Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Ahora que el conflicto de
Anclasspol se encuentra en cuarto intermedio, y se han iniciado negociaciones
con sus representantes departamentales, puede ser el momento adecuado para
reflexionar sobre el tema de manera serena, constructiva y despolitizada.
Parece indiscutible que la sociedad civil se siente
descontenta con la institución policial (con diferentes argumentos, que van
desde la ineficiencia hasta la corrupción, pasando por la falta de
profesionalidad y la falta de conciencia de que están al servicio de la
sociedad). Y a menudo también aparece un visible disgusto del Gobierno con su
institución del orden (lo que no quita que la utilice para fines tan innobles
como la falsificación del famoso “secuestro” del canciller
Choquehuanca).
Pero lo que también resulta indiscutible es que la vida de
los policías de base (ahí se encuentran los de Anclasspol) es una vida poco
humana, poco digna y, por tanto, muy poco promotora de eso que llamamos
autoestima (y que resulta imprescindible a la hora de brindar un servicio
eficaz).
Conocemos algunas penitenciarías donde los policías viven
peor que los reclusos (que ya es mucho decir), y cuando no se cuenta con un
salario suficiente, y puede estar en juego el desayuno de las propias wawas,
parece inevitable que esa carencia induzca a prácticas que formalmente son
corruptas, pero que no siempre aparecen así a los ojos de quien las comete (a
fin de cuentas ¿a quién perjudico cuando libero de su sanción reglamentaria a
un infractor de tránsito a cambio de una moderada coima, que a mí me resuelve
un desayuno para mis wawas?).
Además, con el paso del tiempo se ha institucionalizado la
corrupción en la institución del “orden” (¿qué se le puede pedir a un joven policía
que ya para inscribirse en la Academia ha tenido que pagar una jugosa “cuota”? ¿No
será normal que pretenda recuperarla y multiplicarla a lo largo de su
carrera?).
Y como estas cosas siempre van en cadena, ¿qué de
raro tiene que en las penitenciarías sean policías los que amparan los abusos,
prebendas y desfalcos cometidos por los reclusos que mandan en el penal?
De acuerdo, la Policía deja mucho que desear, pero la
pregunta es la siguiente: ¿tiene sentido maltratar a una institución estatal
por el hecho de que resulta insatisfactoria y en casos contraproducente? Lo
lógico ¿no sería, más bien, reformarla drásticamente (y si no hay solución,
disolverla)? Pero es precisamente esto lo que no se hace.
Ante una movilización, como la que acabamos de vivir -y que
sin duda todavía no ha terminado-, ¿no habría que aprovechar la ocasión para
poner las cosas en su lugar, en lugar de acusar a los partidos opositores de
haberla promovido (y si realmente lo han hecho, para aguarles la fiesta)?
Y pienso que la primera medida, para poder ser exigentes con
funcionarios públicos, es pagarles un salario que les permita vivir dignamente.
Y a continuación sí ser implacables con los irresponsables, los ineptos y los
corruptos.
Y proceder a transformar la institución (y quien no esté de
acuerdo que se vaya), buscando si es necesario una misión de apoyo (por
ejemplo, en los países escandinavos) que nos asesore en tan difícil tarea.
Con lo dicho hasta aquí no se pretende darle la razón a
cualquier reclamo de cualquier policía de base. Lo que se pretende es que todos
los reclamos sean escuchados, sean pensados, sean compartidos con instancias de
la sociedad civil.
Lo que se pretende es la búsqueda de soluciones para bien de
todos. Y ahí entran mejoras salariales, entran mecanismos para que todos puedan
expresar sus sentimientos (correctos o no) y entran, sobre todo, las
innovaciones para reformar estructuralmente la institución.
Ya sé que es muy difícil (basta ver los escándalos
policiales en muchos otros países), pero ¿no era que estábamos en un proceso de
cambio? ¿Hasta cuándo vamos a mantener al margen de cualquier cambio nada menos
que a la Policía Nacional?
El autor es miembro del Colectivo Urbano por el Cambio
(CUECA) de Cochabamba
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