Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Miguel Pinto Parabá
El
cuartelazo del 21 de agosto fue un secreto a voces y, en 8 meses, nadie hizo
algo efectivo para detenerlo. En ese marco, la debilidad política de Torres, la
sempiterna división de la izquierda y el poder de la prensa aportaron con lo
suyo a los golpistas. Todo esto facilitó el posicionamiento discursivo del
bloque banzerista, que luego derribó, de manera sangrienta, al gobierno.
En
diciembre de 1970, a los dos meses que Juan José Torres asumiera la
presidencia, el comandante del Colegio Militar, Hugo Banzer, pateó el tablero
de la agitada coyuntura nacional. El entonces máximo dirigente de la Central
Obrera Boliviana (COB), Juan Lechín, fue inducido a ser antagonista del militar
para que éste pueda saltar a la palestra pública. Dentro de esa estrategia, la
prensa lo catapultó como caudillo de la sedición castrense.
Tras
descabezar un golpe de Estado “reaccionario”, el general Torres, el 7 de
octubre de 1970, tomó las riendas del poder, reivindicando ideas nacionalistas.
En sus primeros meses de gestión, decretó la “reposición salarial” a favor de
los mineros; participó en masivas concentraciones sindicales, donde los obreros
le exigieron “armas para enfrentar a los fascistas”; estatizó el comercio del
azúcar; y liberó a los marxistas Régis Debray, Ciro Bustos y otros guerrilleros
de Ñancahuazú.
Esos
actos fueron cuestionados por civiles, militares y empresarios opositores, que
buscaban un nuevo liderazgo. En ese contexto, el comandante del Colegio Militar
asumió el desafió y se presentó como rígido crítico de la “lucha armada”, la
“extrema izquierda” y los “apetitos ideológicos extra-nacionales”.
El
coronel Banzer, hasta ese momento, ya había hecho méritos para ser hombre de
confianza de la Embajada de Estados Unidos: en agosto de 1970, participó en la
clausura de Prensa (semanario de los periodistas) y, en octubre, apoyado por el
general Rogelio Miranda y el coronel Luis Arce Gómez, dirigió el cerco militar
a la sede de gobierno.
Visibilización
El
matutino católico Presencia, el jueves 10 de diciembre de 1970, en su nota de
primera plana El gobierno reforzó ayer las medidas de seguridad, reveló que
tras conocerse un “plan para eliminar físicamente al Presidente” el régimen
dispuso, la noche del 8 de diciembre, el acuartelamiento de tropas, el refuerzo
de la guardia de Palacio Quemado y la vigilancia de la carretera que conducía
al Colegio Militar.
“Se trataba (…) de un francotirador o varios
que se habrían dispuesto para disparar sobre el general Torres, cuando se
hallará en el Colegio Militar”, puntualizó Presencia. Por su parte, el
periódico Hoy, en su crónica Conjura civil-militar no prosperó debido al viaje
del Presidente, reveló que el cuartelazo fue confirmado con el “encendido
discurso” que Banzer leyó en la graduación de 90 cadetes, en el Colegio
Militar, la mañana del 9 de diciembre.
La
maquinaria persuasiva banzerista ya estaba en marcha.
Discurso Polarizador
En su
libro De cara a la revolución del 21 de agosto de 1971, Fernando Kieffer
destacó el anterior suceso, junto a la radical arenga del coronel: “Es hora de
poner coto a esta vergüenza nacional, es hora de que nos demos cuenta que la
patria resurgirá como fruto de la paz social, el trabajo fecundo y la
comprensión ciudadana. Es hora de poner fin a la actitud de los traficantes de
ideas ajenas, de demagogos que mil veces han engañado al hermano campesino,
minero, trabajador, al hermano pueblo”.
“(…) o con la Patria o contra ella, o
respetando las leyes o atropellándolas, o con el orden o con el caos y la
anarquía, con la sinceridad o con el fraude y el engaño, con la paz o con la
guerra. Es pues la hora de la verdad y nosotros los militares debemos exigirla
a quienes nos comandan y nos gobiernan”, agregó, ante la mirada sorprendida de
varios periodistas.
Esa
interpelación polarizadora cayó como una bomba en la mente de quienes fabrican
la opinión pública y fue suficiente para que Banzer ingrese con fuerza en la
agenda de los medios nacionales.
Posicionamiento
La
ofensiva mediática no concluyó ahí. Es más, en cuestión de horas, se amplió.
En la
tarde, el militar rebelde –junto con el coronel Edmundo Valencia y apoyado por
el periodista Samuel Mendoza, autor del libro Anarquía y caos– envió una “carta
abierta” al secretario ejecutivo de la COB y también experimentado líder de la
Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB), Juan Lechín
Oquendo.
Estamos
cansados de sus “majaderías” y “demagogias” que, en 30 años, han “engañado” a
la clase laboral, le espetó, para luego preguntarle cuándo realmente fue un
verdadero obrero, por qué asaltó la Universidad de Cochabamba, por qué no
aclaró su negociado de oro físico, cuál la razón de su tremendo odio a las
Fuerzas armadas y cuál la intensión de desvirtuar la esencia del pacto
militar-campesino.
“Le
recordamos que parte de nuestra vocación es morir, y para el militar de honor
no importa cuándo, ni dónde, ni cómo encuentre la muerte, si nuestra vida la
vamos a ofrecer en defensa de la patria y sus sagrados intereses”, añadió.
Al día
siguiente, el periodista Samuel Mendoza apoyó a los sublevados con una extensa
columna titulada La hora de la verdad, publicada en el matutino Hoy: “Sabemos
bien cuáles son la posiciones hasta ahora. De un lado, Lechín ha sostenido que
no hay otra vía para la ‘liberación nacional’ que la ‘lucha armada’ entre
bolivianos dando lugar a mayores matanzas, odios, rencores, sangre, luto…
Entretanto, los oficiales sostienen que para lograr el desarrollo nacional es
preciso crear un ambiente de paz y trabajo. ¿Quién tiene la razón?”.
Respuesta Esperada
Frente a
la provocación, las organizaciones afiliadas a la COB reaccionaron de forma
predecible: se declararon en “emergencia”. En tan ardua coyuntura, esa
respuesta ya no intimidaba mucho y, por tanto, la tajante réplica no se hizo
esperar.
Los
sublevados, el sábado 12 de diciembre, protegidos por las sombras de la noche,
“ametrallaron” la puerta de la sede de la máxima organización de los
trabajadores. No hubo muertos ni heridos, pero la incertidumbre quedó instalada
en la mente de los trabajadores. El suceso, otra vez, fue condenado mediante un
comunicado: “(…) el insólito atentado fue provocado por agentes del
imperialismo que así tratan de violentar a la clase trabajadora”.
A su
turno, Lechín, el 10 de diciembre, desafió a los “sirvientes de la CIA y el
Pentágono” a un debate público para que prueben sus acusaciones.
Ambos
coroneles asistieron a la “Escuela Militar del Comando Superior de Estados
Unidos”, llamada “Lavenworth”, denunció el dirigente obrero, para luego
explicar que fue ahí donde, además de recibir “instrucciones tácticas y
estrategias de guerra”, les enseñaron a distinguir “contra quienes deben usarse
esos conocimientos militares”.
Al día
siguiente, Banzer y Valencia, en medio de decenas de periodistas que hacían la
cobertura noticiosa, aceptaron el reto e invitaron a Lechín a deliberar en la
televisión del Estado, bajo la moderación del presidente de la Asociación
Boliviana de Radiodifusoras (ASBORA).
Al final,
el debate nunca se realizó. Empero, Banzer logró posicionarse como audaz jefe
de la oposición.
Rumbo al Poder
Para no
echar más leña al fuego, Torres se concretó a denunciar los “aprestos
golpistas”, mientras los sindicatos y los universitarios le exigían acciones
para “destruir de raíz” la estructura golpista.
El
Presidente –de acuerdo a la obra de Torres a Banzer, escrito por su propio
ministro del Interior, Jorge Gallardo– nunca quiso enfrentarse a los “militares
fascistas” porque temía la destrucción de su institución, como sucedió en 1952.
“Por eso no dio de baja a los sublevados y evitó, hasta su caída, la entrega de
armas a la COB”.
Los
hechos de diciembre de 1970 también obligaron a las organizaciones de izquierda
a reorganizarse. Sin embargo, sus discusiones ideológicas marcharon a paso de
tortuga.
A seis
meses de la primera asonada banzerista, el Comando Político de la Clase Obrera
y del Pueblo, el 22 junio de 1971, recién puso en marcha la organización de la
Asamblea Popular, que fue pensada como un “verdadero órgano de poder
revolucionario”. Pero la propuesta obrera llegó tarde. El tren de la historia
corría raudamente por otro rumbo.
A partir
de diciembre de 1970, Banzer se convirtió en el jefe declarado de la futura
subversión; todos los representantes de la derecha contrarrevolucionaria se
plegaron abiertamente al coronel que había tenido el “coraje” de enfrentarse
con “valentía sin límites” al débil gobierno “comunista” de Torres, reconoció
con cierto sarcasmo el entonces ministro del Interior, Jorge Gallardo.
Así, en
la perspectiva de controlar el poder del Estado, el coronel Banzer intentó otra
sublevación el 10 de enero de 1971, pero fracasó. Finalmente, con apoyo
internacional y el respaldo del Movimiento Nacionalista Revolucionario y la
Falange Socialista Boliviana, el 21 de agosto derrotó a sus enemigos, a sangre
y fuego.
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