Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Parte II
Por: David Harvey
Las
líneas del frente
Existe un
conveniente mitología de que “las enfermedades infecciosas no reconocen
barreras y límites de clase”. Como muchos de esos dichos, hay una cierta verdad
en esto. En las epidemias de cólera del siglo XIX, la horizontalidad de la
enfermedad entre clase sociales fue lo suficientemente dramática como para dar
lugar al nacimiento de un movimiento por una sanidad pública (que más tarde se
profesionalizó) y, que ha perdurado hasta hoy en día.
No ha
quedado claro si este movimiento estuvo destinado a proteger a todos o solo a
las clases altas. Pero hoy las diferencias de clase y los efectos sociales son
una historia muy diferente.
Ahora, el
impacto económico y social se cuelan a través de las discriminaciones
«consuetudinarias», que están instaladas en todas partes. Para empezar, la
fuerza de trabajo que trata a un creciente número de enfermos es típicamente
sexista, y racializada en la mayor parte del mundo occidental. Estas
trabajadoras y trabajadores se aprecian fácilmente, por ejemplo, en los
servicios más despreciados, en los aeropuertos y otros sectores logísticos.
Esta «nueva
clase trabajadora» está en la vanguardia y soporta el peso de ser la fuerza de
trabajo que más riesgo corre de contraer el virus por el carácter de sus
empleos. Si tienen la suerte de no contraer la enfermedad a probablemente
serán despedidos más tarde debido a la crisis económica que traerá la pandemia.
Está,
también, la cuestión de quién puede trabajar en casa y quién no. Esto agudiza
la división social. No todos pueden permitirse el lujo de aislarse o ponerse en
cuarentena (con o sin remuneración) en caso de contacto o infección.
En los
terremotos de Nicaragua (1973) y México D.F. (1995), aprendí en terreno que los
sismos fueron en realidad «un terremoto para los trabajadores y los
pobres”.
Por
tanto, la pandemia del COVID-19 exhibe todas las características de una
pandemia de clase, género y raza. Si bien los esfuerzos de mitigación están
convenientemente encubiertos en la retórica de que «todos estamos juntos en
esta guerra», las prácticas, en particular por parte de los gobiernos
nacionales, sugieren motivaciones más aciagas.
La clase
obrera contemporánea de los Estados Unidos (compuesta predominantemente por
afroamericanos, latinos y mujeres asalariadas) se enfrenta a una horrible
elección : la contaminación por el cuidado de los enfermos y el mantenimiento
de la subsistencia (repartidores de tiendas de comestibles, por ejemplo) o el
desempleo sin beneficios atención sanitaria adecuada.
El
personal asalariado (como yo) trabaja desde su casa y cobra su salario como
antes, mientras los directores generales se trasladan en jets privados y
helicópteros.
Las
fuerzas de trabajo en la mayor parte del mundo han sido socializadas durante
mucho tiempo para comportarse como buenos sujetos neoliberales (lo que
significa culparse a sí mismos o a Dios si algo sale mal pero nunca atreverse a
sugerir que el capitalismo podría ser el problema).
Pero
incluso los buenos sujetos neoliberales pueden apreciar hoy que hay algo muy
malo en la forma en que se está respondiendo a la pandemia.
La gran
pregunta es: ¿cuánto tiempo durará esto? Podría ser más de un año y cuanto más
tiempo pase, más devaluación habrá, incluso para la fuerza de trabajo. Es casi
seguro que los niveles de desempleo se elevarán a niveles comparables a los de
la década de 1930, en ausencia de intervenciones estatales masivas que tendrían
que ir en contra de la lógica neoliberal.
Las
ramificaciones inmediatas para la economía así como para la vida social diaria
son múltiples y complejas. Pero no todas son malas. El consumismo contemporáneo
sin lugar a dudas es excesivo, Marx lo describió como» consumo excesivo e
insano, monstruoso y bizarro”.
La
imprudencia del consumo excesivo ha desempeñado un papel importante en la
degradación del medio ambiente. La cancelación de los vuelos de las aerolíneas
y la reducción radical del transporte – y del movimiento- han tenido
consecuencias positivas con respecto a las emisiones de gases de efecto
invernadero.
La
calidad del aire en Wuhan ha mejorado mucho, al igual que en muchas ciudades de
los Estados Unidos. Los sitios eco-turísticos tendrán un tiempo para
recuperarse del pisoteo de los viajeros. Los cisnes han vuelto a los canales de
Venecia. En la medida en que se frene el gusto por el sobreconsumo imprudente y
sin sentido, podría haber algunos beneficios a largo plazo. (Menos muertes en
el Monte Everest podría ser algo bueno).
Y aunque
nadie lo dice en voz alta, el sesgo demográfico del virus podría terminar
afectando las pirámides de edad con efectos a largo plazo para la Seguridad
Social y para el futuro de la «industria del cuidado”.
La vida
diaria se ralentizará y, para algunas personas, eso será una bendición. Las
reglas sugeridas de distanciamiento social podrían, si la emergencia se
prolonga lo suficiente, conducir a cambios culturales. La única forma de
consumismo que casi con seguridad se beneficiará es lo que yo llamo la economía
«Netflix», que atiende a los» consumidores compulsivos».
En el
frente económico, las respuestas han estado condicionadas por la forma en que
se ha producido la salida de la crisis de 2007-8. Esto ha supuesto una política
monetaria ultra laxa , el rescate de los bancos y un aumento espectacular del
consumo productivo mediante una expansión masiva de la inversión en
infraestructuras (incluso en China).
Esto no
puede repetirse en la escala requerida. Los planes de rescate establecidos en
2008 se centraron en los bancos, pero también entrañaron la nacionalización de
facto de General Motors. Tal vez sea significativo que, ante el descontento de
los trabajadores y el colapso de la demanda, las tres grandes empresas
automovilísticas de Detroit estén cerrando, al menos temporalmente.
Si China
no puede repetir el papel que jugó en 2007-8, entonces la carga de la salida de
la actual crisis económica se trasladará a los Estados Unidos y he aquí la gran
ironía: las únicas políticas que funcionarán, tanto económica como
políticamente, son mucho más socialistas que cualquier cosa que pueda propone
Bernie Sanders. Los programas de rescate tendrán que iniciarse bajo la égida de
Donald Trump, presumiblemente bajo la máscara de «Making América Great Again».
Todos los
republicanos que se opusieron visceralmente al rescate de 2008 tendrán que
comerse el cuervo o desafiar a Donald Trump. Este personaje podría llegar a
cancelar las elecciones “por la emergencia” e imponer una presidencia
autoritaria del Imperio para salvar al capital y al mundo de «los disturbios y
de la revolución».
Parte I: https://bit.ly/3ajOyYY
Síguenos en Facebook: La Escuela Socialista Comunitaria
Comentarios
Publicar un comentario
Escriba sus comentarios