Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por:
David Harvey
Parte I
En
espiral
Cuando el
26 de enero de 2020 leí por primera vez acerca de un coronavirus – que ganaba
terreno en China– pensé inmediatamente en las repercusiones para la dinámica
mundial de la acumulación de capital. Sabía por mis estudios del modelo
económico que los bloqueos (encierros) y las interrupciones en la continuidad
del flujo de capital provocarían devaluaciones y que si las devaluaciones se
generalizaban y se hacían profundas, eso indicaría el inicio de una crisis.
También
sabía muy bien que China es la segunda economía más grande del mundo y que fue
la potencia que rescató al capitalismo mundial tras el período 2007-2008. Por
tanto cualquier golpe a la economía de China estaba destinado a tener graves
consecuencias para una economía global que, en cualquier caso, ya se encontraba
en una situación lamentable.
El modo
existente de acumulación de capital está en muchos problemas. Se estaban
produciendo movimientos de protesta en casi todas partes (desde Santiago hasta
Beirut), muchos de los cuales se centraban en que un modelo económico dominante
que no funciona para la mayoría de la población.
Este
modelo neoliberal se basa cada vez más en el capital ficticio y en una gran
expansión de la oferta monetaria y en la creación masiva de deuda. Este modelo
ya estaba enfrentando una insuficiente “demanda efectiva” para “realizar” los
valores que el capital es capaz de producir.
Entonces, ¿cómo
podría el sistema económico dominante, con su legitimidad decadente y su
delicada salud, absorber y sobrevivir al inevitable impacto de una pandemia de
la magnitud que enfrentamos?
La
respuesta depende en gran medida del tiempo que dure la perturbación, ya que,
como señaló Marx, la devaluación no se produce porque los productos básicos no
se puedan vender, sino porque no se pueden vender a tiempo.
Durante
mucho tiempo había rechazado la idea de que la «naturaleza» estuviera fuera y
separada de la cultura, la economía y la vida cotidiana. He adoptado un punto
de vista más dialéctico de la relación metabólica con la naturaleza. El capital
modifica las condiciones ambientales de su propia reproducción pero lo hace en
un contexto de consecuencias no deseadas (como el cambio climático) y en el
contexto de fuerzas evolutivas autónomas e independientes que están
reconfigurando perpetuamente las condiciones ambientales.
Desde
este punto de vista, no existe un verdadero desastre “natural”. Los virus mutan
todo el tiempo para estar seguros. Pero las circunstancias en las que una
mutación se convierte en una amenaza para la vida dependen de las acciones
humanas.
Hay dos
aspectos relevantes en esto. Primero, las condiciones ambientales favorables
aumentan la probabilidad de mutaciones poderosas. Por ejemplo, es plausible
esperar que el suministro de alimentos intensivos (o caprichosos) en los
sub-trópicos húmedos puedan contribuir a ello. Tales sistemas existen en muchos
lugares, incluyendo la China al sur del Yangtsé y todo el Sudeste Asiático.
En
segundo lugar, las condiciones que favorecen la rápida transmisión varían
considerablemente. Las poblaciones humanas de alta densidad parecen ser un
blanco fácil para los huéspedes. Es bien sabido que las epidemias de sarampión,
por ejemplo, sólo florecen en los grandes centros de población urbana pero
mueren rápidamente en las regiones poco pobladas. La forma en que los seres
humanos interactúan entre sí, se mueven, se disciplinan u olvidan lavarse las
manos afecta a la forma en que se transmiten las enfermedades.
En los
últimos tiempos el SRAS, la gripe aviar y la gripe porcina parecen haber salido
del sudeste asiático. China también ha sufrido mucho con la peste porcina en el
último año, obligando a una matanza masiva de cerdos y al consiguiente aumento
de los precios de la carne de cerdo. No digo todo esto para acusar a China.
Hay
muchos otros lugares donde los riesgos ambientales de mutación y difusión viral
son altos. La Gripe Española de 1918 puede haber salido de Kansas. El VIH puede
haber incubado en Africa, el Ébola se inició en el Nilo Occidental y el Dengue
parece haber florecido en América Latina. Pero los impactos económicos y
demográficos de la propagación de los virus dependen de las grietas y
vulnerabilidades preexistentes en el sistema económico hegemónico.
No me
sorprendió demasiado que COVID-19 se encontrara inicialmente en Wuhan (aunque
todavía se desconoce si se originó allí). Claramente los efectos locales pueden
llegar a ser importantes . Pero dado que este es un gran centro de producción,
su impacto puede tener repercusiones económicas globales.
La gran
pregunta es cómo ocurre el contagio y su difusión y cuánto tiempo durará (hasta
que se pudiera encontrar una vacuna). La experiencia anterior ha demostrado que
uno de los inconvenientes de la creciente globalización es lo imposible que es
detener una rápida difusión internacional de nuevas enfermedades. Vivimos en un
mundo altamente conectado donde casi todo el mundo viaja. Las redes humanas de
difusión potencial son vastas y abiertas. El peligro (económico y
demográfico) es que la interrupción dure un año o más.
Si bien
hubo un descenso inmediato en los mercados de valores mundiales cuando se dio
la noticia, fue sorprendentemente seguido por alza de los mercados. Las
noticias parecían indicar que los negocios eran normales en todas partes,
excepto en China.
La
creencia parecía ser que íbamos a experimentar una repetición del SRAS, que fue
rápidamente contenido y tuvo un bajo impacto mundial, a pesar de su alta tasa
de mortalidad.
Después
nos dimos cuenta que el SRAS creó un pánico innecesario en los mercados
financieros. Entonces, cuando apareció COVID-19, la reacción fue presentarlo
como una repetición del SRAS, y por lo tanto ahora la preocupación era
injustificada.
El hecho
de que la epidemia hiciera estragos en China, movió rápida y despiadadamente al
resto del mundo a tratar erróneamente el problema como algo que ocurría «allá»
y, por lo tanto, fuera de la vista y de la mente de nosotros los occidentales
(acompañado de signos de xenofobia contra los chinos).
El virus
que teóricamente habría detenido del crecimiento histórico de China fue
incluso recibido con alegría en ciertos círculos de la administración Trump.
Sin
embargo, en pocos días, se produjo una interrupción de las cadenas de
suministros mundiales , muchas de las cuales pasan por Wuhan. Estas noticias
fueron ignoradas o tratadas como problemas para determinadas líneas de
productos o de algunas corporaciones (como Apple). Las devaluaciones eran
locales y particulares y no sistémicas.
También
se minimizó, la caída de la demanda de los consumidores – aunque algunas
corporaciones, como McDonald’s y Starbucks, que tenían operaciones dentro del
mercado interno chino tuvieron que cerrar sus puertas -. La coincidencia del
Año Nuevo Chino con el brote del virus enmascaró los impactos a lo largo de
todo el mes de enero. Y la autocomplacencia de occidente se ha demostrado
escandalosamente fuera de lugar.
Las
primeras noticias de la propagación internacional del virus fueron ocasionales
y episódicas, con un grave brote en Corea del Sur y en algunos otros puntos
calientes como Irán. Fue el brote italiano el que provocó la primera reacción
violenta. La caída del mercado de valores a mediados de febrero osciló un poco,
pero a mediados de marzo había llevado a una devaluación neta de casi el 30% en
los mercados de valores de todo el mundo.
La
escalada exponencial de las infecciones provocó una serie de respuestas a
menudo incoherentes y a veces de pánico. El Presidente Trump realizó una
imitación del Rey Canuto frente a una potencial marea de enfermedades y
muertes.
Algunas
de las respuestas han sido extrañas. El hecho de que la Reserva Federal bajara
los tipos de interés ante un virus parecía insólito, incluso cuando se
reconocía que la medida tenía por objeto aliviar el impacto en los mercado en
lugar de frenar el progreso del virus.
Las
autoridades públicas y los sistemas de atención de la salud fueron sorprendidos
en casi en todas partes por la escasez de mano de obra. Cuarenta años de
neoliberalismo en toda América del Norte y del Sur y en Europa han dejado a la
población totalmente expuesta y mal preparada para hacer frente a una crisis de
salud pública de este tipo, esto a pesar que anteriores epidemias -provocadas
por el SRAS y el Ébola – proporcionaron abundantes advertencias y lecciones
sobre lo que se deberíamos hacer.
En muchas
partes del mundo supuestamente «civilizado», los gobiernos locales y las
autoridades estatales – que invariablemente constituyen la primera línea de
defensa en las emergencias de salud pública- se habían visto privados de
fondos gracias a una política de austeridad destinada a financiar recortes de
impuestos y subsidios a las empresas y a los ricos.
Las
grandes farmacéuticas tiene poco o ningún interés en la investigación no
remunerada de enfermedades infecciosas (como los coronavirus que se conocen
desde los años 60). La “Gran Farma” rara vez invierte en prevención. Tiene poco
interés en invertir ante una crisis de salud pública. Solo se dedica a diseñar
curas. Cuanto más enfermos estamos, más ganan. La prevención no es una fuente
de ingresos para sus accionistas.
El modelo
de negocio aplicado a la salud pública eliminó la capacidad que se requeriría
para enfrentar una emergencia. La prevención no era ni siquiera un campo de
trabajo lo suficientemente atractivo como para justificar las asociaciones
público-privadas.
El
Presidente Trump había recortado el presupuesto del Centro de Control de
Enfermedades y disuelto el grupo de trabajo sobre pandemia del Consejo de Seguridad
Nacional, con el mismo espíritu con el que había recortado toda la financiación
de la investigación, incluida la relativa al cambio climático.
Si
quisiera ser antropomórfico y metafórico, concluiría que el COVID-19 es la
venganza de la naturaleza por más de cuarenta años de maltrato burdo y abusivo
del medio ambiente, a manos de un extractivismo neoliberal violento y no
regulado.
Tal vez
sea sintomático que los países menos neoliberales, China y Corea del Sur,
Taiwán y Singapur, hayan superado hasta ahora la pandemia en mejor forma que
Italia.
Hay
muchas pruebas de que China manejó inicialmente mal la pasada epidemia
del SARS. Pero esta vez con el CONVI-19 el Presidente Xi se apresuró en ordenar
total transparencia; tanto en la presentación de informes como en las pruebas.
Aun así,
China perdió un tiempo valioso ( fueron sólo unos pocos días, pero
importantes). Sin embargo , lo que ha sido notable en que China, logro
confinar la epidemia a la provincia de Hubei con Wuhan en su centro. La
epidemia no se trasladó a Beijing ni al Oeste, ni más al Sur.
Las
medidas tomadas para confinar el virus geográficamente fueron draconianas.
Sería difícil replicarlas en otro lugar por razones políticas, económicas y
culturales. China y Singapur desplegaron sus poderes de vigilancia personal. Al
parecer han sido extremadamente eficaces, aunque si estas medidas se hubieran
puesto en marcha sólo unos días antes, se podrían haber evitado muchas muertes.
Esta es
una información importante: en cualquier proceso de crecimiento exponencial hay
un punto de inflexión más allá del cual la masa ascendente se descontrola
totalmente (obsérvese aquí, la importancia de la masa en relación con la tasa).
El hecho de que Trump haya perdido el tiempo durante tantas semanas puede
resultar costoso en muchas vidas humanas.
Los
efectos económicos están ahora fuera de control sobre todo fuera de China. Las
perturbaciones que se produjeron en las cadenas de valor de las empresas y en
ciertos sectores resultaron más sistémicas y sustanciales de lo que se pensaba
originalmente.
El efecto
a largo plazo puede consistir en acortar o diversificar las cadenas de
suministros y, al mismo tiempo, avanzar hacia formas de producción que
requieran menos mano de obra (con enormes repercusiones en el empleo) y a una
mayor dependencia de los sistemas de producción con inteligencia artificial.
La
interrupción de las cadenas de producción conllevan el despido o la cesantía de
muchos trabajadores, lo que disminuirá la demanda final, mientras que la
demanda de materias primas está disminuyendo el consumo productivo. Estos
impactos por el lado de la demanda producirán por sí mismos una recesión.
Pero la
mayor vulnerabilidad del sistema esta enquistada en otro lugar. Los modos de
consumismo que explotaron después de 2007-8 se han estrellado con consecuencias
devastadoras. Estos modos se basaban en reducir el tiempo de rotación del
consumo lo más cerca del cero.
La
avalancha de inversiones en estas formas de consumismo tuvo todo que ver con la
máxima absorción de volúmenes de capital mediante el aumento exponencial
de las formas de consumismo, que tienen , a su vez , el menor tiempo de
rotación posible.
En este
sentido turismo internacional es emblemático. Las visitas internacionales
aumentaron de 800 millones a 1.400 millones entre 2010 y 2018. Esta forma de
consumismo instantáneo requería inversiones masivas de infraestructura en
aeropuertos y aerolíneas, hoteles y restaurantes, parques temáticos y eventos
culturales, etc.
Esta
plaza de acumulación de capital ahora está muerto: las aerolíneas están cerca
de la quiebra, los hoteles están vacíos y el desempleo masivo en las industrias
de la hospitalidad es inminente. Comer fuera no es una buena idea. Los
restaurantes y bares han sido cerrados en muchos lugares. Incluso la comida
para llevar parece arriesgada.
El vasto
ejército de trabajadores de la economía del trabajo autónomo y del trabajo
precario está siendo destruido sin ningún medio visible de apoyo gubernamental.
Eventos como festivales culturales, torneos de fútbol y baloncesto, conciertos,
convenciones empresariales y profesionales, e incluso reuniones políticas y
elecciones son canceladas. Estas formas de consumismo vivencial «basadas en
eventos» están prácticamente suprimidas . Los ingresos de los gobiernos locales
se han reducido. Las universidades y escuelas están cerrando.
Gran
parte del modelo de vanguardia del consumismo capitalista contemporáneo es
inoperante en las condiciones actuales. El impulso hacia lo que André Gorz
describe como «consumismo compensatorio» ha sido aplastado. ( un recurso que
suponía que los trabajadores alienados podrían recuperar su espíritu a través
de un paquete de vacaciones en una playa tropical)
Pero las
economías capitalistas contemporáneas están impulsadas en un 70 o incluso 80
por ciento por el consumismo. En los últimos cuarenta años, los sentidos
básicos del consumidor se han convertido en la clave para la movilización
de la demanda efectiva y el capital se ha vuelto cada vez más dependiente de
estas demandas, artificiales en muchos casos.
Esta
fuente de energía económica no había estado sujeta a fluctuaciones repentinas –
como la erupción volcánica de Islandia que bloqueó los vuelos transatlánticos
durante un par de semanas. Pero el COVID-19 no es una fluctuación repentina. Es
un shock verdaderamente poderoso en el corazón del consumismo que domina en los
países más prósperos.
La forma
en espiral de acumulación de capital sin fin se está colapsando hacia adentro
desde una parte del mundo a la otra. Lo único que puede salvarla es un
consumismo masivo financiado por el gobierno, conjurado de la nada. Esto
requerirá socializar toda la economía de los Estados Unidos, por ejemplo, sin
llamarlo socialismo por supuesto.
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