Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Rafael Puente
Avanzamos la hipótesis
de que si Lucho Espinal pudo pasar tan rápidamente
del
discreto anonimato al olor de multitudes es porque al reunir en su destino, en su pensamiento y en su actividad la dimensión religiosa y la política, ofreció a esas multitudes la esperanzadora
novedad de una nueva presencia cristiana y una presencia revolucionaria.
Una nueva presencia cristiana
Si seguimos la vida, la actividad y los escritos de
Lucho, veremos que era verdaderamente un hijo de su tiempo y
precisamente por eso también un hijo de su
pueblo. Que se tomó en serio la realidad
de este país, pero además en su ahora concreto, en su Aquí, en el último tercio del siglo XX.
Pienso que Lucho fue en este rincón del planeta un testigo tan excepcional
como lo fue en la Alemania nazi aquel otro creyente llamado Dietrich
Bonhoeffer, un pastor luterano encerrado y al final fusilado por Hitler, un
hombre que desde su fe denunció el nazismo y que
desde su vivencia política reinterpretó la fe.
El mismo Bonhoeffer escribe desde la prisión que el cristiano del siglo XX, para ser consecuente con su fe y su
compromiso cristiano, tiene que vivir como si Dios no existiera ("etsi
Deus non daretur") pero delante de Dios... Es decir, la vivencia
actual de la fe, en este mundo iluminado por la ciencia y definido por la lucha de clases, tiene que darse dentro de esas
coordenadas -claridad científica y compromiso
militante- sin necesidad de acudir a la hipótesis Dios. El creyente del siglo XX no hace de su fe una explicación de
su destino, no necesita de mitos para comprender su existencia, y menos para programarla. Para eso cuenta con la
biología,
la sociología,
la economía
y
la historia. Es decir formula, explica y programa su vida sin necesidad de
manipular a Dios como premisa Vive como si Dios no existiera Lo cual no
quita que viva delante de Dios. Más aún, recién entonces lo hará delante del verdadero Dios, del Padre
de Cristo, que nunca fue el prestidigitador de la historia ni el titiritero de
los hombres, sino el horizonte de amor, de exigencia
y de sentido sobre el que la historia y los hombres se desenvuelven autónomamente.
A fin de cuentas se trata de la misma era anunciada
por Jesús de Nazaret cuando
afirma que llega la hora en que a Dios no se lo adorará ni en el templo ni el monte sagrado,
sino solamente en espíritu y en verdad (én 4, 21 ss), la era que Jesús proclama cuando descalifica el templo
a latigazos (én
2, 13ss), la que define al explicar que al final de los tiempos se condenarán
muchos
hombres religiosos por su carencia de praxis política y se salvarán muchos ateos (Mt 25, 31 ss).
Pues bien, Lucho Espinal inscribe su vida en esa era
y por eso representa una luz de esperanza para el pueblo sometido a las
tinieblas antiguas.
Lucho vive como si Dios no existiera, se guía
por criterios históricos y sociales y
formula en estos términos inclusive su
vida religiosa. Por eso tiene
problemas con sus superiores jesuitas
cuando vive en una comunidad mixta (tres jesuitas y tres matrimonios). Es decir porque
su vida práctica es profana y
rompe las reglas sagradas.
Pero es más importante la
aplicación de los mismos
criterios a su actividad pública.
Lucho no cree que por ser sacerdote tenga que dedicarse a bautizar o preparar primeras
comuniones. Para él el ministerio de la
palabra se ejerce iluminando críticamente
la palabra de los hombres. Por eso se dedica a los medios de comunicación, la forma moderna de la palabra
humana. Por eso su esfuerzo paciente de años por esclarecer lo que es el cine y lo
que es la prensa, por desentrañar sus potencialidades
y sus trucos, por enseñar a ver críticamente
una película y a leer críticamente un periódico.
Tal era su profesión y tal era también, simultáneamente, su predicación; se
acabó
la dicotomía.
Igual lo veíamos
explicando técnicas
cinematográficas
a sofisticados intelectuales cruceños, que mostrando a
campesinos y promotores de los Yungas cómo descubrir las trampas banzeristas del
matutino Presencia.

Por supuesto todo ello le acarrea incomprensiones y
conflictos, por ej. con la dirección
del periódico
en que escribe, que no puede controlar su palabra, o con sus superiores
religiosos, que no pueden moderar su libertad. Esta existencia conflictiva nace
de esa unidad entre fe cristiana y compromiso revolucionario, y se va
acrecentando en la medida en que Lucho avanza, junto con la lucha de su pueblo.
Ese avance tendrá un punto culminante cuando la huelga de
hambre de enero del 78, el empujón popular que acabó con la dictadura de Bánzer (por aquel momento) y a la que
Lucho se suma junto con otros dos curas consecuentes -Pastor Montero y Javier Albó, cualquier día habrá que escribir también sobre ellos-. De ese
hecho profundamente político y popular, de esa
actividad revolucionaria compartida con varones y mujeres del pueblo sin
distinción de credos, nacerá después, a través de la pluma fértil de Espinal, una de las más profundas páginas teológicas que se ha escrito en este continente, y que se comenta profusamente en otros artículos
de
este mismo libro. Aquí sólo queremos hacer notar la unidad que
aparece en ese diario entre fe cristiana y acción revolucionaria. Por eso en Lucho la teología es inevitablemente teología de la liberación. Porque la acción liberadora es de por si profundamente
teológica.
En este artículo
no pretendemos analizar los textos de Lucho sino el conjunto de su actividad. Pero
hay dos frases suyas que tenemos que citar para confirmar y expresar lo que venimos
analizando. La primera se refiere a lo que podemos llamar la actividad profética, el ejercicio de la palabra:
"Quien no tenga la valentía
de hablar en favor del hombre tampoco tiene el derecho de
hablar de Dios".
¿No aparece ahí la unidad de fe y política? ¿No se está expresando el cristiano revolucionario?
Con esas palabras Lucho está explicando el fondo
del mensaje cristiano, se está tomando en serio la
encarnación, se está declarando verdadero compañero de Jesús, de aquel Jesús a quien los poderosos de su tiempo condenaron
a muerte por impío y subversivo, por
anunciar el triunfo de los oprimidos, por hablar de dinero y de justicia, por
criticar el culto y la ley, por hablar en favor de los hombres en vez de
limitarse a palabrear sobre Dios.
Con esa frase Lucho se identifica también con su viejo padre fundador, Ignacio
de Loyola, igualmente perseguido y execrado en su tiempo por humanizar a Dios,
por organizar su anuncio saltándose sacras
tradiciones. El fundador de la Compañía de Jesús comprendió -como antes de él sólo lo habían hecho el evangelista Lucas y el padre
de la iglesia Ireneo de Lyon- que el Dios trascendente sólo es asequible a través del compromiso inmanente, que el
derecho de hablar de Dios presupone la valentía de hablar del hombre -del oprimido y pobre, del hermano pequeño que decía Jesús-. Pero además Ignacio de Loyola comprendió que la mera palabra no basta, que es
necesario organizar su anuncio, articularlo histórica y geográficamente. Por eso funda la Compañía de Jesús en la que siglos más tarde entrará Lucho Espinal. Pero, limitado por su
tiempo, Ignacio de Loyola no puede llevar
su intuición
hasta sus últimas
consecuencias, Y los dueños de la iglesia y del imperio se
encargarán de frenar su obra
para que no llegue a esa maduración[1].
El hombre -el hombre genérico- como punto de
referencia absoluto, o como lugar de manifestación del absoluto. Dos formulaciones
coincidentes que equivalen también a la frase de
Espinal que estamos comentando. Se acabó la dicotomía.
La segunda frase está en su reflexión sobre la huelga de hambre, y la citamos porque llega al fondo último
donde se juntan historia social y destino personal:
"Morir por un pueblo da mayor carta de ciudadanía que nacer en él."
Aquí
la pascua cristiana, centro mismo de la fe y del evangelio, se entronca con la pertenencia al
pueblo, con la construcción de la historia. Aquí el materialismo se hace dialéctico, supera el mero dato físico del nacimiento geográfico y se centra en el acontecimiento
material-libre, y por lo tanto histórico, de la muerte
revolucionaria (la muerte por un pueblo y con un pueblo).
Y efectivamente ¿quién se ha acordado nunca después de su muerte de que Lucho Espinal había nacido en otro suelo? ¿Quién puede discutirle a Lucho su calidad de
combatiente y mártir de este pueblo? ¿Quién duda de que Lucho es definitivamente
boliviano, por supuesto mucho más boliviano que la legión
de estafadores, demagogos y asesinos que nacieron físicamente
en este suelo pero luego lo negaron históricamente
con su vida y su actividad libres, dedicadas a la destrucción del pueblo?
Pero el que Lucho viviera como si Dios no
existiera no quita que lo hiciera también
delante de Dios. Ahí están
como testimonio impreso sus "Oraciones a quemarropa". Ahí están sus crucifijos tallados personalmente.
Esa su existencia profana se desenvolvía delante de Dios. Pero ahí Dios viene a ser el horizonte donde nuestra vida aparece iluminada en su real dimensión, donde se
desvela, donde no nos queda un rincón para escondernos o
camuflarnos, donde no hay ya lugar para el engaño ni el auto-engaño. Es el
Dios Padre de Cristo, a la vez fuente y garantía
de esperanza interminable, y testigo inapelable de nuestra
inconsecuencia, de nuestra ineficiencia, de nuestra
dualidad.
Por tanto todo lo contrario del dios alienante, del
dios-alibi, del dios-escapatoria que en la realidad dicotómica del pueblo tiende a eximir al hombre de su
responsabilidad histórica y a alejarlo del compromiso político. La
fe de Lucho es pues claramente una nueva forma de presencia cristiana.
Una nueva presencia revolucionaria
Todos los elementos explicados hasta aquí constituyen ya una presencia
revolucionaria, y desde luego una presencia nueva. Pero podemos explicar el
tema un poco más desde la perspectiva
netamente política.
Destaquemos
para ello dos aspectos de la actividad de Lucho, que por lo demás son inseparables: la
actividad periodística y la actividad
política.
Con el avance de la coyuntura democrática 1978-80 Lucho Espinal terminó concretando su actividad periodística en la fundación y dirección del semanario AQUÍ. Sin negar todas las limitaciones de
dicho periódico -heterogeneidad
ideológica, errores de
perspectiva, falta de una mayor definición- podemos afirmar dos rasgos suficientes
para justificar su publicación y su creciente
difusión en aquellos años: era un periódico crítico y era un periódico libre (¡el único!). Lucho y su equipo no dejaron de
denunciar y fustigar a los poderes ocultos -y no tan ocultos- que mantienen a
nuestro país en el atraso y en el
miedo; no dejaron de luchar desde esa palestra por el pueblo oprimido y
manipulado; y además lo hicieron con
innegable libertad, con la libertad del profeta que sabe que en cada discurso
está Hipotecando su vida.
Se dice que una de las razones que hicieron de Lucho
la víctima número uno
de los enemigos de nuestro pueblo fue el hecho de que iba acumulando material
documental sobre el narcotráfico. La historia
reciente nos dice que el narcotráfico siempre tiene
recursos para acallar y comprar a todos sus potenciales
enemigos, sean ministros de estado o funcionarios de narcóticos.
Sin
embargo a Lucho Espinal ni siquiera se les ocurrió comprarlo. Tuvieron que hacerlo
desaparecer porque su presencia política era de nuevo estilo:
libre y consecuente, libre e incorruptible.
Menos conocida es la actividad directamente política de Lucho Espinal. Parece incluso
que se la escondiera vergonzantemente, ya sea para no mezclar su memoria con
siglas hoy execradas, ya para hacerlo aparecer como el nuevo santo de cierto anarquismo religioso-popular...
Sin embargo no fue así. Lucho nunca fue a-partidista; más aún, veía claramente
la necesidad de la organización revolucionaria
para hacer posible la liberación popular. La prueba de ello es que Lucho fue nada menos que co-fundador del FRI[2], y un
fundador connotado. Formó parte del presídium
del congreso fundacional del FRI en el cine Novedades de La Paz en, 1978, y
en ese mismo congreso pronunció un discurso a
nombre de los sacerdotes revolucionarios. Era un momento en que
se pretendía ofrecer al pueblo
una alternativa supuestamente más radical y
consecuente que la UDP. Ciertamente fue un intento equivocado. Ahí se equivocó Lucho como nos equivocamos otros
muchos. Pero el error es un ingrediente normal de la lucha política, y con seguridad que él no intentaría hoy encubrir ese error, sino que lo reconocerla
como un paso de su aprendizaje político. Por lo demás Lucho fue tal vez el primero en darse
cuenta del error y muy pronto se distanció
visiblemente del FRI, aún mucho antes de
que éste
se convirtiera en sigla auxiliar
para los saltos oportunistas del PC-ml.
Pero si Lucho dejó el FRI y toda militancia concreta, no
fue porque descalificara la militancia en sí misma, sino porque no encontraba en el
FRI ni en ningún otro partido la
organización consecuente que
pudiera conducir a la liberación del pueblo
boliviano.
Esa limpieza de conducta, esa falta de sectarismo,
esa cercanía al pueblo real, y
sobre todo esa libertad indoblegable, hacen de la presencia política de
Lucho una presencia nueva. Y por cierto una presencia que le acarreaba crecientes
conflictos con una orden religiosa que hoy se puede dar el lujo de glorificarlo
pero que se cuida mucho de que puedan surgir en su seno nuevos espinales...
Siempre la mitificación del revolucionario
ha sido la mejor manera de volverlo inofensivo.
Su
memoria
Hoy Lucho Espinal es patrimonio
de todo el pueblo boliviano. El desconocido manresano que cruzara el Atlántico
para trabajar en medios de comunicación
en
nuestro país, se mostró después de su muerte como "el padrecito
que defendía a los pobres", formulación popular que equivale a esa nueva
presencia cristiana y revolucionaria que hemos intentado describir y que hace
de Lucho una llamada y un grito que señalan el camino de nuestra liberación. Es el hermano y el compañero que nuestro pueblo religioso y
revolucionario necesitaba.
Cochabamba febrero de 1984
[1] Por eso el genio más similar
a Ignacio de Loyola, Vladimir Lenin, surgirá ya en un proyecto definidamente
ateo y anticristiano. Sin embargo Loyola y Lenin son dos polos de la misma
honda apasionadamente humana y revolucionaria, son los genios de la concreción,
los que intentan realizar los mensajes de sus respectivos númenes, Jesús de
Nazaret y Carlos Marx Su aparente contradicción se debe a la corrupción, que en
cada campo ha sido operada por los epígonos infaltables. Hoy se nos aparece
cada vez más falsa esa contradicción. Y Lucho Espinal constituye uno de esos
puntos históricos donde la contradicción se desvanece y cristaliza la unidad de
fondo de ambas líneas.
[2]
Frente Revolucionario de Izquierda, fundado en 1978
para oponerse a la UDP desde la (ultra)izquierda y compuesto por et
PC-ml, VO, el PRIN, el PRTB-ELN y el POR-Combate.
A partir de 1979 el PC-ml quedaría de dueño exclusivo de la sigla y la utilizaría como máscara de sus
alianzas con la derecha (primero con el MNR, luego con el MIR y finalmente con la ADN).
y Twitter: @escuelanfp
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