Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Entrevista a Katiuska Blanco
Por: Javier Larraín
El mes de
agosto ha sido y probablemente seguirá siendo el preferido para quienes desean
adentrarse en la vida de Fidel Castro Ruz, razón por la cual conversamos en La
Habana, Cuba, de manera tendida con Katiuska Blanco, periodista, escritora y
biógrafa del líder histórico de la Revolución cubana.
En una
primera entrega (La Época No. 831) nuestra entrevistada y amiga nos condujo, a
través de un viaje en el tiempo y el espacio, hasta el pequeño caserío de
Birán, en la oriental provincia cubana de Holguín, terruño donde nació y vivió
su más tierna infancia, además de cursar sus primeros estudios, el tercero de
los hijos del matrimonio del gallego Ángel Castro y la criolla Lina Ruz: Fidel
Alejandro. De igual manera, Blanco nos habló del deleite de Fidel con el
paisaje montañoso de los pinares de Mayarí y la honda huella que le produjo a
éste ver y convivir con negros y mestizos marginados económica, social y
políticamente, en una isla aparentemente marcada por la fatalidad de la
dependencia, tras emanciparse tardíamente de España para caer en las voraces
garras de un recién estrenado imperialismo estadounidense en 1898.
A medida
que la tarde transcurre en el habanero barrio de El Vedado, nos detenemos ahora
en la intimidad de los Castro Ruz, deambulamos imaginariamente por cada uno de
los cuartos de la casa –a la usanza gallega– de Birán, cuando Katiuska decide
ir al origen más remoto de la historia familiar: “Ángel y Lina viven en la casa
grande de Birán. Pienso que se unen entre 1921 y 1922, y al año siguiente
tienen la primera hija, Juanita”. Pronto vendría Ramón, sucedido por Fidel.
No pocas
biografías del emblemático revolucionario cubano han insistido tendenciosamente
que habría nacido fuera del matrimonio, fruto de una relación extramarital de
Ángel, pero la autora de Ángel, la raíz
gallega de Fidel, nos revela los verdaderos detalles de esos hechos: “Ángel
se había separado de su primera esposa pero, ¿qué ocurre? En Cuba la ley del
divorcio no existía, o sea, había el divorcio como vincular, lo que quiere
decir que se podía estar separado pero no divorciado”. En efecto, el divorcio fue
aceptado en la Isla con la promulgación de una nueva Constitución en 1940,
motivo que llevó al padre de familia, al año siguiente, a solicitar la
nacionalidad cubana pues, al decir de Blanco, “en España tampoco existía la
posibilidad de divorciarse, por tanto Ángel solicitó la ciudadanía cubana para
poder divorciarse plenamente, eso explica que recién en 1943, después de haber
alcanzado el divorcio, se casara oficialmente con Lina, por la iglesia y en el
registro civil”. Fidel tenía 17 años.
En 1985
la Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado de Cuba publicó el libro Fidel y la religión, escrito por el
teólogo y fraile dominico brasileño Frei Betto, como resultado de largas e
intensas jornadas de conversaciones centradas estrictamente en cuestiones
religiosas. El boom de la publicación fue inmediato: era la primera vez que un
alto dirigente del comunismo mundial dedicaba cientos de horas para ocuparse en
detalle de aquel asunto, desnudar sus creencias, confesar sentimientos y
exponer su doctrina, sentar postura respecto a los más disímiles temas de la fe,
el cristianismo, las iglesias, el ateísmo, entre otras.
Las
páginas están inundadas de escenas donde la cristiandad aparece una y otra vez
en episodios importantes de la vida de Fidel: un jefe guerrillero en plena cima
de la Sierra Maestra alzando una figura de la Virgen de la Caridad del Cobre,
patrona de Cuba; el mismo joven, ya triunfante, descendiendo de las montañas
con un minúsculo crucifijo atado al cuello, regalo de una pequeña niña
campesina para resguardar su vida; un cura de apellido Sardiñas que vestido de una
sotana verde olivo se pasea por los frentes guerrilleros dando bendiciones a los
rebeldes, bautizando y ofreciendo los demás sacramentos a los guajiros. A lo
que habría que agregar una frasesita formulada con admiración por unos y
espanto por otros: “Fidel fue formado por los jesuitas”.
Para dar
sentido a esas imágenes, testimonios, anécdotas y relatos a esta altura
míticos, otra vez Blanco me transporta al rinconcito donde todo comenzó, a la
casona rodeada de cedros. Mis interrogantes son directas y no dan lugar a
equívocos: ¿eran sus padres creyentes? ¿Cómo se vivía la religiosidad en la
vida familiar? La respuesta es precisa: “Ellos eran cristianos, el papá de
Fidel era devoto de Santa Bárbara [Changó, para la religión yoruba] y la mamá
del Sagrado Corazón de Jesús. Ambos eran católicos, Lina muy devota, cuestión
lógica porque igual era descendiente de españoles”.
En el
primer volumen de sus memorias, intituladas Guerrillero
del tiempo, Fidel le confesaba a Katiuska que cuando niño algunos de sus
pares le decían “judío”, apodo puesto a quienes no habían sido bautizados. Lo
cierto es que la ceremonia tardó más de lo previsto y, al abrigo de un
reparador café, la investigadora nos cuenta los pormenores del caso,
definitorios inclusive para el nombre mismo del futuro líder: “Fidel se iba a
llamar Fidel porque cuando iba a ser
bautizado sería apadrinado por un amigo de Ángel y la familia, Fidel
Pino Santos, hombre adinerado y poderoso, aunque finalmente le ponen ese nombre
y nunca llegan a bautizarlo. De hecho, años después lo bautiza Luis Hibert, el
cónsul de Haití y esposo de la hermana de una maestra donde se hospedaban los
hermanos Castro Ruz en Santiago de Cuba. Ellos son los que, me imagino, previo
a matricular a Fidel, en calidad de alumno externo, en el Colegio La Salle, le
bautizan oficialmente en la Catedral de Santiago de Cuba; y bueno, seis meses hace
lo que se llama la primera comunión, en julio de 1935”.
Después
de oír con atención a Katiuska, le comento el segundo paso en mi búsqueda por
esclarecer el carácter y personalidad de uno de los comunistas más importantes
de la historia: su formación jesuita. Charlamos de los orígenes de la orden
fundada, al calor de la Contrarreforma, por el ex militar español Ignacio de
Loyola, y cómo el nombre y funcionamiento de la Compañía de Jesús, deja
entrever una estructura militar, jerárquica y de recia disciplina, cuya cotidianeidad
aspiran sea vivida comunitariamente por cada uno de sus miembros.
Con los
jesuitas no hay medias tintas, o se les quiere o se les aborrece. Se les culpa
de ser los defensores más celosos de la ortodoxia católica y también de ser
formadores de connotados rebeldes y revoltosos de tierras americanas, entre
ellos al más polémico de los independentistas, el paraguayo Gaspar Rodríguez de
Francia.
Pero,
¿qué tanto influyeron los discípulos de Ignacio de Loyola en Fidel? Katiuska
sonríe e inmediatamente nos comparte sus criterios: “Fidel era crítico de los
jesuitas, un poco por la educación doctrinaria que impartían, el dogmatismo
dentro de la enseñanza, su rigidez, por ejemplo solía reflexionar acerca de lo significativo
que hubiera sido que una oración en lugar de ser repetida tanta veces se hubiera
pronunciado una sola vez pero sentidamente”.
Por un
minuto nuestra amiga guarda silencio, toma un ejemplar de Todo el tiempo de los cedros entre las manos, y prosigue con su
respuesta, esta vez aprobando el método empleado por la Compañía: “Creo que
cumplieron un gran papel –que él mismo reconocía– en la formación de su
carácter, en su capacidad de proponerse metas y no desistir, de hacer esfuerzos
y sacrificios hasta conquistar lo que se planteaba. Además pienso que le
enseñaron a tener rigor en los estudios. Le daban la oportunidad extraordinaria
de que si él deseaba estudiar horas extras y por su propia cuenta en las noches,
no se lo prohibían. El Comandante decía: ‘me dejaban el aula y la biblioteca
abierta, con la única responsabilidad de que yo cerrara y apagara la luces’”.
Suelen apuntar
los historiadores y los aficionados de la historia que La Habana es mágica
porque sus calles y edificios le hablan al visitante, siempre y cuando sepa lo
que está buscando. Aprovecho este paréntesis para consultarle a Katiuska de las
instalaciones del actual Instituto Técnico Militar José Martí, ubicado en el
populoso municipio de Marianao. Hasta bien entrada la década del 60 allí se hallaba
el Colegio de Belén, donde Fidel cursó sus estudios secundarios, otra de los
rastros de los jesuitas en su vida. Ella se explaya: “El Comandante reconocía
el nivel científico de los jesuitas porque, por ejemplo, el mejor observatorio
astronómico que existía en el país en ese tiempo era del Convento de Belén,
donde él estudió. Y los científicos más eminentes que estudiaban el clima eran
los jesuitas. Inclusive el padre Benito Viñes Mortell, que se cultivó y
escribió tratados del origen y la evolución de los huracanes, era un ignaciano
que trabajaba en La Habana a fines del siglo XIX”.
En
definitiva, la educación escolar recibida por Fidel parece haber oscilado entre
el dogma y la ciencia, el valor de lo natural y la creación divina, la
disciplina y la libertad, todo apegado a una senda trazada por Angel, Lina y
Loyola, donde se hallan puntos comunes: aprecio por el trabajo, rectitud,
honestidad, carácter y voluntad.
Del mismo
modo, por oposición a su estatus privilegiado, según la investigadora,
tempranamente Fidel reparó en la extrañeza de que en su aula no hubiesen
negros: “Cuando él preguntaba, porque era un alumno inquieto y tenía un sentido
de la dignidad y el reclamo formado en su casa, por qué no había más negros en
la escuela, la respuesta que le daban era que no les permitían las plazas para
que no se sintieran menos por ser pocos o pobres, pero esas eran excusas porque
en realidad lo que había era discriminación”.
Antes de
culminar esta parte de la entrevista, con algo de desazón Blanco me dice que en
parte de la historiografía se suele obviar arbitrariamente la influencia de los
padres de La Salle en Fidel, aun cuando fueron ellos los que le permitieron ir
al mar en Santiago de Cuba, practicar sin restricción todo tipo de deportes,
incluyendo la natación y exploraciones, y despertaron su interés por el saber.
Labores que fueron continuadas con el montañismo y ciencia jesuitas.
La
apretada síntesis que hace la biógrafa de esta etapa de la vida de Fidel,
previo a adentrarnos en su formación política, material para la tercera
entrega, es la siguiente: “El balance de la educación con lasallistas y
jesuitas es realmente positivo, porque lo prepararon bien, a pesar de que vivió
cosas con las que él tenía una visión crítica, como las que conté. Las dos
órdenes le proporcionaron felicidad, él había vivido, antes de ingresar en esos
colegios, una etapa que sentía como un peso, algo que le era tremendo. Incluso
el 12 de agosto del 2006, en su reflexión decía ‘mañana cumpliré 90 años…’,
para después contar que estuvo dos o tres años sin estudiar, tiempo que no lo
llevaron a la escuela, y lo injusto que le parecía no darle educación a un niño
ni enviarlo a la escuela, que ése es el mayor daño que se le puede hacer. Por
eso, de los lasallistas y los jesuitas recibió la capacidad de aprender y el
interés por el conocimiento”.
y Twitter: @escuelanfp
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