Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Reymi Ferreira
El bombardeo del que es víctima la población de Gaza ha sacado nuevamente a la luz la situación del pueblo palestino, que además de la guerra soporta cotidianamente los “muros de la vergüenza”, como algunos han calificado a las barreras de hormigón erigidas en Cisjordania que han fragmentado parte del territorio palestino para dejar dentro de territorio israelí a colonias de residente judíos.
El pretexto de la seguridad interior utilizado para construir estas barreras no puede ser esgrimido para denigrar las condiciones de vida de la población palestina, que cercada por este muro ve restringido su acceso al mundo exterior, al contacto con la población árabe que vive en Israel, y que para circular por su propio territorio tiene que verse sometida a controles humillantes. Las condiciones de vida en confinamiento en la que viven los palestinos son muy parecidas a las que tuvieron que soportar los judíos tras los muros del gueto de Varsovia por designios de los nazis.
El muro en Palestina ha sido declarado ilegal por la Corte de Justicia Internacional y condenado por la ONU y diferentes organismos de defensa de los DDHH, que sostienen que los derechos de unos no pueden privilegiarse en desmedro de los derechos de otros, y que los muros son mecanismos de exclusión esencialmente contrarios a los derechos humanos.
En el siglo XX se construyeron varios muros, como el que el estalinismo erigió en Berlín, valla cuestionada por Estados Unidos y las potencias occidentales; el muro que divide la península de Corea; el construido por los ingleses en España sobre el peñón de Gibraltar, y la muralla levanta por EEUU en su frontera con México para evitar, según el gobierno, la inmigración ilegal.
En una sociedad planetaria cuyos principales organismos plantean la unidad de la especie humana, en una economía cuya interdependencia se profundiza, la existencia de muros es un retroceso que nos lleva a la Edad Media, a las épocas de las ciudades amuralladas. Es un contrasentido que los países del G-7, o los voceros del FMI y otras instituciones financieras exhorten a levantar las barreras que protegen a los mercados nacionales, mientras los gobiernos occidentales mantienen muros físicos (como el de México), o institucionales (como las rígidas políticas de migración de la Unión Europea, Japón o Estados Unidos).
Si los muros antimigratorios son contrarios a un orden internacional, respetuoso de la igualdad de condiciones del ser humano, los muros inadmisibles son aquellos que condenan a vivir en la indignidad a una nación, como es el caso de Palestina, un verdadero gueto en pleno siglo XXI, erigido justamente por aquellos que sufrieron en carne propia la exclusión y el exterminio.
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