Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Natalie
Bennett
El
animado debate en torno a la renta básica ha solido obviar con demasiada
frecuencia un aspecto crucial: las dinámicas de género. En una sociedad fundada
sobre diferencias de género, ¿cómo podría afectar una renta básica de forma
diferente a hombres y mujeres? ¿Se podría emplear la renta básica como
herramienta en la lucha por los derechos de las mujeres? Adoptar una
perspectiva feminista en la discusión sobre la renta básica implica un conjunto
particular de problemas y virtudes de la propuesta. Natalie Bennett recuerda la
larga historia en el siglo XX de la lucha de las mujeres en el Reino Unido por una
defensa feminista de la renta básica.
Resulta
revelador que, al menos en Reino Unido, las mujeres estuvieran en la vanguardia
de las primerizas campañas por una renta básica[1]. Se ha afirmado, con algunos
buenos motivos, que Virginia Woolf, al afirmar que las mujeres necesitaban 500
libras al año y un cuarto propio, estaba exponiendo un argumento en favor de la
renta básica, cuando no un modelo de esta.
La
activista Lady Juliet Rhys-Williams, con antecedentes anteriores a la Segunda
Guerra Mundial en temas de maternidad y bienestar infantil, precisó una renta
básica universal en tanto que una alternativa al modelo británico Beveridge de
Estado del bienestar menos basada en el trabajo asalariado y que implicaba
menos discriminación de género. Lo hizo en su libro Something To Look Forward
To en 1943[2]. Sin embargo, el modelo Beveridge (por el cual subsidios como las
pensiones están basados en las contribuciones en lugar de en la necesidad, algo
que demasiado a menudo ha atrapado a las mujeres más mayores en la extrema
pobreza) triunfó, tal y como estaba orientado a las necesidades de la economía
de crecimiento capitalista. El arquitecto del modelo, William Beverdige, sufrió
el significativo ataque de un amplio espectro de mujeres por estas
características, notablemente de Elizabeth Abbot y Katherine Bompas de la
organización sufragista Women’s Freedom League, que dijo que el plan de
Beveridge era “un plan de hombres para hombres”. Pero el partido laborista que
debería materializar el plan –y en cierto modo los conservadores les dejarían
hacerlo durante décadas—estaba poco predispuesto a aceptar el reto y actuar en
base a él.
Es
importante continuar resaltando esa historia hoy, cuando hombres billonarios
tecnológicos como Elon Musk, Sam Altman y otros como ellos llenan los titulares
como campeones de la renta básica universal para una (posible) era de triunfo
tecnológico. Muchas mujeres estuvieron aquí en primer lugar y no deben ser
olvidadas.
Cómo
se estableció la visión feminista de la renta básica
Fueron
a menudo las mujeres quienes continuaron en el Reino Unido la presión hacia una
renta básica durante las décadas siguientes. Esto incluyó de manera destacada
la exitosa campaña por las prestaciones universales para niños, introducidas en
1946, lideradas por la decidida diputada Eleanor Rathbone. Esa prestación
universal, solo ha sido abolida con poco ruido, por desgracia, recientemente
(en 2013), bajo el gobierno de coalición 2010-2015 de los partidos
conservadores y demócrata-liberales. El activismo, sin embargo, nunca alcanzó
fuerza realmente en la opinión pública más allá del apoyo a la infancia (e
implícitamente a sus madres). Tampoco en los grandes partidos masivamente
dominados por hombres, los cuales, en el sistema electoral británico de mayoría
simple en el que el ganador se lleva todo, son los únicos que han sido capaces
de introducir cambios estructurales.
Aun
así la presión continuó. En 1984, el Consejo Nacional para Organizaciones
Voluntarias en Reino Unido propuso una renta básica universal, diciendo que las
mujeres serían las principales beneficiarias, nunca más dependientes de los
ingresos de sus maridos (junto con los desempleados, que no caerían en lo que
ahora llamamos “trampas de la pobreza”)[3]. En 2001, la filósofa Ingrid Robeyns
de nuevo articuló una defensa de la renta básica, señalando cómo los Estados
del bienestar de Europa occidental habían desarrollado, en una época muy
diferente, estabilidad, trabajos seguros y matrimonios, y una división sexual
del trabajo basada en el género, con todos los hombres encargados del traer
ingresos a casa.
En
años recientes, tanto la defensa feminista como la defensa amplia de una renta
básica universal han generado interés. La investigadora de la Universidad de
Richmond Jessica Flanigan escribió en una revista elegida por los millenials,
Slate, que esta es una “causa feminista”. La defensa feminista de la renta
básica a menudo comienza, como hace Flanigan, en el hecho de que las mujeres en
Reino Unido, como en el resto del mundo, tienen más probabilidad que los
hombres de ser pobres. Pero en el núcleo está el hecho de que las mujeres
tienen más probabilidad de hacerse cargo de los jóvenes y los ancianos, un
trabajo que suele ser no remunerado, a veces no elegido, y no respetado. La
frase “solo soy ama de casa” se escuchaba normalmente hace treinta o cuarenta
años. Ahora se oye menos, al menos en el discurso público “educado”, pero eso
no significa que las tareas de cuidados se hayan vuelto adecuadamente
respetadas o valoradas, ni en las vidas individuales ni a nivel nacional (en
forma de PIB).
Esa
no es una situación nueva, pero las presiones de vida de quien se hace cargo de
los cuidados, en un mundo en el que se le dice constantemente a la gente que
“se vendan a sí mismos”, que sean un “producto”, que estén listos para
aprovechar nuevas oportunidades, para volverse más agudos que nunca. Una
agotadora vida en la pobreza, al cuidado de padres ancianos, de un marido o una
mujer enfermos, un hijo discapacitado, deja poco espacio para cuentas
resplandecientes de Instagram o Facebook, el desarrollo de un “look” o de una
“marca”, o la desenvoltura optimista y la clase de “habilidades personales” que
ahora se requieren incluso en empleos de salario mínimo. Del mismo modo ocurre
con la naturaleza del empleo moderno. Puede parecer que la economía de pequeños
encargos (gig economy) se preste por sí sola a las demandas de los cuidados
domésticos, pero incluso cada vez más se espera que sus trabajadores adapten
sus vidas a las nuevas demandas.
Promoviendo
la solidaridad
También
ha habido una atención creciente en la manera en que una renta básica universal
podría abordar el socavamiento de soberanía que implican la pobreza y la
indigencia (y ello resulta de un sistema de bienestar en Reino Unido cada vez
más amenazado). Con las normativas sobre prestaciones que afectan a casi uno de
cada cuatro subsidios de personas que buscan empleo entre 2011 y 2015, y con
recortes en prestaciones de 132 libras tan solo en 2015, la desesperación es
una condición demasiado familiar en muchas comunidades, siendo normalmente las
mujeres las que se tienen que hacer cargo de los problemas provocados.
Y
los más vulnerables son quienes tienden a sufrir más. La diputada que lidera el
Partido Verde de Inglaterra y Gales, Amelia Womack, escribió en 2018 en la
versión digital del periódico británico The Independent sobre el valor que la
renta básica universal tiene para algunas de las mujeres más vulnerables de la
sociedad: víctimas de violencia de género y acoso. Al contrario, el sistema de
crédito universal que está siendo implementado por el Partido Conservador
concibe los pagos a los hogares de manera agregada, en un solo pago (excepto en
caso de petición especial), haciendo más difícil que mujeres vulnerables
escapen de situaciones de maltrato.
Un
estudio alemán ha descubierto que la incapacidad para cumplir los requisitos de
un puesto de trabajo, y en particular la falta de oportunidades debido a la
discriminación de los empleadores, expulsaba a mujeres y hombres mayores del
mercado de trabajo cuando todavía querían trabajar, normalmente obligándoles a
recibir pensiones menores de lo que les hubiera gustado, condenándoles a una
vejez de pobreza e inseguridad[4].
Esta
es la situación de un grupo de mujeres en Reino Unido conocido como WASPI
(Women Against State Pension Inequality). Fundado en los cincuenta, ellas han
sufrido los efectos adversos del incremento de la edad de jubilación,
equiparada con la de los hombres (contra lo que pocas discuten), pero con poco
tiempo para planear y prepararse, y en muchos casos sin notificación oficial (y
a menudo aviso personal) de los cambios de sus circunstancias. Una renta básica
universal aseguraría que no fueran obligadas a cumplir requisitos humillantes,
muchas veces dañinos para la salud, necesarios para recibir las exiguas
prestaciones por desempleo, con muy poca posibilidad de encontrar un trabajo.
Que
una renta básica universal puede allanar el camino hacia una jubilación más
gradual, mediante un proceso escalonado de retiro gradual del trabajo
asalariado, no es una idea particularmente feminista, pero es significante para
muchas mujeres.
Hay
algunos otros grupos de mujeres que se beneficiarían especialmente: aquellas
trabajando en puestos de remuneración baja con bajas cifras de afiliación y
sindicatos relativamente impotentes, como las dependientas y las limpiadoras.
Esto se aplica, en particular, pero no exclusivamente, al caso de Reino Unido,
con su legislación antisindical altamente represiva.
No
hay ninguna cura milagrosa para todas las enfermedades
Hay,
se debe reconocer, argumentos genuinos y progresistas hechos desde algunos
lugares contra la renta básica desde una perspectiva feminista. La idea
principal es que al garantizar la subsistencia básica de las mujeres, podría
exponerlas más que nunca a las presiones sociales para realizar trabajo no
remunerado de cuidados e incluso comunitario, condenándolas a vidas de ingresos
bajos, oportunidades limitadas y un estatus menor. Hace dos décadas se
postulaba que las primeras formas de bajas por maternidad en Bélgica, un pago
para hasta tres años de interrupción de la carrera, era –como era de esperar en
el cambio de siglo—pedida en mayor medida por mujeres[5].
Esto,
empero, muestra un punto general e importante sobre la renta básica universal.
No es una panacea, una solución para todos los males de la sociedad, incluyendo
la misoginia, la discriminación y el poco respeto de los cuidados y los
trabajos comunitarios. Pocos de sus defensores han sugerido que lo es.
Entonces, en cierta medida, este es un argumento “muñeca de paja”, aunque
destaca que la idea de que la lucha por una renta básica universal necesita
combinarse con la lucha por una igualdad en la distribución de estas
responsabilidades: bajas por maternidad compartidas, respeto al rol y las
dificultades de los cuidados, y un adecuado reconocimiento por parte de
empleadores, familias y la sociedad en general.
Como
he discutido en otro lugar contra aquellos que sugieren que la renta básica
podría implicar una amenaza para los servicios básicos universales, que la
renta básica universal solo amenazaría con imponer una ideología de mujeres
forzadas a quedarse en casa a cargo de los cuidados, una sociedad con una
política según la cual esto podría ser concebible o aceptable. En una sociedad
igualitaria, o en una que trabaja hacia la igualdad de género, esa demanda no
aguantaría el escrutinio público.
Se
puede decir, entonces, que la lucha por una renta básica universal es una lucha
por todos los grupos de mujeres y feministas. Reconociendo que todos los
miembros de la sociedad se merecen una porción básica de sus recursos,
suficiente para satisfacer sus necesidades básicas, porque todos contribuyen a
su existencia de un modo u otro, fortalece la posición de las mujeres y todas
sus otras luchas: como trabajadoras, como miembros de familias, como gente que
necesita respeto y también recursos materiales. Cuando las mujeres en Reino
Unido aseguraron el derecho a voto en 1928, muchos pensaron que iban por el
buen camino para respetar las contribuciones de las mujeres a la sociedad. Es
obvio que el progreso ha sido hostil y lento desde entonces, y que una renta básica
universal para todos podría ser un importante paso más en ese largo trecho.
[1]
Sloman, P. (2015). “Beveridge’s rival: Juliet Rhys-Williams and the campaign
for basic income, 1942–55,” Contemporary British History, pp. 203-223.
[2]
Sloman, op. Cit., p. 203.
[3]
Hencke, D. ”Basic income ‘should replace benefits’ The Guardian (1959-2003);
Jul 31, 1984; ProQuest Historical Newspapers: The Guardian and The Observer, p.
4.
[4]
Wübbeke, C.J. (2013). “Older unemployed at the crossroads between working life
and retirement: reasons for their withdrawal from the labor market“, Labor
Market Res. 46: 61.
[5]
Robeyns, op cit, p. 85.
Es
una política y periodista británica. Fue líder del Partido Verde entre 2012 y
2016.
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