Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Gabriel Garcia Marquez
Los cubanos han demostrado,
entre otras muchas cosas, que se puede vivir sin coca-cola a noventa millas de
Estados Unidos. Fue el primer producto que se acabó con el bloqueo, y hoy no
queda ningún vestigio de su pasado en la memoria de las nuevas generaciones.
Como en todos los países capitalistas, pero de un modo especial en la vieja
Cuba pervertida por un turismo sin corazón, el refresco más famoso del mundo
había terminado por convertirse en un ingrediente esencial de la vida. Su
implantación se inició bajo la dictadura feroz del general Gerardo Machado, en
aquella segunda década del siglo nacida bajo el signo de la frivolidad, cuando
todavía no estaban inventadas las tapas de corona metálica y las botellas de
gaseosa se cerraban con una bolita de cristal amarradas a presión con un
alambre, como los corchos de champaña. Fue un injerto dlfícil, tal vez por un
inconveniente cultural que nadie había tomado en cuenta: la coca-cola no tiene un sabor
latino. Sin embargo, una presión publicitaria insidiosa logró abrir poco a poco
una grieta de complacencia en los núcleos sociales más influidos por el gusto
de Estados Unidos, hasta que el nuevo sabor sajón desplazó en el mercado a la
limonada doméstica de limón de verdad y a todos los venerables refrescos de
bolita heredados de la España provinciana, y derrotó a los aguerridos chicles
Wrigley's como el símbolo de un modo ajeno de vivir.Se supone que quien toma
una botella de coca-cola
todos los días a una misma hora sucumbe al hechizo de una adicción semejante a
la del cigarrillo o el café. Se supone que eso se debe a un ingrediente
secreto. Según ciertos entendidos, la coca-cola
contenía cocaína hasta 1903, y sus orígenes permiten suponer que es cierto. Fue
inventada como medicina y no como refresco a finales del siglo pasado por un
cierto doctor W. Pamberton, un boticario de Alabama, Georgia, que la envasaba
en frascos con etiquetas y las vendía ya con su nombre premonitorio para curar
dolores menstruales, espasmos de vientre y cólicos de madrugada. El nombre y la
época permiten pensar que en realidad se elaboraba con hojas de coca, que es de
donde se extrae la cocaína, y que por aquellos tiempos de la belladona y el
elixir paregórico eran de uso corriente para aliviar los dolores domésticos. El
doctor Pamberton vendió la fórmula en 1910 a la empresa de refrescos que había
de lanzarla a la conquista mundial, y sólo porque tenía un ingrediente
misterioso cobró por ella una cantidad fabulosa para la época: quinientos
dólares. No obstante, las autoridades de Perú comprobaron en 1970 que no
contenía cocaína, y hubieran podido prohibirla si lo hubieran querido, porque
su nombre hacía creer al público que contenía algo que en realidad no tenía. En
Francia, donde todo producto debe advertir si contiene un ingrediente de uso
delicado, las botellas de coca-cola
tienen impresa la advertencia de que contienen cafeína. La leyenda dice que
sólo dos personas en el mundo conocen la fórmula secreta, y que nunca viajan
juntos en un mismo avión.
Durante el Festival de la
Juventud de 1957, en Moscú, lo primero que sorprendió a los visitantes
occidentales fue que en cuatro días inmensos a través de Ucrania vimos establos
solitarios con vacas asomadas por las ventanas, y pueblos ásperos con carretas
cargadas de flores y hombres indescifrables que salían en pijama a recibir el
tren en las estaciones, pero no vimos en ninguna parte bajo el cielo ardiente
del verano ni un solo anuncio de coca-cola.
Era, demasiado notable para nuestras mentes saturadas por la publicidad
occidental. Al cabo de varios días de intimidad, una intérprete ansiosa de
conocer los encantos del capitalismo se atrevió a preguntarme a qué sabía la coca cola, y yo le contesté con
mi verdad: "Sabe a zapatos nuevos". Ya entonces había médicos que la
recomendaban como hidratante para los niños con disentería, y otros que la
aconsejaban para restaurar los ánimos del corazón, y quienes afirmaban por
experiencia propia que tomada con aspirina tenía poderes alucinógenos. Mi
dentista, por su par te, asegura sin parpadear que un diente sumergido en un
vaso de coca-cola se
disuelve en 48 horas.
Al triunfo de la revolución
en Cuba, el mercado de la coca-cola
tenía pocas posibilidades de expansión. Sus promotores habían logrado llevarla
más allá de sus posibilidades como refresco, al inventar el cubalibre -que es
una mezcla de coca-cola
con ron cubano-. Pero aun así, de seis millones de cubanos sólo 900.000 estaban
en condiciones de comprarla de un modo regular. Cuando los obreros cubanos se
tomaron la embotelladora de La Habana, no pudieron seguir fabricando la coca-cola, porque el ingrediente
básico llegaba de Estados Unidos y había muy poco almacenado en la fábrica. Lo
único que quedaba, disperso por todo el país, era un millón de botellas vacías.
Los más extremistas fueron
contrarios a intentar la sustitución de un producto que era el símbolo de todo
cuanto los cubanos querían olvidar. Pero el Che Guevara, con su asombrosa
claridad política, les replicó que el símbolo del imperialismo no lo era la
bebida en sí misma sino la forma de la botella. Tal vez él no lo supo nunca,
pero en realidad la botella sólo había sido diseñada en 1915, casi veinte años
después de la invención del doctor Pamberton y cuando la coca-cola sólo tenía vida
propia dentro de Estados Unidos. Fue a partir del cambio de la botella cuando
se atrevieron a mandarla a caminar sola por el mundo.
Fue el mismo Che Guevara,
como ministro de Industria, quien decidió que se tratara de fabricar un
sustituto como complemento del cubalibre. Las mentes más cuadradas pensaron en
destruir las botellas existentes para exterminar el germen. Sin embargo, un
cálculo más sereno demostró que las fábricas de botellas de Cuba tardarían
varios años en sustituirlas por otras de forma menos perversa, y los
revolucionarios más crudos tuvieron que resignarse a utilizar la botella
maldita hasta su extinción natural. Sólo que la usaron en toda clase de
refrescos, menos con el que improvisaron para el cubalibre. Los visitantes del
mundo capitalista, hasta hace muy pocos años, padecíamos una cierta confusión
mental al bebernos una limonada transparente en una botella de coca-cola.
Los propios cubanos fueron
los primeros en admitir que la imitación de la coca-cola no fue uno de sus éxltos mayores. Una
broma callejera muy popular que los propios químicos celebraban era que cada
botella tenía un sabor distinto, lo cual convertía al nuevo producto en el más
original del mundo. Cuando le presentaron la primera muestra al Che Guevara,
éste la probó, la saboreó con una seriedad de buen catador, y dijo sin ninguna
duda: "Sabe a mierda". Más tarde dijo en la televisión que sabía a
cucaracha. Pero aun así se abrió paso.
El nuevo producto, que se
llama refresco de cola, sin más arandelas, acabó por encontrar un color que se
parece mucho al original, con un sabor que no es ni de mierda ni de cucaracha,
y que desde luego carece de su regusto sajón. Es un poco más dulce, menos
gaseoso y con un raro fondo de chocolate, y es bueno para la sed y el calor, y
mezclado con el ron cubano legítimo disimula mucho más su catadura de
advenedizo. Por otra parte, el mal uso deliberado acabó con las botellas
antiguas mucho antes del tiempo previsto, y el símbolo se disolvió en la
memoria social y no alcanzó a las nuevas generaciones. Quince años después de
iniciado el bloqueo, un escritor cubano de paso en París encontró por
casualidad una botella de coca-cola extraviada de Marruecos, con el
célebre logotipo en caracteres árabes. El escritor compró la botella por
curiosidad para llevársela a La Habana, y al llegar se la mostró alborozado a
su hija de quince años. La niña miró perpleja la botella sin comprender los
aspavientos de su padre. "Mírala bien", le dijo él, "es una
botella de coca-cola con
letras árabes". La niña, todavía más perpleja, preguntó: ¿Y qué es coca-cola?
14 oct de 1981
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