Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Mauro Alcócer Hurtado
A
seis meses del sangriento golpe fascista en Bolivia del 10 de noviembre de 2019
que derrocó al gobierno de Evo Morales, se ha iniciado un debate sobre las
causas que llevaron a ese terrible desenlace.
Al
respecto, algunos autores bolivianos ya han publicado estudios aún
preliminares: Rafael Bautista (“Bolivia: génesis y naturaleza del golpe”),
Jorge Viaña (“El ciclo estatal de las luchas en Bolivia 2006 – 2019, crónica de
una muerte anunciada”) y Hugo Moldiz (“Golpe de Estado en Bolivia, la soledad
de Evo Morales”). Lo curioso es que, hasta ahora, ninguno de los más connotados
dirigentes del gobierno anterior ha efectuado una autocrítica política
integral. Aunque se debe reconocer que realizan campañas internacionales denunciando
al gobierno golpista de Jeanine Añez, lo uno no vale por lo otro; denunciar al
golpe no sustituye la necesidad de un balance de aciertos y errores.
Del
que más llama la atención su silencio sobre este tema es de Álvaro García
Linera, quien durante casi 14 años fue el vicepresidente de Evo Morales.
Fungiendo como ideólogo al mismo tiempo que gestor público, García Linera fue
Presidente de la Asamblea Legislativa (Congreso nacional de diputados y
senadores) y miembro permanente de los gabinetes de Morales en el poder
ejecutivo. No había ningún tema (económico, político, social, comunicacional,
ambiental, de relaciones exteriores, de seguridad) del gobierno en el que no
tuviese participación, por lo que estamos hablando de una persona clave para el
proceso político ya que sus ideas influían decisivamente –para bien o para mal-
en las acciones gubernamentales. Siendo así, ¿puede Álvaro García continuar
evadiendo el debate?
Luego
del golpe de Estado, en Bolivia las cosas no han hecho más que empeorar. La represión
militar y policial, que ya dejó un saldo de al menos 35 muertos en las masacres
de Yapacaní, Sacaba y Senk’ata, se ha intensificado en las últimas semanas con
el ilegal encarcelamiento de cientos de activistas sociales que lideran
protestas, así como cibernautas que expresan críticas al gobierno de facto. La
economía se ha hundido en la recesión y desempleo, con graves consecuencias de
desabastecimiento o encarecimiento de alimentos y medicamentos. Los derechos
laborales son vulnerados cotidianamente dejando a los trabajadores en precaria
situación. Los abusos racistas contra originarios aymaras y quechuas son cosa
común en un país que, hasta hace poco, se preciaba de ser el que más había
avanzado en Latinoamérica en inclusión social. La crisis por la pandemia del
Covid 19 (cuyas verdaderas dimensiones está ocultando al pueblo y a la
comunidad internacional el gobierno de Añez) podría dejar en Bolivia 4.000
muertos y 48.000 personas infectadas, según las proyecciones del ex ministro de
salud, Aníbal Cruz, cesado en el cargo por negarse a manipular información.
Quienes
nos quedamos en Bolivia luchando contra los golpistas que se atrevieron a
quemar nuestra wiphala, tenemos la obligación de analizar críticamente el
“proceso de cambio”, para no volver a cometer los errores que llevaron a su
derrota. Es en este contexto que emplazamos a García Linera a que asuma su
responsabilidad por ser autor intelectual de dos conceptos no revolucionarios
que llevaron a una práctica gubernamental que frenó, desde adentro, el proceso
de transformaciones durante el gobierno de Evo Morales. Esos dos conceptos
fueron: 1) El planteamiento del “capitalismo andino” como objetivo de la
denominada revolución democrática y cultural, anclándola en políticas de
moderación pactada, que terminaron preservando el capitalismo extractivista. 2)
La actitud colaboracionista con la burguesía, definiéndola nada menos que como
“aliada del proceso”, bajo la lógica de que los grandes inversionistas privados
constituyen el sujeto económico necesario para el “capitalismo andino”.
El
“capitalismo andino”. A mediados del 2005, luego de una trayectoria política en
el indianismo intentando articular la insurgencia de las comunidades aymaras
con la teoría marxista, lo que le costó varios años de cárcel, Alvaro García
fue designado por el Movimiento al Socialismo (MAS) para acompañar a Evo
Morales en el binomio electoral. Por entonces ya venía sorprendiendo por su
tono políticamente discreto, muy alejado de cualquier radicalismo, que se
esforzaba en mostrar como panelista en un programa televisivo llamado “El
Pentágono”. Como parte de esa reconversión política y negando todo lo que había
escrito en los años noventa, dio a conocer ese 2005 su planteamiento del
“capitalismo andino”, expresado inicialmente de la siguiente forma:
“Nuestro
objetivo no puede ser el socialismo ya que no están dadas las condiciones
materiales para ello. En una formulación más concreta propongo un modelo de
capitalismo adecuado a las características de nuestro país, provisionalmente
denominaremos a este modelo capitalismo andino amazónico” [ii].
Las
críticas revolucionarias a este planteamiento conservador no se hicieron
esperar, pero Alvaro García respondía de manera petulante: “Nos observa en
Bolivia esa izquierda cadavérica, de los años 50 y 70, seudo marxista, que ya
es un fantasma, frente a la que surge una nueva izquierda indígena de acción
colectiva con su propia estructura, ideología y simbologías” [iii].
Como
los reproches de los verdaderos comunitaristas no cesaron y venían incluso
desde las filas del Movimiento al Socialismo, el candidato a la vicepresidencia
tuvo que cambiar su planteamiento inicial, tratando de dar entender que no se
había referido a un modelo económico que sólo administre el sistema
capitalista, sino que estaba hablando de una larga fase de transición
postneoliberal. Lo hizo en un artículo que escribió en enero de 2006, en cuyas
partes esenciales se podía leer:
“El
triunfo del MAS abre una posibilidad de transformación radical de la sociedad y
el Estado, pero no en una perspectiva socialista (al menos en corto plazo),
como plantea una parte de la izquierda. Actualmente hay dos razones que no
permiten visualizar la posibilidad de un régimen socialista en nuestro país.
Por un lado existe un proletariado minoritario demográficamente e inexistente
políticamente; y no se construye socialismo sin proletariado. Segundo: el
potencial comunitarista agrario y urbano está muy debilitado (…) El potencial
comunitario que vislumbraría la posibilidad de un régimen comunitarista
socialista pasa, en todo caso, por potenciar las pequeñas redes comunitaristas
que aún perviven y enriquecerlas. Esto permitiría, en 20 o 30 años, poder
pensar en una utopía socialista (…) Los desafíos de la izquierda en la gestión
de los asuntos públicos se encaminarán fundamentalmente a la puesta en marcha
de un nuevo modelo económico que he denominado, provisoriamente, ‘capitalismo
andino-amazónico’. Es decir, la construcción de un Estado fuerte, que regule la
expansión de la economía industrial, extraiga sus excedentes y los transfiera
al ámbito comunitario para potenciar formas de autoorganización y de desarrollo
mercantil propiamente andino y amazónico”[iv].
En
este alegato hay una falacia histórica: “no se construye socialismo sin
proletariado”. Menos mal que no se guiaron por este axioma los revolucionarios
en Vietnam o Cuba, donde el proletariado era demográficamente muy pequeño. Allí
persistieron en efectuar verdaderas revoluciones de orientación socialista, con
las consiguientes medidas de transformación estructural.
Pero
dejemos que sea el propio García, no el refinado gradualista del 2005 sino el
rebelde socialista de 1991, que responda a la falacia:
“Marx
nos muestra que estas luchas de estas masas no capitalistas pueden asumir un
profundo carácter revolucionario al adoptar el “punto de vista del
proletariado”, esto es, que las luchas de las masas trabajadoras no
capitalistas contra el avance burgués en determinadas condiciones puede asumir
el mismo carácter progresivo y revolucionario que el que pueden adoptar en un
momento determinado las del proletariado”.[v]
“La
posibilidad de revolucionarizar la sociedad no radica ni en la cantidad de esas
fuerzas productivas, ni en el número de esos proletarios, sino, sobre la
existencia más o menos generalizada de estos, sea cual sea su número, en la
lucha radical del trabajo vivo por autodeterminarse por encima y en contra del
ser impuesto de la burguesía”.[vi]
¿Cómo
se entiende esta contradicción tan flagrante entre lo que escribía García en
los noventa y lo que hizo cuando fue parte del gobierno quince años después? No
obedece por cierto a una maduración teórica porque, si ese fuera el caso,
habría algún libro escrito por él en que revise íntegramente sus postulados de
juventud que leímos en sus obras “De demonios escondidos y momentos de
revolución” (1991) y “Forma valor, forma comunidad” (1995). Pero no hay
ninguno. Por eso se puede calificar lo hecho por Álvaro García como un viraje
pragmático, carente de honestidad intelectual.
Pero
esa no es la única observación a la vía gradualista propuesta por García el
2006. Al iniciarse el gobierno de Morales, su vicepresidente planteó un
objetivo práctico, que se evidenciará como un engaño en los siguientes años:
que hay que “cabalgar” dentro del capitalismo postneoliberal, para potenciar el
Estado y fortalecer las redes comunitarias, para así en un lejano futuro (20 o
30 años) poder pensar en una utopía socialista.
Hace
catorce años, cuando estaba iniciando el gobierno de Evo Morales, los
comunitaristas afirmamos que, con su teoría del cambio gradual (primero el
“postneoliberalismo”, después el “postcapitalismo”) formulada en términos tan
volátiles, Álvaro García condenaría al proceso de transformación boliviano a
quedarse dentro de los límites del capitalismo. No fuimos los únicos en alertar
de este peligro, recordemos lo que escribió el hermano Raúl Prada Alcoreza, un
conocido pensador marxista en Bolivia: “Plantear el capitalismo andino después
de seis años de luchas por la soberanía, contra las poliformes estructuras
coloniales, no es más que proponer un nuevo colonialismo interno que continuará
destruyendo las relaciones comunitarias en una decodificación cultural y una
colonización de cuerpos sobre una patria restringida”.
Oportunamente
y con parecidas palabras, los comunitaristas alertamos a Evo Morales que su
vicepresidente estaba utilizando su pasado político de manera oportunista, para
mostrarse como un cuadro teórico de avanzada cuando, en los hechos, terminaría
convirtiéndose en un estorbo para el avance del programa de transformaciones
revolucionarias en Bolivia. Hoy, con los hechos consumados en nuestro país,
podemos decir con tristeza que la realidad nos dio la razón.
El
colaboracionismo con la burguesía. La conclusión política y económica que se
deriva de la premisa de construir un “capitalismo andino” es que hay que lograr
la colaboración de la burguesía, a la que se comenzó a denominar “nacional y
patriótica”.
El
planteamiento de fortalecer una “burguesía nacional” para una vía autónoma de
desarrollo, se ha demostrado hace mucho tiempo que es una quimera y ya ningún
estudioso serio plantea algo parecido. En el debate económico [vii] continental
de hace más de medio siglo quedó plasmado que no puede existir en América
Latina, menos en Bolivia, una “burguesía nacional”. Si alguna vez pudo pensarse
que surgiera fue en el período posterior a la gran depresión capitalista
iniciada en 1929, cuando intentó aplicarse en algunos países (Argentina,
México, Brasil) el modelo de industrialización sustitutiva de importaciones.
Pero, al agotarse ese modelo con la gran expansión económica luego de la
segunda guerra mundial con predominio del capitalismo estadounidense, la
llamada “burguesía nacional”, en la medida que se articulaba al mercado
mundial, pasó a ser cada vez más dependiente de los grandes capitales
transnacionales.
Una
característica de los proyectos que plantean el desarrollo dentro del
capitalismo con fuerte regulación estatal, como es el caso de la teoría
linerista del “capitalismo andino”, es que conforme pasan los años tiene que
realizar cada vez mayores concesiones a la gran empresa privada. Se debe esto a
la necesidad práctica de su propio modelo económico de contar con la inversión
directa de capitales privados, para preservar la estabilidad económica y un
cierto nivel de crecimiento.
En
Bolivia ha pasado esto con quienes administraron por casi 14 años el gobierno,
aplicando el recetario gradualista: terminaron administrando el capitalismo
para colmo en su versión extractivista, sin llegar a transformarlo.
Sin
embargo, si nos referimos a los principales mandatarios, hay que diferenciar el
caso de Evo Morales del caso de Álvaro García. Nuestro hermano Evo Morales se
ha guiado siempre por un sólido vínculo con su base social campesina, que sufre
la opresión originada en la subsunción formal del poder económico del capital
sobre sus comunidades. Esto explica que Evo no haya cambiado, a lo largo de todos
estos años, la identidad del Movimiento al Socialismo (MAS) como un partido
político anticolonialista, antimperialista y anticapitalista.
El
caso de García es distinto. Hombre de clase media sin ninguna base social
orgánica que le controle, decidido a convertirse en interlocutor oficial con
los sectores empresariales, convencido de lo que él definió como “la concepción
pactista del poder”, comenzó a actuar en términos cada vez más funcionales a la
seguridad jurídica que demandaban las organizaciones burguesas y las empresas
multinacionales.
Notas:
I Componente del “Colectivo de
Estudios Comunitarios Larama” de la ciudad de El Alto, Bolivia. Este artículo
es resultado de una reflexión colectiva.
II Periódico La Prensa, entrevista
a Álvaro García, edición del 30 de agosto de 2005. La Paz, Bolivia.
III Declaraciones de Álvaro
García a BBC.com. Diciembre de 2005.
IV García, Álvaro. “El
capitalismo andino – amazónico”. En Le Monde Diplomatique, enero de 2006.
V García, Álvaro. “De demonios
escondidos y momentos de revolución”. La Paz, 1991. Página 112.
VI García, Álvaro. “De demonios
escondidos y momentos de revolución”. La Paz, 1991. Página 289.
VII Se puede mencionar muchos
autores económicos que fueron parte de este debate: André Gunder Franck, Vania
Bambirra, Theotonio Dos Santos, Ruy Mauro Maurini, Osvaldo Sunkel, Raúl
Prebisch.
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