Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Max Murillo Mendoza
Todos los descalabros de las instituciones occidentales, desde las deportivas hasta las más importantes como el FMI o las NNUU, tienen una raíz profunda y fundamental: la ausencia absoluta de lo que llaman Ético. Es decir de esa tabla de comportamientos humanos, donde la diferencia entre lo correcto y lo incorrecto es importante, a la hora de ejercer funciones frente a lo colectivo. Occidente hace mucho tiempo que tiene ese desbalance y esa paradoja. Para ese pensamiento una cosa es lo teórico y otra cosa la práctica. Y ese jodido procedimiento mental occidental, destruye los comportamientos prácticos de sus sociedades, porque tienen la excusa perfecta mental de que una cosa es la palabra y otra cosa es el hecho. Así, occidente en el día promete mucho en las palabras; pero en las noches salen sus demonios reales y concretos. La corrupción tiene por supuesto estos niveles complejos de la mentalidad occidental: el profundo divorcio entre la palabra y el hecho. En cambio para nuestras culturas la palabra es un hecho, no existen divorcios filosóficos. Esas enfermedades nos llegaron con la invasión occidental, llamada colonización. Y lo estamos pagando muy caro.
En América Latina, algunas revoluciones sociales como la cubana, intentaron precisamente por todo eso de lo que es la política, inventar y moldear desde lo ético las prácticas y hechos políticos. Ahí tuvo gran resonancia el Ché Guevara. Cuando propuso desde sus prácticas políticas El Hombre Nuevo. Ese ser que primero tenía que ser el ejemplo de comportamiento político ético, para después hablar y teorizar. Ese ser entregado en sus prácticas a los demás, incluso con la muerte misma. Esa coherencia extrema fue, con su propio ejemplo, el Ché Guevara. Todo lo que vino después fue el mangueo de la imagen del Ché por ese occidente más bien pragmático y del real politik. Nadie más se arriesgó a ser discípulo del Ché, porque en esencia las clases medias y altas, quiénes tienen posibilidades materiales de hacer política, nunca han estado a la altura de semejante propuesta: radical y epistemológica de hacer otro tipo de política. En Bolivia la izquierda es tan colonial como la derecha, porque provienen de las mismas familias herederas del occidente invasor, de las mentalidades más bien instrumentales y del real politik. Con sus honrosas excepciones, y no es casual de que ya estén muertos. La izquierda en Bolivia nunca hizo harakiri espiritual, teórica y epistemológicamente, para cambiar y convertirse a nuestras culturas. Traicionaron al pueblo en la UDP corrompiéndose en competencia. Hoy no veo una conversión profunda a nuestras raíces milenarias y propias de nuestras culturas y costumbres. Tienen miedo como la derecha. Les falta autoestima histórica e ideológica. Lo demás es deducible (corrupción y oportunismo pragmático).
Pues sí, el fantasma mundial es la corrupción, la destrucción de países enteros por esos engendros occidentales de la guerra, de las drogas y la acumulación de riqueza destructiva y cruel, despiadada y premiada por las estructuras sociales y mentales. Tras de ese occidente de pinta, de perfume, de potencia, de palabra y de postura estética, está el desastre de lo real, de los hechos: hipocresía, poder inmenso para destruir a los demás, totalitarismo político y valle de lágrimas para todo el mundo. En todo el mundo la preocupación de las sociedades civiles, tiene la pregunta exacta: ¿tiene sentido lo ético en occidente? En realidad no. La destrucción humana es un precio alto que se paga, por la creencia ciega de que lo ético funciona…a pesar de todo. Y en realidad no funciona, sino como parte de los discursos y malabares de palabrería de los políticos occidentales, para dorar los hechos y las prácticas de engaño, de trampas de la razón hegeliana.
Como nunca antes tenemos la oportunidad de desnudar al pensamiento occidental, tramposo, del divorcio entre la palabra y los hechos, de la fina hipocresía, del asalto al poder por definiciones fuera de los intereses sociales y de valores culturales colectivos. Cierto que tenemos que reconstruir las miradas y sentires de nuestras filosofías, destruidas a sangre y fuego por siglos de historia republicana y colonial. Que desmontar los imaginarios de Estado falocráticos, de palabras vacías, de construcciones y copias muertas de los modelos de occidente, de calcas políticas. Tareas nada sencillas e inmensas. Pero creo que posibles, ya que hemos resistido siglos y siglos de imposición e impostura de la realpolitik, por lo que sabemos que esas posturas no son sostenibles. Estamos también contaminados e impregnados de ese pensamiento, de esas costumbres. Incluso las copias populares son más perversas; pero de eso se trata: de salir del infierno, de las catacumbas del engaño y la ficción. Desmontar esos mitos y religiones de la política occidental: del divorcio absoluto entre la palabra y los hechos, es ciertamente uno de nuestros mayores desafíos en nuestra generación. Alfabetizar y re alfabetizar a los occidentaloides, sobre nuestras realidades y pensamientos. Complejas tareas tenemos, para por fin realmente nacionalizar a esas clases altas y medias analfabetas funcionales de nuestras realidades políticas, y de nuestras maneras de pensar y actuar.
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