, sicarios, asaltantes y violadores ha llevado a los
sectores más sufridos -y a la vez más aguerridos-de nuestra población a exigir
la reposición de la pena de muerte, convencidos de que es la única solución. En
este país nuestro, que en 1974 clamó para que no se le aplicara la pena de
muerte a aquel ciudadano infeliz y abandonado (de apellido Suxo ¿se acuerdan
los colaboradores de Banzer?), ésta es sin duda una señal alarmante.
No podemos negar la gravedad del
problema -la inseguridad ciudadana se está volviendo la preocupación principal
de nuestra sociedad-, pero tenemos la responsabilidad histórica de no
empeorarlo, y ante un problema que básicamente está expresando la creciente
deshumanización de nuestras ciudades, pretender resolverlo con una medida
esencialmente inhumana sólo lograría ponerlo peor.
Nuestra actual Constitución es
fundamentalmente una apuesta por la vida, y no deberíamos pensar siquiera en
renegar de esa apuesta. Si matar sirviera para algo, ya la humanidad, que no ha
hecho más que matarse durante siglos, estaría mucho mejor; y ocurre exactamente
al revés.
Pero además deberíamos tener la
serenidad de analizar si en los Estados donde sigue vigente la pena de muerte
-ahí están por ejemplo algunos de los Estados Unidos, silla eléctrica incluida-
la delincuencia ha disminuido, y no es el caso, como abundantemente nos
muestran las películas y noticias de lo que pasa por allá. De la misma manera que
tampoco son solución las cárceles, los panópticos y las cadenas perpetuas.
Peor aún, si nos quejamos de la
incapacidad y corrupción de la Policía y del sistema de justicia -al nuevo
todavía no lo hemos dejado ni empezar-, podemos suponer que también la medida
de la pena de muerte sería mal administrada, y que acabarían en la horca los
infelices de siempre, y no los asesinos y cogoteros profesionales y con
capacidad de comprar policías y jueces. Es decir que -una vez más- no habríamos
solucionado nada.
Matar a los malos ha sido
históricamente la consigna de los que se creen buenos, cuando en realidad la
frontera entre buenos y malos sería imposible de trazar. Si hay -y
desgraciadamente hay, cada vez más- personas que hacen del crimen su profesión
y que han perdido todo sentimiento, es porque algo falla en la sociedad donde
esas personas han nacido y crecido. Por tanto, debiéramos más bien preocuparnos
de cambiar verdaderamente esa sociedad, preocuparnos de que no haya gente que
aunque quiera no puede ganarse la vida, de que no haya gente forzada a emigrar
(dejando a los hijos sin apoyo personal ni referencia ética), de que niños y
niñas abandonadas tengan una nueva familia adoptiva antes de que pierdan la
capacidad de relacionamiento humano, de que no se multipliquen y repleten
nuestras cárceles con personas que apenas han delinquido (o que ni siquiera
está claro que hayan delinquido), de que haya cada vez menos gente con motivos
para sentirse resentida con la sociedad. En vez de matar a los malos, lo que tenemos
que hacer es dejar de producir malos.
¿Y qué tal si intentamos aprender
de la Justicia Comunitaria, tan resaltada en la Constitución y luego tan venida
a menos? Hay ejemplos ilustrativos de cómo nuestras comunidades originarias
lograban recuperar los corazones de los que habían delinquido-incluso
asesinado- en lugar de proscribirlos, aislarlos y declararlos definitivamente
malos, es decir enemigos, es decir cada vez más peligrosos.
Afortunadamente se trata de una
propuesta ajena al sentir mayoritario de nuestros pueblos, a fin de cuentas
incompatible con el Vivir Bien. ¿Recuerdan ustedes las elecciones del 2002,
cuando el último candidato de ADN creyó que ganaría el apoyo de la población
enarbolando la bandera de la pena de muerte? Pues bien, la población le dio la
espalda a esa propuesta, y como diría luego el candidato vicepresidencial
“empezamos con la pena de muerte y acabamos muertos de pena”.
Rafael Puente es miembro del Colectivo Urbano por el Cambio de Cochabamba.
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