Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Federico
Larsen
El 2015 cierra un ciclo marcado por la renovación de las dirigencias progresistas
en América Latina, y abre otro donde los equilibrios políticos parecen
modificarse nuevamente a requerimiento de los nuevos mercados internacionales.
El recambio comenzado con la consolidación -fraudulenta o no- de la derecha en
Honduras, continuó luego con las elecciones en Chile, Colombia, Brasil, Bolivia
y Uruguay, y podría llegar a culminar con las próximas legislativas en
Venezuela y las elecciones generales en Argentina. La tendencia parece estar
marcada por cierto reflujo de las fuerzas populares y progresistas en favor de
vertientes moderadas o inclusive de derecha. Un rumbo favorecido por un nuevo
flujo de capitales hacia el continente y su injerencia en las nuevas relaciones
de poder.
El año electoral argentino se abrió del peor de los modos. El escándalo
desatado por la inconsistente investigación del Fiscal Alberto Nisman acerca
del supuesto encubrimiento en el marco de la causa AMIA por parte de altos
funcionario -incluida la presidenta Cristina Fernandez-, y su aún más escandalosa
muerte, signan hoy el debate político en el país. No deja de asombrar la
evidente intervención de los servicios secretos extranjeros en todo el asunto
-de EEUU e Israel principalmente-, en un país cuyo gobierno está a punto de
dejar el poder y todos los candidatos con posibilidad de ser electos resultan
más favorables a esos mismos intereses que el actual ejecutivo. Porque si algo
queda claro del panorama electoral argentino es que cualquiera de las tres
principales opciones -el oficialista Daniel Scioli o los opositores derechistas
Sergio Massa y Mauricio Macri-, va a resultar un retroceso para la
profundización de la integración latinoamericana. Daniel Scioli comenzó la
construcción de su figura a nivel internacional con un rápido acercamiento al
sector de la “Tercera Vía” liderado por Bill Clinton y Tony Blair -último
ejemplo de ello es su participación en el encuentro “El futuro de las Américas”
en Miami en diciembre pasado-, y que tiene como principal figura
latinoamericana a Juan Manuel Santos.
Si bien Argentina tiene hoy vínculos
preferenciales con otros sectores de la política regional, los movimientos del
pre-candidato oficialista dejan entrever un fuerte debate sobre el rumbo a
seguir dentro del partido de gobierno. Massa presentó su equipo asesor en
política exterior hace pocos meses. Entre sus integrantes se destacan Santiago
Cantón, quien fue denunciado públicamente por el mismo Chávez y debió renunciar
a su puesto en la CIDH a causa de su vinculación con la CIA en tareas de
desestabilización de gobiernos de la región; y Andrés Cisneros, vicecanciller
bajo el gobierno de Carlos Menem en la época de las “relaciones carnales” con
EEUU. Mauricio Macri, por su parte, ya dejó en claro su posición a nivel
internacional al asegurar que la Argentina debía acatar sin protestas la
decisión del juez norteamericano Griesa y pagar de inmediato todo lo que pedían
los fondos buitre. Así, la política exterior argentina podría transformarse, en
el mejor de los casos, en algo similar a las pretensiones anunciadas por Tabaré
en Uruguay, que a todas luces buscará “otros socios” por fuera de América
Latina para profundizar relaciones políticas y comerciales. Una explícita
referencia a EEUU y la Unión Europea, con la cual el Mercosur tiene aún
pendiente la firma de un importante Tratado de Libre Comercio. Mientras tanto,
Brasil se consolida como plataforma de entrada de los principales capitales del
mundo a la región. La decisión de Rousseff, de abrir las puertas de su gobierno
a economistas que bien recuerdan a los expertos neoliberales conocidos como los
“Chicago Boys”, puede ser considerado como el reflejo de la decisión del gran
capital transnacional de tratar a Brasil como la niña mimada de América Latina.
Su gobierno, si bien no renuncia a su perfil social, progresista y estadista,
especula con la posibilidad de modificar su inserción históricamente
subordinada en el mercado de capitales. Pero para hacerlo deberá llevar consigo
todo el Mercosur hacia una mayor apertura a las liberalizaciones, la presencia
de grandes capitales financieros con enorme capacidad de lobby, a cambio de
compartir los aparentes beneficios de pertenecer al club más de moda del
momento, los BRICS, con sus promesas de construcción de un mundo multipolar. La
contienda electoral argentina se convierte entonces en una citaimportantísima
para definir estos asuntos, y averiguar si la Casa Rosada estará dispuesta a
avanzar hacia un territorio en el cual, aunque sea sólo discursivamente, ha
tratado de negar.

Venezuela es la otra cita importante del calendario electoral 2015 de cara
a la configuración de nuevos equilibrios en América Latina. Bajo el jaque
permanente de la desestabilización, las sanciones, los ataques desde adentro y
desde afuera, el gobierno bolivariano ha perdido cierto protagonismo en la
actualidad de la región. Desde abril 2013, cuando la oposición lanzó una
violenta ofensiva desconociendo la derrota en las elecciones presidenciales, el
presidente Maduro guía la revolución bolivariana en aguas agitadas, y lo que
fue un norte para los movimientos y partidos populares en América Latina hoy se
nos presenta a la defensiva, sumando apoyos y solidaridad más que tomando la
iniciativa. Con las legislativas de septiembre Maduro vuelve a jugarse una
carta importante de en la política interna para sostener el proceso, en un
momento cada día más parecido a lo que sucedía en Chile durante los meses
previos al golpe genocida de Augusto Pinochet contra el gobierno de Allende.
Junto con Venezuela, todo el ALBA se mantiene sin dar pasos agigantados
como nos tenía acostumbrados en la primera década de este siglo. Bolivia es,
quizás, el único gobierno revolucionario que se encuentra en fuerte avanzada,
tanto en su proyecto político como en la actualización ideológica de su práxis.
Junto con Pepe Mujica, Evo Morales es quizás el presidente más reconocido por
fuera de América Latina por su perfil de dirigente social y su honestidad, más
que por el peso geopolítico de su país. Ecuador, promotor de grandes
renovaciones a nivel macroeconómico en el continente -de allí surge la idea de
construir una nueva estructura financiera para América Latina ante la crisis
mundial que comenzó en 2008-, también morigeró su protagonismo entre los países
revolucionarios de la región para volcarse, como la mayoría, a sostener lo construido
a nivel nacional e internacional. No quita esto que el ALBA, bloque que más ha
avanzado en construir políticas sociales y económicas alternativas a las
relaciones capitalistas y con el protagonismo popular como principal impulsor,
se mantiene como una alternativa sólida frente a un contexto quizás un poco más
adverso. Sus gobiernos han debido leer esta coyuntura, a tal punto que hace
tiempo ya comenzaron su acercamiento al segundo bloque presente en el
continente, profundamente distinto al encarnado por Venezuela, Ecuador y
Bolivia, que es el que conforman la mayoría de los países fundadores del
Mercosur. Brasil, Argentina y Uruguay mantuvieron su búsqueda de una suerte de
“capitalismo serio”, alejándose de las relaciones “carnales” con los grandes
centro del poder mundial y devolviendo un rol protagónico al Estado pero muy
lejos de la intención de construcción de poder popular de los gobiernos
revolucionarios. Esta posición mucho más moderada los favorece en la coyuntura
actual. La posibilidad de creación de nuevos centros del poder económico
mundial (representados principalmente por Rusia y China) y sus buenas
relaciones con las economías del Cono Sur puede ayudar al crecimiento de estas
economías, aunque, claro está, muy lejos del horizonte del socialismo del siglo
XXI. Lo que se presenta entonces es un alejamiento de las viejas estructuras
financieras en las que América Latina cumplía un rol subordinado y de rodillas
frente a las potencias del norte, por un nuevo sistema de cooperación en que nuestros
países obtengan mayores beneficios, sin modificar su estatus de agro-minero
exportadores. De allí que los países con una fuerte matriz neo-desarrollista
vean hoy la posibilidad de una inserción más ventajosa en el escenario mundial.
Y ese es quizás el dato más relevante de esta nueva ronda electoral en Brasil,
Uruguay y Argentina. En los dos primeros casos se vio derrotada la derecha que
pretendía volver a alimentar el antiguo sistema económico de sumisión
incondicional, que en Argentina está representada por los dos candidatos de la
derecha. Las opciones ganadoras, sin embargo, mantienen los rasgos de la
acumulación capitalista tradicional, con un fuerte rasgo extractivista y
tendencia a la flexibilización en lo laboral.
El tercer bloque continental, representado en la Alianza del Pacífico,
sigue creciendo en la medida en que EEUU fortalezca su política activa en la
región. Sin embargo, las circunstancias que pasan los gobiernos adherentes al
bloque neoliberal (especialmente México y Colombia), con un fuerte reacomodo o
crisis a nivel institucional, podrían debilitar su acción continental,
limitándose a ser base de apoyo para la intervención directa en los asuntos de
otros países, como es el caso de Colombia hacia Venezuela.
El ciclo latinoamericano comenzado con la llegada al poder del comandante
Chávez en 1998, marcado por el protagonismo popular, la búsqueda de nuevas vías
de desarrollo y el rechazo al neoliberalismo, está entrando en la mitad de la
segunda década del siglo en una mutación importante. Las opciones más radicales
y esperanzadoras para la construcción de una nueva humanidad entraron en una
etapa de resistencia que necesita de todo el apoyo a nivel internacional, y se
han visto obligadas a recostarse sobre aquella alianza estratégica instaurada
con gobiernos más moderados. Éstos, a su vez, ven hoy la posibilidad de
inserción en el mercado mundial desde condiciones diferentes a las del siglo
XX, a cambio de ciertas concesiones al capital internacional, y se están
acomodando desde lo político para eso. Esto no significa que habrá una
inevitable derechización de la política continental. Aún existen fuerzas
populares en todo el continente que permiten esperar en la agudización de
ciertas tensiones internas en favor de una agenda más suelta de las
imposiciones externas. La construcción de poder comunal en Venezuela, el
empoderamiento indígena en Bolivia y campesino en Brasil, el enorme movimiento
por la paz con justicia social en Colombia, o los miles de movilizados contra
la narcopolítica en México son un ejemplo de que los movimientos sociales aún
tienen la vocación de poder necesaria para incidir en la política de palacio.
Como lo han hecho en Venezuela, Bolivia o Ecuador. Si bien el contexto
histórico no es de los más favorables, las rebeliones de principio de siglo han
obligado a modificar la antigua institucionalidad en muchos países
latinoamericanos, dando un rol a estos movimientos de mayor incidencia. Las
renovadas dirigencias en nuestra región deberán quizás buscar nuevos
equilibrios para evitar que el surco que las divide de estos actores políticos
se ensanche cada vez más.
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