Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Ezequiel Menendez
Alemania hace el tercero y la señal de
la TV se corta. Roberto, que sigue el partido también por la radio y había
avisado segundos antes los tres primeros goles, queda a cargo de la trasmisión.
"¿Sabes por qué estuve siempre en contra del Mundial? Porque gastamos
fortunas en estadios -me dice- y en los hospitales no hay ni para comprar
jeringas". No puede seguir su discurso. "¡Cuarto. Cuatro a
cero!", avisa. Pedro, a su lado, guarda la bandera. "Esto es peor que
1950". "¡Cuatro a uno!", grita un joven en la puerta.
"Ricardo -le exigen desesperados al dueño del bar- arregla esa tele".
Error. Es cinco-cero. Me vine a ver el Mundial a Brasil y asisto al Maracanazo
II por radio. Van 34 minutos. Cuatro jóvenes que dejan el bar se cruzan con
otros que llegan tarde. Para unos termina. Para otros empieza. "¿Cinco a
cero?", exclaman apenas vuelve la tele. Lejos de sentir dolor, en la barra
y mesas vecinas celebran la repetición de los goles en el entretiempo.
"Uno.dos.tres.". La pantalla de la Globo muestra a un niño
desconsolado: "¡Cuántos años precisará para superar este trauma!",
dice el periodista Galvao Bueno. "Eu sou brasileiro.", cantan
riéndose en el bar. "¡No somos más el país del fútbol, somos el país del
vóleibol!", grita Roberto, el de la radio, mientras "Flamengo",
como le dice a los alemanes, por su camiseta suplente, sigue haciendo goles en
el segundo tiempo. Sucede en Toca do Coelho, en Pinheiros, San Pablo, donde hoy
juega Argentina. Roberto se para en medio de todos y grita: "¡Quiero saber
ahora quién va a votar a Dilma!".
El jueves pasado, un día antes del triunfo ante Colombia y
de la pérdida de Neymar, Belo Horizonte, pareció avisar que se venía el
"Mineirazo". Tres mil quinientas toneladas de hierro y cemento
cayeron sobre Pedro I, la avenida con nombre de emperador, una de las principales
de la ciudad. Fue a treinta cuadras del estadio. El desastre pudo haber sido
mucho más grave. Diez de las treinta y dos selecciones del Mundial habían
pasado por debajo de ese viaducto. La justicia prohibió la remoción inmediata
de los escombros (hubo dos muertos y 22 heridos) y el micro de Brasil debió
desviar su recorrido cuando llegó el lunes a Belo Horizonte. Mucha prensa, en
general dura opositora al gobierno de Dilma Rousseff, habló de "desastre
en una obra de la Copa". Omitió decir que el viaducto era responsabilidad
exclusiva de la alcaldía de Belo Horizonte, en manos de un político alineado
con Eduardo Campos, rival de Dilma. El estado de Minas Gerais, además, es
dominado desde hace años por Aecio Neves, principal adversario de la presidenta
para las elecciones del 5 de octubre. La campaña electoral se abrió formalmente
el domingo último. Será tema de tapa ahora que Alemania liquidó el sueño de la
Copa.
Las revistas, antes críticas, se sumaron a la euforia.
Habían abandonado el "No va tener Mundial" por el "Eu
acredito", como abrió ayer mismo en tapa Epoca, revista de Globo.
"¡Ahora, garra!", pidió Veja. También los políticos opositores
advirtieron que el clima había cambiado. Dejaron de criticar al Mundial.
Pasaron a acusar a Dilma Rousseff de estar usando políticamente la buena marcha
del torneo. La propia presidenta llegó a decir que Brasil, que todavía hace las
cuentas desbordadas de este Mundial, buscaría organizar un nuevo Mundial en la
década próxima. Y agregó que el domingo entregará la Copa al ganador, aun
cuando vuelvan a insultarla como en la apertura y como lo hizo ayer durante
treinta segundos un sector del Mineirao. Y como tal vez volverá a suceder en el
Maracaná. Más incómodo deberá estar Joseph Blatter. La FIFA debe explicarle a la
policía brasileña por qué su empresa asociada revendía boletos.
"Desenmacarar a la FIFA, el mayor legado del Mundial", se entusiasmó
en su blog el colega Juca Kfouri. El gobierno de Rousseff ya había soltado la
mano a Joao Havelange y a Ricardo Teixeira, los dos dirigentes más poderosos en
la historia del deporte de Brasil. Ahora, en pleno Mundial, se la soltó a la
FIFA, que quedó azorada cuando supo que uno de sus socios en el negocio tenía
su teléfono sometido a escuchas y era enviado a prisión. Inédito en la historia
de los Mundiales.
El Mundial había comenzado para Brasil con un gol en contra.
Fue de Marcelo, que acaso sintió por minutos la leyenda de Barbosa, el arquero
maldito del Mundial 50. El arquero que nunca lloró en público. El árbitro
japonés Yuichi Nishimura salvó el desastre ante Croacia. El segundo desastre,
en el último segundo del duelo de octavos ante Chile, lo salvó el travesaño.
Jugadores y pueblo que habían salido al campo como valientes soldados que le
cantaban a la patria, dejaron esa tarde el Mineirao en medio de rezos y
llantos. "Ey Julio César", gritó esa tarde el Coliseo, por el arquero
ataja-penales. La catarsis colectiva quedó lejos de tardes festivas, cuando el
Mineirao le cantaba al candidato Neves, de pasado de playboy, que tomaba
"mejor que la de Diego Maradona". Es que la selección de Luiz Felipe
Scolari, sin elaboración de juego colectivo, no invitaba a reír. El DT distrajo
hablando de un supuesto boicot de la FIFA contra Brasil. Y de jugadores que
precisaban más apoyo sicológico. ¿Y el fútbol? "Nosotros, que amamos a
Brasil -graficó el historiador inglés Simon Schacra- sabemos que Brasil es el
cielo y el infierno, y que no hay mucha cosa en el medio". Al partido
siguiente, en cuartos, Brasil eliminó a Colombia, pero perdió a Neymar y a
Thiago Silva, el capitán que dejó el Titanic. Ya no sólo era el medio. También
el ataque y la defensa.
David Luiz, el nuevo capitán al que cualquier candidato
hubiese puesto de vice, más popular que cualquier político, falla como novato
en el primer gol de Thomas Muller que abre las puertas al desastre.
"Brasil es una selección Sub 20", se queja Galvao Bueno. Ronaldo,
presidente del Comité Organizador Local (COL), comentarista de la Globo, queda
callado. Miroslav Klose le quita la corona de máximo goleador de los Mundiales.
Alemania hace recordar al 4-0 de Sudáfrica a la Argentina de Maradona. Al 7-1
global de Bayern Munich a Barcelona. Parece el Brasil del '70 a velocidad de
Siglo XXI. Es Alemania. David Luiz, evangélico, reza apenas termina el partido.
A Scolari, que le exigían más audacia, lo critican ahora porque eligió a
Bernard para reemplazar a Neymar y no fortaleció más el mediocampo. ¡Qué fácil
acomodar todo! Un columnista de Folha llegó a decir que Brasil, el pentacampeón
mundial, debía jugar como Costa Rica.
Scolari siguió sin hablar de fútbol aún después de ganarle a
Colombia. Pidió suspensión para Juan Zúñiga, el defensor que sacó del Mundial a
Neymar, objeto de una campaña durísima en las redes sociales, que incluyeron
insultos de "macaco" y hasta amenazas de violación a su pequeña hija.
El fútbol que alivia tensiones. El fútbol que las crea. Por la noche, tras la
humillante caída ante Alemania, me cuentan que están quemando banderas
brasileñas en Vila Madalena, a metros de donde escribo. Dicen que Getulio
Vargas, presidente mítico de Brasil, amante del golf, se sintió sorprendido por
la conmoción que provocó la derrota de Brasil ante Italia en el Mundial de
Francia 1938. "Como si se tratase de una desgracia nacional",
expresó. Peor fue el Maracanazo de 1950, nuestro "Hiroshima", como
dramatizó por radio Ary Barroso. Luego llegaron los triunfos. En Brasil,
"el país del futuro", como sugiere la letra del himno tan cantado en
estos días, el Maracanazo II, tan inesperado en las formas, se vivió sin aquel
viejo dolor de 1950. Los tiempos son otros. El fútbol también cambió. "Y
mañana -como canta Chico Buarque- será otro día"..
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