Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Calor, sequía, aumento de los
costes de los alimentos y malestar global
Por: Michael T.
Klare y Tom Dispatch
La Gran Sequía de 2012 todavía no termina, pero
ya sabemos que sus consecuencias serán severas. Con más de la mitad de los
condados de EE.UU. identificados como zonas de desastre por la sequía, es seguro
que la cosecha 2012 de maíz, soja y otros alimentos básicos será inferior a los
pronósticos. Esto, por su parte, aumentará los precios de alimentos dentro y
fuera de EE.UU., causando más miseria para los agricultores y estadounidenses
de bajos ingresos y dificultades mucho mayores para gente pobre en países que
dependen de la importación de granos estadounidenses.
Esto,
sin embargo, es solo el comienzo de las probables consecuencias: si la historia
ha de servir de guía, los aumentos de los precios de alimentos también llevará
a una generalizada agitación social y a violentos conflictos.
Alimentos
–alimentos asequibles– son esenciales para la supervivencia y el bienestar
humano. Sin ellos, la gente se pone ansiosa, desesperada, y colérica. En
EE.UU., los alimentos representan solo aproximadamente un 13% del presupuesto
de la familia promedio, una parte relativamente pequeña, por lo tanto un
aumento en los precios de alimentos en 2013 probablemente no resultará
demasiado abrumador para la mayoría de las familias de ingresos medianos y
altos. Podría, sin embargo, producir considerables dificultades para
estadounidenses pobres y sin trabajo con recursos limitados. “Se eliminará una
parte real de los presupuestos familiares”, comentó Ernie Gross, economista
agrícola en la
Universidad Creighton de Omaha. Esto se podría sumar al
descontento que ya es evidente en las áreas de mala situación económica y de
alto desempleo, provocando tal vez una reacción intensificada contra políticos
en ejercicio y otras formas de disenso y agitación.
Sin
embargo, es probable que la
Gran Sequía tenga sus efectos más devastadores en la arena
internacional. Como tantas naciones dependen de importaciones de granos de
EE.UU. para suplementar sus propias cosechas, y como intensas sequías e
inundaciones también están dañando los cultivos en otras partes, se espera que
los suministros de alimentos disminuyan y que los precios aumenten en todo el
planeta. “Lo que pasa con el suministro en EE.UU. tiene un inmenso impacto en
todo el mundo”, dice Robert Thompson, experto en alimentos en el Consejo de
Chicago sobre Asuntos Globales. Si las cosechas más afectadas por la sequía, el
maíz y la soja, desaparecen de los mercados mundiales, señaló, el precio de
todos los granos, incluido el trigo, probablemente aumentarán vertiginosamente
causando inmensas dificultades para los que ya enfrentan problemas para
conseguir suficientes alimentos para alimentar a sus familias.
Los
juegos del hambre, 2007-2011
Por
cierto cuesta predecir lo que pasará a continuación, pero si el pasado reciente
ha de servir de guía, podría ser desagradable. En 2007-2008, cuando el arroz,
el maíz y el trigo tuvieron aumentos de precios de 100% o más, los precios
fuertemente aumentados –especialmente para el pan– provocaron “disturbios
alimentarios” en más de dos docenas de países, incluidos Bangladesh, Camerún,
Egipto, Haití, Indonesia, Senegal, y Yemen. En Haití, los disturbios fueron tan
violentos, y la confianza pública en la capacidad del gobierno para encarar el
problema cayó tan precipitadamente, que el senado haitiano votó por deponer al
primer ministro del país, Jacques-Édouard Alexis. En otros países,
manifestantes iracundos chocaron con fuerzas del ejército y de la policía,
sufriendo numerosos muertos.
Esos
aumentos de precios de 2007-2008 fueron atribuidos en gran parte al creciente
coste del petróleo, que encareció la producción de alimentos. (El uso del
petróleo es generalizado en las operaciones agrícolas, irrigación, entrega de
alimentos, y fabricación de pesticidas.) Al mismo tiempo, cada vez más tierra
de cultivo en todo el mundo estaba siendo desviada de cultivos alimentarios al
cultivo de plantas utilizadas en la producción de biocombustibles.
El
siguiente aumento de precios en 2010-11 estuvo, sin embargo, estrechamente
asociado con el cambio climático. Una intensa sequía afectó a gran parte de
Rusia oriental durante el verano de 2010, reduciendo en un quinto la cosecha de
trigo en esa región y llevando a Moscú a prohibir todas las exportaciones de
trigo. La sequía también afectó la cosecha de granos de China, mientras
intensas inundaciones destruyeron gran parte del cultivo de trigo de Australia.
Junto con otros efectos relacionados con los extremos climáticos, estos
desastres hicieron que los precios del trigo aumentaran más de un 50% y el
precio de la mayoría de los alimentos básicos en un 32%.
Una vez
más, un aumento en los precios de los alimentos llevó a una agitación social
generalizada, esta vez concentrada en el Norte de África y Medio Oriente. Las
primeras protestas se produjeron por el coste de alimentos básicos en Argelia y
luego en Túnez, donde –no es ninguna coincidencia– el evento provocador tuvo
lugar cuando un joven vendedor de alimentos, Mohamed Bouazizi, se prendió fuego
para protestar contra el acoso gubernamental. La cólera por el aumento de los
precios de alimentos y combustibles en combinación con antiguos resentimientos
por la represión y corrupción gubernamentales provocó lo que llegó a ser
conocido como Primavera Árabe. El creciente coste de los alimentos básicos,
especialmente, una barra de pan, fue también una causa de agitación en Egipto,
Jordania, y Sudán. Otros factores, sobre todo la cólera contra regímenes
autocráticos afianzados, puede haber sido más poderoso en estos sitios, pero
cómo escribió el autor de Trópico
de Caos, Christian Parenti: “El problema inicial fue rastreable, por lo
menos en parte, al precio de esa barra de pan”.
En
cuanto a la actual sequía, los analistas ya advierten de inestabilidad en
África, donde el maíz es un importante alimento básico, y de creciente
agitación popular en China, donde se espera que los precios de los alimentos
aumenten en días de crecientes problemas para el vasto contingente de
trabajadores migrantes de bajos ingresos y agricultores pobres. Precios más
elevados de alimentos en EE.UU. y China podrían también conducir a una
reducción de los gastos en consumo de otros bienes, contribuyendo aún más a la
ralentización de la economía global, produciendo aún más miseria en todo el
mundo, con imprevisibles consecuencias sociales.
¿Los
juegos del hambre, 2012?
Si se
hubiera tratado solo de una mala cosecha, ocurrida en un solo país, sin duda el
mundo habría absorbido las dificultades resultantes y esperado una recuperación
en los años por venir. Por desgracia, se pone de manifiesto que la Gran Sequía de 2012 no
es un hecho aislado en una sola nación, sino más bien una inevitable
consecuencia del calentamiento global que solo se intensificará. Como
resultado, no solo podemos esperar más malos años de extremo calor, sino años
peores, más calurosos y más frecuentes, y no solo en EE.UU., sino globalmente
en un futuro indefinido.
Hasta
hace poco, la mayoría de los científicos eran renuentes a culpar el
calentamiento global por tormentas o sequías aisladas. Ahora, sin embargo, un
número creciente de científicos cree que semejantes vínculos pueden ser demostrados
en ciertos casos. En un reciente estudio enfocado en eventos meteorológicos
extremos en 2011, por ejemplo, especialistas en el clima en la Administración Nacional
Oceánica y Atmosférica (NOAA) y el Servicio Nacional Climatológico de Gran
Bretaña concluyeron que el cambio climático inducido por los seres humanos ha
hecho que olas de calor intenso del tipo ocurrido en Texas en 2011 sean más
probables que nunca antes. El Boletín de la Sociedad Meteorológica
Estadounidense informó que el calentamiento global ha asegurado que la
incidencia de la ola de calor en Texas es 20 veces más probable de lo que
hubiera sido en 1960; de la misma manera se dijo que temperaturas
particularmente elevadas como las ocurridas en Gran Bretaña en noviembre pasado
son 62 veces más probables por el calentamiento global.
Es
demasiado temprano para aplicar la metodología utilizada por estos científicos
al cálculo del efecto del calentamiento global a las olas de calor de 2012, que
resultan ser mucho más severas, pero podemos asumir que el nivel de correlación
será elevado. ¿Y qué podemos esperar en el futuro, ya que el calentamiento gana
impulso?
Cuando
pensamos en el cambio climático (si pensamos), visualizamos crecientes
temperaturas, sequías prolongadas, tormentas inusuales, infernales incendios
forestales, y crecientes niveles del mar. Entre otras cosas, esto llevará a
daños de la infraestructura y a la disminución de los suministros de alimentos.
Son, claro está, manifestaciones de calentamiento en el mundo físico, no en el
mundo social que todos habitamos y en el que nos basamos para tantos aspectos
de nuestro bienestar diario y supervivencia. Los efectos puramente físicos del
cambio climático resultarán ser, indudablemente, catastróficos. Pero los
efectos sociales, incluyendo, en algún momento, disturbios por alimentos,
hambrunas masivas, colapso de Estados, migraciones en masa, y conflictos de
todo tipo, hasta e incluyendo guerras propiamente tales, podrían resultar ser
aún más destructivos y letales.
En su
inmensamente exitosa novela de ciencia ficción adulto-juvenil Los juegos del hambre [y la película basada en ella),
Suzanne Collins fascinó a millones con un retrato de un futuro distópico,
escaso de recursos, post apocalíptico, donde “distritos” otrora rebeldes en
Norteamérica empobrecida deben suministrar dos adolescentes cada año para una
serie de juegos gladiatorios televisados que terminan en la muerte de todos
menos uno de los jóvenes participantes. Esos “juegos del hambre” tienen el
propósito de servir de recompensa por el daño infligido a la victoriosa capital
de Panem por los distritos rebeldes durante una insurrección. Sin mencionar
específicamente el calentamiento global, Collins deja en claro que el cambio
climático es significativamente responsable por el hambre que afecta al
continente norteamericano en esa era futura. Por ello, cuando los competidores
en los combates de gladiadores están a punto de ser elegidos, el alcalde de la
principal ciudad del Distrito 12 describe “los desastres, las sequías, las tormentas,
los incendios, los mares invasores que se tragaron tanta tierra [y] la brutal
guerra por el poco sustento restante”.
En esto,
Collins fue profética, incluso si su visión específica de la violencia que
podría ser organizada en un mundo semejante es fantasía. Aunque es posible que
nunca veamos su versión de esos juegos del hambre, no dudéis de que surgirá
alguna versión de ellos – que, en realidad, guerras del hambre de muchos tipos
marcarán nuestro futuro. Eso podría incluir cualquier combinación o permutación
de los mortíferos disturbios que condujeron al colapso en 2008 del gobierno de
Haití, las batallas campales entre masas de manifestantes y fuerzas de
seguridad que afectaron completamente partes de El Cairo cuando se desarrolló la Primavera Árabe, las
luchas étnicas por tierras de cultivo y recursos acuáticos en disputa que
colocaron a Darfur en continuos titulares de horror en nuestro mundo, o la
desigual distribución de tierras agrícolas que sigue impulsando la insurgencia
de los naxalitas de inspiración maoísta en India.
Combinad
tales conflictos con otra probabilidad: que persistentes sequías y hambre
obliguen a millones de personas a abandonar sus tierras tradicionales y huir a
la escualidez de villas miseria y barrios bajos en expansión que rodean las
grandes ciudades, provocando la hostilidad de los que ya viven en ellas. Una
erupción semejante, con horrendos resultados, ocurrió en los barrios bajos de
Johannesburgo en 2008 cuando migrantes desesperadamente pobres y hambrientos de
Malaui y Zimbabue fueron atacados, golpeados, y en algunos casos quemados hasta
la muerte por sudafricanos pobres. Una aterrorizada zimbabuense, agazapándose
en una comisaría ante las turbas furiosas, dijo que huyó de su país “porque no
hay trabajo ni alimento”. Y contad con algo más: millones más en las próximas
décadas, presionados por desastres que van de la sequía y de las inundaciones
al aumento de los niveles del mar, tratarán de migrar a otros países,
provocando aún más hostilidad. Y eso apenas comienza a agotar las posibilidades
que nos esperan en nuestro futuro de juegos del hambre.
En este
momento, nos concentramos con razón en las consecuencias inmediatas de la
continua Gran Sequía: cultivos desfallecientes, cosechas reducidas, y aumento
de los precios de los alimentos. Pero hay que prestar atención a los efectos
sociales y políticos que indudablemente no comenzarán a aparecer en EE.UU. o el
mundo hasta más avanzado este año o en 2013. Mejor que cualquier estudio
académico, nos presentarán un indicio de lo que podemos esperar en las próximas
décadas de un mundo de juegos del hambre de crecientes temperaturas,
persistentes sequías, periódicas escaseces de alimentos, y miles de millones de
gente hambrienta y desesperada.
Michael T. Klare es profesor de estudios de paz y seguridad mundial en
el Hampshire College y colaborador habitual de TomDispatch. Es autor de The Race for What's Left: The
Global Scramble for the World's Last Resources (Metropolitan
Books).
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