Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
El miércoles 5 de junio fue el Día del
Medio Ambiente, y pasó sin pena ni gloria, como pasan delante de nuestros ojos
tantos de los hechos de los que dependen nuestras vidas. Mientras el
calentamiento global sigue su curso entre otras cosas porque han logrado
convertir incluso la expresión “medio ambiente” en algo neutro, en algo de lo
que se ocupan los onegeístas, en algo casi abstracto o lejano. En este tema,
como en otros, hay que rasgar con urgencia las vestiduras; no las propias, sino
las de esa máscara que el poder global ha colocado sobre algunas palabras para
que pierdan su real significado.
No ha sido una operación ni espontánea ni
inocente. Como en todo, pero especialmente con relación al medio ambiente, lo
han hecho porque era imprescindible volver inocuo lo atroz, para dejar libres
las manos que diariamente firman boletos de compra y venta de enormes
territorios, para ser explotados como fueron explotados tantos seres humanos
que hasta que el trabajo hizo su retirada, y ahora son directamente eliminados
o abandonados a su suerte.
“Si el medio ambiente fuera un banco ya lo
habrían salvado”, dijo hace poco Pierre Larrouturou, economista, ingeniero
agrónomo, eurodiputado por la coalición de Partidos Verdes de distintos países
que tienen como principal punto de lucha el calentamiento global. Larrouturou
propuso una medida concreta: la creación de un Banco Climático Europeo
destinado a la protección de la biodiversidad. Propuso que cada país disponga
de un 2% de su PIB para avanzar hacia una economía sin emisiones de carbono, es
decir, un cambio radical en el modo de producción que privilegie las energías
renovables, proteja los suelos y tome las medidas necesarias para impedir las
extinciones de especies en cadena que sobrevendrán muy pronto. Es curioso cómo
el ciudadano promedio urbano de esta parte del mundo mira la televisión
mientras se viste para ir al trabajo para saber si hará frío o calor. Es
curioso que solo la meteorología haya quedado en la agenda acrítica de los
grandes medios, mientras sus causas —las de las largas sequías, las del
crecimiento de los cinco océanos, las de los huracanes devastadores y las
inundaciones o los maremotos— permanecen en un misterio insondable que nunca es
especificado.
Hace ya tres años, la periodista
norteamericana especializada en ciencia Elizabeth Kolbert recibió el Pulitzer
por su trabajo, luego best seller, La sexta extinción. Era un análisis de
documentos científicos en los que biólogos, paleontólogos y cientistas de otras
disciplinas detallaban que el planeta ha atravesado ya cinco extinciones
masivas que, cada una en su momento, borró más de la mitad de la vida sobre la
tierra. Especies que ya tenían una historia de 200 mil años sencillamente
desaparecieron. Se cree que alguna fue por la caída de un enorme meteorito,
otra por el despertar inesperado de distintos volcanes. Pero esta vez, cuando
ahora la propia ONU habla del peligro de la sexta extinción, el desastre sería
el primero provocado no por un cataclismo, sino por un modo de producción. Es
decir, por un modelo de vida. O mejor: por los réditos que muy pocos sacan de
eso.
El problema no pasa lejos, pasa lejos y
cerca, pasa en todas partes, y lacera. En Pergamino no hay agua potable porque
los agrotóxicos la envenenaron. Las muertes por residuos letales del glifosato
tienen nombres y apellidos, y hasta tumbas que no han sido fotografiadas en el
Litoral. En Rosario, el 5 de junio, hubo una marcha de los barbijos, y entre
las otras pocas manifestaciones colectivas es destacable la de la Garganta
Poderosa, que publicó un posteo titulado: “Hacen agua por todas partes”. En él,
la organización villera dice que “aprovechando el Día del Medio Ambiente”
querían recordarle a Rodríguez Larreta que el 70% de la villa 21–24 sufre
emergencia hídrica por falta de presión, que las viviendas desbordan de líquido
cloacal y tienen altos niveles de contaminación en el agua.
Un poco más arriba en el mapa pero muy
cerca de nuestra necesidad de supervivencia, la Amazonía se enfrenta a una
deforestación nunca vista. La extracción sin control del litio en nuestro norte
podría anteceder a una sequía sin fin. En la vida real, en los países vecinos,
los líderes sociales son asesinados de igual manera que los defensores de los
recursos naturales. Los pobres organizados y las comunidades rurales están
contemplados como sobrantes de un sistema que sigue avanzando.
En su libro, Elizabeth Kolbert escribió
bajo dos acápites muy bellos, pero hay que hundirse en ellos para entender la
dimensión de la que hablan. El primero era de E. O. Wilson: “Si la trayectoria
humana encierra algún peligro, no es tanto en la supervivencia de nuestra
propia especie como en dar cumplimiento a la ironía última de la evolución
orgánica: que en el momento de alcanzar la comprensión de sí misma a través de
la mente humana, la vida haya condenado a sus más bellas creaciones”.
Y la siguiente, de Borges: “Siglos y siglos
y solo en el presente ocurren los hechos”.
Periodista, escritora y editora argentina
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