Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Verónica Rocha Fuentes
Ha pasado un nuevo 8 de marzo, fecha que hace dos décadas no se parecía en nada a lo que es hoy. Hubo de todo, desde microrrechazos a las rosas que se solían regalar en este día hasta multitudinarias marchas a escala global. Y a escala local, desde terribles declaraciones de actores y autoridades de oposición y oficialismo que destilan una cultura patriarcal y machismo hasta propuestas electorales cavernarias, al extremo de aparentemente haber tenido mayor éxito mediático que cualquier otra buena propuesta o noticia ocurrida en el transcurso de estos días.
Ello, en medio de un escenario sociopolítico a escala global que busca posicionar al feminismo como uno de los peores males de nuestro tiempo actual: ubicándolo en los extremos, desvirtuando sus principios, ridiculizándolo hasta el absurdo, vaciándolo de contenido. Y es que el feminismo no nació exento de críticas, polémicas ni, por supuesto, divisiones. Asumido como una forma política de entender el mundo, ha transitado las últimas décadas por innumerables barreras objetivas y subjetivas para constituirse en uno de los mayores movimientos políticos a escala global. Y es ahí donde se supone que empiezan las buenas noticias para toda causa, cuando en realidad comienzan las malas.
Y las malas noticias son precisamente las amenazas que se ciernen sobre el feminismo una vez que se vuelve un suceso común y cotidiano, sobre todo en estos tiempos que corren para todo discurso político. Tiempos en los que la otredad y la alteridad parecieran estar socialmente castigadas, y el diálogo democrático no da señales de vida. Tiempos en los que reinan acontecimientos que, exentos de la jerarquización noticiosa, generan cada vez más debates sobre hechos triviales, en los que pareciera que cada ciudadano se juega la vida en cada trivialidad. Tiempos en los que las actuaciones de tipo tribal son bien vistas y en los que quedar simbólica y materialmente fuera del discurso avasallador y de confrontación está mal visto: te colocan del otro lado. Y, cómo no, tiempos en los que las redes sociodigitales son el pan informativo y de opinión cotidiano. Y ese devenir diario está construido sobre abismos llenos de procesos desinformativos (falsas noticias, posverdad), de los que es difícil quedar a salvo, y de fenómenos de distorsión de la opinión pública (burbujas informativas, cámaras de eco), cuyo objetivo es evitar que nuestras posiciones políticas se cuestionen, procurando que nuestro entender del mundo provenga de nuestra emocionalidad por encima de nuestra racionalidad.
Queda claro que un movimiento político de la magnitud del feminismo permanentemente corre el riesgo de atravesar por todos estos escenarios, y por ello en el imaginario del otro puede constituirse como el peor mal de todos los tiempos. Y es ahí donde corresponde que lo cuidemos como pensamiento político, pero también y sobre todo en su apariencia, de forma tal que su relato se parezca mucho más a lo que esencialmente es. Y no de manera contraria, como está empezando a ocurrir. Debemos cuidar de que el feminismo caiga en los rasgos propios de los discursos políticos de este tiempo, es una responsabilidad histórica. Así, mientras más democráticamente se lo comunique, más podrá perdurar en el tiempo, ese mismo que necesita nuestra causa para que el patriarcado se termine de caer.
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