Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás
Por: Graham Peebles
Traducido
por Sinfo Fernández
Además de la crisis de salud
global y del inminente colapso económico mundial, la Covid-19 está alentando
una crisis humanitaria. El Programa Mundial de Alimentos (PMA) advierte que
“millones de civiles que viven en naciones afectadas por conflictos, incluidas
muchas mujeres y niños, pueden verse empujados al borde de la inanición, con el
espectro de la hambruna como una posibilidad muy real y peligrosa”. El punto de
vista del PMA de que el mayor impacto de la pandemia no estará directamente
causado por el virus, sino por el hambre
que se deriva de de él, concuerda con el de otros grupos preocupados.
Una declaración reciente del PMA
advertía de que “a menos que se tomen medidas rápidas”, para finales de año
“veremos a más de la cuarta parte de mil millones de personas sufriendo hambre
aguda… en países con bajos y medianos ingresos”. A esta cifra se unirían los 135 millones que se enfrentan ya a
escasez de alimentos, más una estimación de alrededor de 130 millones de
personas (podrían ser más), como resultado de la Covid-19, lo que elevaría a
unos mil millones la cifra total de personas que se acuestan todas las noches
con hambre.
Además de los “130 millones”, hay
decenas de millones de trabajadores ocasionales que solo pueden comer si
trabajan. “Los confinamientos y la recesión económica mundial ya han diezmado
sus ahorros”, según el Dr. Arif Husain, economista jefe del PMA, “solo se
necesitaba un golpe más, como la Covid-19, para llevarlos al límite”.
Los países que dependen de las
importaciones de alimentos y la exportación de petróleo están particularmente
en riesgo de aumentar los niveles de hambre, así como las comunidades que
dependen de los ingresos por remesas del extranjero y el turismo. Además, hay
incertidumbre en torno a la ayuda externa, ya que los países donantes se están
enfrentando a la perspectiva de una recesión. Las personas que están en mayor
peligro se hallan en 10 países afectados por conflictos, crisis económica y
cambio climático, todo lo cual está interconectado. El Informe Global 2020
sobre Crisis Alimentarias destaca al Yemen (donde ya se ha informado de dos
muertes por Covid-19), la República Democrática del Congo (RDC), Afganistán,
Venezuela, Etiopía, Sudán del Sur, Sudán, Siria, Nigeria y Haití. La sequía y
la peor infestación de langostas en décadas (provocada por el cambio climático)
ya han causado escasez de alimentos en el sur de Asia y el Cuerno de África,
donde, según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la
Alimentación, 12 millones de personas viven bajo la sombra aterradora de la
inseguridad alimentaria.
A menos que nos preparemos y
actuemos ya “para asegurar el acceso, evitar la falta de fondos y las
interrupciones en el comercio”, afirma la declaración del PMA, “podríamos tener
que enfrentar múltiples hambrunas de proporciones bíblicas en pocos meses”.
Si el virus arraiga en lugares
donde la guerra está en su apogeo, en países que tienen sistemas de atención
médica débiles, la ONU advirtió que sería imposible limitar el impacto y/o
entregar suministros humanitarios muy necesarios, incluidos los alimentos. En
un intento por salvaguardar a estos países, el secretario general de la ONU,
António Guterres, ha pedido un alto el fuego global. Mientras que alrededor de
70 Estados miembros, socios regionales, actores no estatales, redes y
organizaciones de la sociedad civil “han respaldado hasta ahora su súplica”,
dijo, “había aún bastante trecho entre las declaraciones y los hechos en muchos
países”.
Si se quiere evitar una “pandemia
de hambre”, además de asegurar la paz y el acceso humanitario, las cadenas de
suministro, que han quedado interrumpidas, deben permanecer abiertas y ser
fluidas, permitiendo que los alimentos sean transportados fácilmente. Y, como
deja claro el PMA, los Estados no deben introducir prohibiciones a la
exportación o aranceles de importación, ya que se provocarían aumentos de
precios.
Estas son varias medidas urgentes
que deben tomarse para enfrentar la amenaza inmediata. Pero estas medidas no
van a alimentar a los cientos de millones de seres que padecen hambre crónica.
La causa principal del hambre en nuestro mundo no es el conflicto o el acceso a
los alimentos, es la pobreza: no hay ningún lugar en el mundo donde los ricos pasen
hambre. Para eliminar el hambre definitivamente, debe introducirse un cambio
fundamental duradero. Un cambio sistémico y un cambio de comportamiento, y los
dos están inextricablemente conectados.
Una tormenta perfecta
Incluso antes de la Covid-19, el jefe
del PMA pronosticó que “2020 iba a hacer frente a la peor crisis humanitaria
desde la Segunda Guerra Mundial”. Citó las guerras en Siria y Yemen; la crisis
en Sudán del Sur, Burkina Faso y la región del Sahel Central en África, donde
UNICEF ha declarado: “4,3 millones de niños necesitan ya asistencia
humanitaria”; la crisis económica en el Líbano, así como en países como
Etiopía, la República Democrática del Congo y Sudán. La lista, señala,
“prosigue… estamos ya enfrentando una tormenta perfecta”.
La “tormenta perfecta” es una
consecuencia extrema de una serie de causas interconectadas; muchas, cuando no
todas, fluyen del orden socioeconómico omnipresente y los valores divisivos y
las actitudes que se promueven. Solidificado como está, el sistema es un
constructo de la conciencia del pasado. No es del ahora o del tiempo en que nos
estamos moviendo y, sin embargo, domina toda la vida. Al igual que muchas de
nuestras estructuras y formas que es necesario cambiar, son muchos los que son
conscientes de esto, y la Covid-19 destaca la necesidad de cambio y representa
una oportunidad. Está actuando como un espejo, como una entidad reveladora,
enfocando los problemas y vertiendo combustible en incendios que ya están
ardiendo, insistiendo en que prestemos atención. Con las empresas cerradas, un
gran número de personas se ven obligadas a reducir la velocidad, a dejar de
consumir, a dejar de viajar. Se ha abierto un espacio para reflexionar y
examinar cómo estamos viviendo, tanto individual como colectivamente.
Una serie de problemas supurantes
conocidos, aunque ignorados o enconados, están saliendo a la superficie: crisis
interrelacionadas que han estado propagándose durante décadas exigiendo
atención y un nuevo enfoque. La crisis ambiental provocada por el hombre, que
es el problema urgente de la época, una estructura económica obsoleta, servicios públicos inadecuados o
inexistentes, crisis de riqueza/ingresos, desigualdad de poder e injusticia
social, entre otras heridas sociales apremiantes.
Una vez que la pandemia se haya
retirado y se hayan liberado los confinamientos, la economía mundial, según
todas las predicciones, se desplomará. El FMI estima que El Gran Cierre, como
lo llaman, provocará la “peor recesión desde la Gran Depresión, mucho peor que
la Crisis Financiera Global”. Pero como directora de la entidad, admite
Kristalina Georgieva, podría ser peor, no saben bien qué podría suceder. Si
llegara a producirse el próximo colapso, no es con desesperación y abatimiento
sino con imaginación creativa y compasión como podría de hecho provocarse una liberación generalizada,
permitiendo una reorganización nueva y justa, pendiente desde hace mucho
tiempo, de las esferas socioeconómicas y políticas.
La edad de la razón
Coherente con el nuevo tiempo que
estamos viviendo, está produciéndose un cambio en la conciencia colectiva entre
un gran número de personas en todo el mundo. Para adaptarse a este cambio, esta
nueva conciencia que está emergiendo lentamente, son muy necesarias nuevas
formas de pensar, nuevas instituciones y estructuras, incluido un sistema
socioeconómico radicalmente revisado. Un modelo flexible y evolutivo anclado en
ciertos Principios de Bondad: Unidad, Solidaridad y Justicia.
Esta trinidad de sentido común es
interdependiente y fomenta los valores de cooperación y comprensión,
responsabilidad y tolerancia. Con la expresión de una cualidad, la otra se
fortalece, se refuerza, se expande. La clave es la Unidad, el reconocimiento de
que toda la vida está interconectada, que es un todo, que la humanidad es una y
que todos tienen los mismos derechos. Que todos tenemos una responsabilidad
mutua y con el mundo natural y que nuestras acciones deben proceder de una
posición de conciencia. Cualquier sistema nuevo debe tener la Solidaridad y el
compartir en su núcleo. La Solidaridad terminaría para siempre con la
abominación de hombres, mujeres y niños que mueren de hambre, con o sin
pandemia, o que viven con discapacidades paralizantes debido a la desnutrición
en un mundo repleto de alimentos. Reconocer lo que cada nación tiene para
ofrecer al mundo entero (recursos naturales, incluidos alimentos y agua,
conocimientos y habilidades, etc.) y qué es lo que le falta, lo que necesita de
los demás. Y en tercer lugar, Justicia, la justicia social y ambiental, que no
existe en la doctrina del orden actual. El sistema es inherentemente injusto y
cruel, beneficia a los que tienen y castiga y abusa de los que son vulnerables
y no tienen. El entorno natural (bosques, ríos, océanos, hábitat), todo se
sacrifica o explota con fines de lucro. Todos necesitan protección, nutrición y
sanación, al igual que la humanidad.
Al introducir la Solidaridad, el
hecho de compartir, como principio organizador primario subyacente al orden
socioeconómico, y animar al cambio generalizado, se crearía confianza, se
construirían relaciones, se erosionarían las divisiones, permitiendo que la paz
sea una realidad. La paz y la libertad son ideales perennes sustentados en los
corazones de la humanidad. Solidaridad, Unidad y Justicia son los medios para
acceder a un mundo en el que se conviertan no solo en esperanzas y sueños no
realizados, sino en cualidades vibrantes que animen todos los modos de vida.
Graham Peebles es un escritor
independiente y trabajador social britanico. Creó The Create Trust en 2005 y ha
dirigido proyectos educativos en Sri Lanka, Etiopía e India.
Email: grahampeebles@icloud.com;
página web: www.grahampeebles.org
Síguenos en Facebook: La Escuela Socialista Comunitaria
Comentarios
Publicar un comentario
Escriba sus comentarios