Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Diana Johnstone
Traducido del inglés por Germán Leyens
PARÍS – ¿Qué
pasaría si los encuestadores preguntaran a los ciudadanos de EE.UU. y de la
Unión Europea? “¿Qué es más importante, asegurar que islamistas descontentos
tengan libertad para derrocar al régimen secular en Siria, o evitar la Tercera
Guerra Mundial?”
Yo apostaría a
que la mayoría estaría a favor de evitar la Tercera Guerra Mundial.
Pero, claro, la
pregunta nunca sería formulada de esa manera.
Sería una
pregunta “realista”, y nosotros los occidentales, desde la altura de nuestra
superioridad moral no tenemos tiempo para el vulgar “realismo” en la política
exterior (con la excepción del excéntrico Ron Paul, protestando en la tierra de
nadie de las primarias republicanas).
Porque, en las
mentes de nuestra clase política gobernante, EE.UU. tiene el poder de “crear
realidad”, no necesita prestar atención a los residuos de cualquier realidad
que no haya inventado por sí solo.
Nuestra
realidad artificial entra en colisión con la realidad percibida por la mayor
parte o por lo menos por gran parte del resto del mundo. Los seguidores de
estas visiones conflictivas de la realidad están armados hasta los dientes,
incluso con armas nucleares capaces de abandonar el planeta a los insectos.
Teóricamente,
hay un camino para encarar esta peligrosa situación que tiene el potencial de
conducir a una Guerra Mundial. Es llamado diplomacia. Gente capaz de entender
ideas poco familiares y de comprender puntos de vista que no son los propios,
examina los problemas que subyacen al conflicto y utiliza su inteligencia para
elaborar soluciones que podrán no ser ideales pero que por lo menos pueden
impedir que las cosas empeoren.
Incluso existía
una estructura organizativa creada para hacerlo: las Naciones Unidas.
Pero EE.UU.
decidió que como única superpotencia no necesita realmente recurrir a la diplomacia
para conseguir lo que quiere, y las Naciones Unidas han sido convertidas en un
instrumento de la política de EE.UU. La evidencia más clara de esto fue que el
Consejo de Seguridad de la ONU no haya podido bloquear el abuso por las
potencias de la OTAN de la ambigua y controvertida doctrina de la
Responsabilidad de Proteger (“R2P”) para derrocar por la fuerza el gobierno
libio.
A principios de
este año, el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon se regocijó de que: “El
mundo ha abrazado la Responsabilidad de Proteger – no porque sea fácil, sino
porque es correcta. Por ello tenemos una responsabilidad moral de seguir
adelante.” La moralidad vence por sobre el principio básico de soberanía
nacional de la ONU. Ban Ki-moon sugiere que seguir adelante con R2P es nada
menos que “la próxima prueba de nuestra humanidad común”, y anuncia: “La prueba
está aquí – en Siria”.
Por lo tanto,
el secretario general de la ONU considera que la “responsabilidad moral” de R2P
es su principal línea directiva para la crisis en Siria.
Por si hubiera
alguna duda, el ejemplo libio demostró lo que quiere decir.
Un país cuyos
gobernantes no pertenecen al club occidental compuesto de países de la OTAN,
Israel, los emires de los Estados del Golfo y la familia gobernante de Arabia
Saudí, es destruido por manifestaciones de la oposición y la rebelión armada, y
la mezcla de ambas dificulta la decisión de decidir cuál es cuál. Los medios
dominantes occidentales se apresuran a contar la historia según un patrón
estándar:
El gobernante
del país es un “dictador”. Por lo tanto, los rebeldes quieren librarse de él
simplemente a fin de gozar de una democracia al estilo occidental. Por lo
tanto, el pueblo tiene que estar de parte de los rebeldes. Por lo tanto, cuando
las fuerzas armadas proceden a reprimir la rebelión armada, lo que sucede es
que “el dictador está matando a su propio pueblo”. Por lo tanto, es la
Responsabilidad de Proteger de la comunidad internacional (es decir la OTAN)
ayudar a los rebeldes a fin de destruir las fuerzas armadas del país y librarse
de (o matar a) el dictador.
El fin feliz
llega cuando Hillary Clinton puede gritar jovialmente: “¡Llegamos, vimos, él
murió!”
Acto seguido,
el país cae en el caos, bandas armadas merodean, prisioneros son torturados,
las mujeres son puestas en su sitio, los salarios no se pagan, la educación y
los servicios sociales son desatendidos, pero el petróleo es exportado y
Occidente alentado por su éxito para seguir adelante y liberar a otro país.
Ese fue por lo
menos el modelo libio.
Excepto que en
el caso de Siria, las cosas son más complicadas.
A diferencia de
Libia, Siria tiene un ejército bastante fuerte. A diferencia de Libia, Siria
tiene algunos amigos importantes en el mundo. A diferencia de Libia, Siria está
próxima a Israel. Y sobre todo, la diversidad de comunidades religiosas dentro
de Siria es mucho mayor y más potencialmente explosiva que las divisiones
tribales de Libia. La noción de que “el pueblo” de Siria esté unánimemente
unido en el deseo de un cambio instantáneo de régimen es aún más descabellada.
La democracia
electoral es un juego basado en un contrato social, un consenso general de
aceptar la regla de que el que obtiene la mayoría de los votos llega a gobernar
el país. Pero hay sociedades donde ese consenso simplemente no existe, donde la
desconfianza es demasiado grande entre diferentes sectores de la población.
Podría ser el caso en Siria, donde ciertas minorías, incluidos notablemente los
cristianos y los alauíes, tienen motivos para temer una mayoría suní que podría
ser dirigida por islamistas que no ocultan su hostilidad hacia otras
religiones. A pesar de todo, ha llegado la hora de superar esa desconfianza y
construir una democracia electoral con salvaguardas para las minorías. Sin
embargo, un camino seguro para posponer un paso semejante hacia la democracia
es una guerra civil, que seguramente reanimará y exacerbará el odio y la
desconfianza entre comunidades.
El mes pasado,
Aisling Byrne llamó la atención en este sitio a los resultados de un sondeo de
opinión pública financiado nada menos que por la Fundación Qatar, que no puede
ser sospechosa de trabajar para el régimen de Asad en vista de la posición
dirigente de la familia real de Qatar a favor del derrocamiento del régimen. El
resultado crucial fue que “mientras la mayoría de los árabes fuera de Siria
piensa que el presidente debe renunciar, las actitudes dentro del país son
diferentes. Cerca de un 55% de los sirios quiere que Asad se quede, motivados
por el temor a una guerra civil – un espectro que no es tan teórico como lo es
para los que viven fuera de las fronteras de Siria. Lo que es menos bueno para
el régimen de Asad es que el sondeo también estableció que la mitad de los
sitios que aceptan que permanezca en el poder cree que debe introducir
elecciones libres en el futuro cercano.”
Esto indica una
situación muy compleja. Los sirios quieren elecciones libres, pero prefieren
que Asad permanezca en el poder para organizarlas. Si es así, los esfuerzos
diplomáticos rusos para tratar de instar al régimen de Asad a que acelere sus
reformas parecen estar a grandes rasgos en armonía con la opinión pública
siria.
Mientras los
rusos instan al presidente Asad a que acelere las reformas, Occidente le ordena
que detenga la violencia (es decir, que sus fuerzas armadas se rindan) y a que
renuncie. Es probable que ninguno de estos llamados sea escuchado. Es casi
seguro que los rusos quisieran detener la escalada de violencia, por sus
propias razones, pero eso no significa que tengan el poder para lograrlo. Sus
intentos de mediar en un compromiso, denunciados y saboteados por el apoyo
occidental a la oposición, simplemente los posicionan para ser culpados por el
derramamiento de sangre que quisieran evitar. En una situación de creciente
guerra civil, es muy probable que el régimen, cualquier régimen, comprenda que
tiene que restaurar el orden antes de hacer alguna otra cosa. Y la restauración
del orden, bajo estas circunstancias, significa más violencia, no menos.
La orden de
“dejar de matar a su propio pueblo” implica una situación en la cual el
dictador, como un ogro en un cuento de hadas, está ocupado de devorar inocentes
pasivos. Debería dejar de hacerlo, y toda la gente seguiría pacíficamente con
su vida normal mientras espera elecciones libres que traerán bendiciones de
armonía y derechos humanos. En realidad, si las fuerzas armadas se retiran de
áreas donde hay rebeldes armados, significará que están entregando esas áreas a
los rebeldes.
¿Y quiénes son
esos rebeldes? Simplemente no lo sabemos. Alguien que puede saberlo mejor que
nosotros es el sucesor de Osama bin Laden como jefe de al Qaida, Ayman
al-Zawahiri, quien aparece en un vídeo instando a los musulmanes en Turquía y
en Estados árabes vecinos a que respalden a los rebeldes sirios.
Mientras grupos
armados descontrolados luchan por lograr el control, la insistente demanda
occidental de que “Asad debe renunciar” ni siquiera es un llamado a un “cambio
de régimen”. Es un llamado a la autodestrucción del régimen.
Como en Libia,
el país sería entregado de facto a grupos armados rivales, y los que son
armados clandestinamente por la OTAN a través de Turquía y Qatar cuentan con
una ventaja en su equipamiento. Sin embargo, el resultado probable sería una
guerra civil entre múltiples facciones mucho peor que el caos en Libia, debido
a las múltiples diferencias religiosas del país. Pero para Occidente, por
caótica que sea, la autodestrucción del régimen tendría la ventaja inmediata de
privar a Irán de su aliado potencial ante un ataque israelí. Con Iraq y Siria
neutralizados por conflictos religiosos internos, la estrangulación de Irán
sería tanto más fácil – o por lo menos es lo que obviamente suponen los
estrategas occidentales.
Por lo menos
inicialmente, el impulso hacia la destrucción del régimen de Asad se basa en la
subversión más que en un ataque militar directo como en Libia. Se espera que
una combinación de drásticas sanciones económicas y de apoyo a rebeldes
armados, incluidos combatientes extranjeros, sobre todo de Libia (quienesquiera
sean) que según las informaciones ya cuentan con la ayuda de fuerzas especiales
del Reino Unido y de Qatar, debilite tanto el país que el régimen de Asad
colapsará. Pero una tercera arma en este asalto es la propaganda, realizada por
los medios dominantes, que ya están acostumbrados a presentar eventos siguiendo
un mismo patrón: un malévolo dictador que mata a su propio pueblo. Parte de la
propaganda debe ser verdad, parte falsa, pero toda es selectiva. Las víctimas
son todas víctimas del régimen, nunca de los rebeldes. Los numerosos sirios que
temen a los rebeldes más que al actual gobierno son, claro está, ignorados por
los medios dominantes, aunque sus protestas se encuentran en Internet. Una
rareza particular de la crisis siria es la manera como Occidente, tan orgulloso
de su patrimonio “judeo-cristiano”, favorece activamente la eliminación total
de las antiguas comunidades cristianas en Medio Oriente. Los gritos de protesta
de que los cristianos sirios dependen para su protección del gobierno secular
de Asad, en el cual participan cristianos, y que es posible que ellos y otras
minorías como los alauíes puedan verse obligados a huir si Occidente se sale
con la suya, caen en oídos sordos.
La historia de
los dictadores que matan a su propio pueblo tiene sobre todo el objetivo de
justificar duras medidas occidentales contra Siria. Como en Bosnia, los medios
están provocando indignación pública para obligar al gobierno a hacer lo que de
hecho ya está haciendo: armar rebeldes musulmanes, todo en nombre de la
“protección de civiles”.
En diciembre
pasado, el consejero de Seguridad Nacional de EE.UU., Tom Donilon, dijo que “el
fin del régimen de Asad constituiría el mayor revés de Irán en la región – un
golpe estratégico que inclinará aún más la balanza del poder en la región
contra Irán”. La “protección de civiles” no es la única preocupación en las
mentes de los funcionarios estadounidenses. Piensan en cosas como el equilibrio
del poder, entre sus plegarias matinales y sus discursos sobre los derechos
humanos. Sin embargo, la preocupación por el equilibrio del poder es un lujo
que no se permite a potencias menos virtuosas como Rusia y China. Seguramente
el cambio en el equilibrio del poder en la región no se puede limitar a un solo
país, Irán. Se propone el aumento del poder de Israel, evidentemente, y también
del de EE.UU. y la OTAN. Y disminuye la influencia de Rusia. Lanzar a Siria a
un caos desesperado forma parte de la guerra contra Irán, pero también es
implícitamente un impulso para reducir la influencia de Rusia y, posiblemente,
China. En breve, la actual campaña contra Siria, tiene que ver claramente con
la preparación de una eventual guerra contra Irán, pero también, de un modo
menos obvio, con una forma de agresión a largo plazo contra Rusia y China.
El reciente
veto ruso y chino en el Consejo de Seguridad fue un intento cortés de frenar
ese proceso. La causa del veto fue la determinación de Occidente de imponer una
resolución que hubiera exigido la retirada de las fuerzas del gobierno sirio de
las áreas en disputa sin considerar la presencia de grupos rebeldes armados
listos para hacer cargo. Donde la resolución occidental llamaba a que el
régimen de Asad “retire todas las fuerzas militares y armadas sirias de ciudades
y pueblos, y las hiciera volver a sus barracones originales”, los rusos querían
agregar: “junto al fin de los ataques de grupos armados contra instituciones
del Estado y vecindarios y ciudades”. El propósito era impedir que grupos
armados aprovecharan el vacío para ocupar áreas evacuadas (como había sucedido
en circunstancias similares en Yugoslavia durante los años noventa). La
negativa occidental de refrenar a los rebeldes armados llevó al veto ruso y
chino del 4 de febrero.
El veto
desencadenó un torrente de insultos de los autodenominados “humanitarios”
occidentales. En un intento obvio de promover la división entre las dos
potencias recalcitrantes, portavoces estadounidenses subrayaron que el
principal malvado era Rusia, culpable por su amistad con el régimen de Asad.
Rusia es
actualmente objetivo de una extraordinaria campaña de propaganda centrada en la
satanización de Vladimir Putin mientras enfrenta una activa campaña para la
elección como Presidente. Un destacado columnista del New York Times atribuyó
el apoyo ruso a Siria a una supuesta similitud entre Putin y Asad. Como vimos
en Yugoslavia, un líder elegido en elecciones libres multipartidistas es un
“dictador” cuando sus políticas desagradan a Occidente. El patético alcohólico
Yeltsin era un favorito de Occidente a pesar de sus disparos contra su
parlamento. La razón era obvia: era débil y fácilmente manipulable. El motivo
por el cual Occidente odia a Putin es igual y simétricamente obvio: parece
determinado a defender los intereses de su país contra la presión occidental.
La Unión
Europea se ha convertido en el perrito faldero de EE.UU. Esta semana la Unión
Europea sigue empobreciendo al pueblo griego a fin de extraer dinero, entre
otras cosas, prestado por bancos alemanes y franceses para pagar por costoso
armamento moderno vendido a Grecia por Alemania y Francia. La democracia es
Europa es debilitada por su servilismo ante una política monetaria dogmática.
El desempleo y la pobreza amenazan con desestabilizar a cada vez más Estados
miembro. ¿Pero cuál es el tópico del principal debate político del Parlamento
Europeo en esta semana? “La situación en Rusia”. Se puede contar con que habrá
oradores en Estrasburgo que sermoneen a los rusos sobre la “democracia”.
Expertos y
caricaturistas estadounidenses han interiorizado totalmente sus dobles raseros,
de modo que las entregas, comparativamente modestas, de armas rusas a Siria
pueden ser denunciadas como un cínico apoyo a la dictadura, mientras
gigantescas ventas de armas estadounidenses a Arabia Saudí y a los Estados del
Golfo nunca son vistas como relevantes a la naturaleza autocrática de esos
regímenes (a lo sumo pueden ser criticadas sobre la base totalmente ficticia de
que constituyen una amenaza para Israel). Para ser “democrática”, se supone que
Rusia coopere con su propio servilismo hacia Washington, mientras EE.UU.
continúa la construcción de un escudo de misiles que teóricamente le otorgaría
la capacidad para un primer ataque nuclear contra Rusia, arma a Georgia para
una nueva guerra contra Rusia por Osetia del Sur, y sigue cercando a Rusia con
bases militares y alianzas hostiles.
Los políticos y
los medios occidentales todavía no libran la Tercera Guerra Mundial, pero se
orientan en su dirección. Y sus acciones dicen aún más que sus palabras… sobre
todo a los que son capaces de comprender hacia dónde se orientan esas acciones.
Como ser los rusos. La falsa ilusión colectiva de grandeza de Occidente, su
ilusión de poder para “crear realidad”, tiene un impulso que lleva al mundo
hacia una gran catástrofe. ¿Y quién puede impedirlo?
¿Tal vez un
meteoro del espacio exterior?
DIANA
JOHNSTONE es autora de Fools Crusade: Yugoslavia, NATO and Western
Delusions
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