Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Silvia
Ribeiro
La
devastación ambiental que caracteriza nuestro tiempo no tiene precedente en la
historia del planeta ni las culturas. Ha habido civilizaciones que han
provocado desastres ambientales, pero nunca antes se habían mundializado,
desequilibrando los propios flujos y sistemas naturales que sostienen la vida
en el planeta. El capitalismo y su civilización petrolera, el modelo de
producción y consumo industrial y basado en combustibles fósiles (petróleo,
gas, carbón) provocó este desastre en poco tiempo, acelerado en las últimas
décadas.
Los
problemas ambientales son graves, con fuertes y desiguales impactos sociales y
el cambio climático es uno de los principales. Pero no son causados por toda la
humanidad. Más que la era del antropoceno, como algunos la llaman, vivimos la
era de la plutocracia, donde todo se define para que los muy pocos ricos y
poderosos del mundo puedan mantener y aumentar sus ganancias, a costa de todo y
todos los demás. Esta absurda injusticia social, económica, ambiental,
política, requiere de muchas armas para mantenerse y una de ellas es la guerra
conceptual. Inventar conceptos que oculten las causas y características de la
realidad, que desvíen la atención de la necesidad de cambios reales y profundos
y mejor aún, que sirvan para hacer nuevos negocios a partir de las crisis.
En
este contexto, el ensayo La métrica del carbono: ¿el CO2 como medida de todas
las cosas?, de Camila Moreno, Daniel Speich y Lili Fuhr, editado recientemente
por la Fundación Heinrich Böll, es un aporte importante. (http://mx.boell.org/es/metrica-del-carbono)
Muestra
cómo ante la convergencia de graves crisis ambientales locales, regionales y
globales, junto a las crisis económicas y financieras, se echa un fuerte foco
de luz sobre el cambio climático –que Nicholas Stern llamó la mayor falla de
mercado que el mundo ha atestiguado, al tiempo que se posiciona las unidades de
CO2 (dióxido de carbono) como medida para definir tanto la gravedad del
problema. Así, otros temas quedan en la oscuridad del contraste de ese rayo de
luz y todo se reduce a contar emisiones de CO2 a la atmósfera. Las autoras no
dejan duda de que el cambio climático es real y grave, pero cuestionan ¿es más
importante y más urgente que la pérdida de biodiversidad, la degradación del
suelo cultivable, el agotamiento del agua dulce? ¿Acaso es posible considerar
cada uno de estos fenómenos como algo independiente y separado de los otros? La
manera en que describimos y enmarcamos un problema, determina en gran medida el
tipo de soluciones y respuestas que podemos considerar, plantean.
Justamente
debido a la gravedad de la crisis ambiental, tenemos que evitar el
epistemicidio ecológico en curso que reduce la óptica, elimina conocimientos y
destruye alternativas.
Aunque
se sabe bien cuáles son las causas del cambio climático, y los principales
rubros industriales que lo provocan: alrededor de 80 por ciento se debe a la
explotación y generación de energía, al sistema alimentario agroindustrial y al
crecimiento urbano (construcción, transporte), basados en el uso y quema de
petróleo, gas y carbón. Todo esto emite CO2 y otros gases de efecto invernadero
(GEI) como metano y óxido nitroso.
Se
sabe también que lo necesario son reducciones reales, en su fuente y en la
demanda, de todos esos gases y cambiar lo que las originan. Y se sabe que
existen alternativas reales, diversas, descentralizadas y viables; quizá el
ejemplo más fuerte es que 70 por ciento de la humanidad se alimenta de
agricultura campesina y agreocológica, pescadores artesanales y huertas urbanas,
que no son los que emiten gases de efecto invernadero.
Pero
las propuestas dominantes –de instituciones y gobiernos– no son éstas, sino
otras principalmente basadas en mercados de carbono y altas tecnologías que
permitirían supuestamente seguir emitiendo GEI como siempre, pero compensarlos
absorbiendo el carbono emitido y almacenándolo en fondos geológicos, es decir,
formas de geoingeniería.
La
propuesta de compensación (offset en inglés) se viene desarrollando hace años,
asociada a los esquemas de pagos por servicios ambientales, por biodiversidad,
etcétera, componentes esenciales de la llamada economía verde. Se trata de
justificar la destrucción en un lugar, mientras en otro otros se supone la
compensan con algún pago, como si fuera lo mismo dejar sin bosques o agua a un
pueblo entero en un país o región, porque hay una comunidad que los cuida y en
otro. Esos pagos generan bonos, instrumentos financieros especulativos que son
comerciados en mercados secundarios.
Ahora,
para que todo pueda ser medido en unidades de CO2, todos los gases se traducen
a la abstracción de “CO2 equivalente”, sin considerar si se trata de gases
emitidos por una trasnacional minera que devasta ecosistemas y pueblos, por la
quema de un bosque o el estiércol de algunos animales de un pastor. El concepto
de que lo necesario son cero emisiones netas, no reales sino compensadas,
completa esta operación (http://tinyurl.com/jssokpr). De esta forma, la
economía del carbono podría englobar todos los rubros anteriores, para
convertirse en la nueva moneda de cambio, que justifica la contaminación y
produce ganancias para quienes la causan.
No
solamente se pierden de vista las causas del cambio climático, también de esta
forma se simplifica burdamente la consideración de los otros graves problemas
ambientales y las interacciones entre todos ellos y se eliminan del campo de
análisis y acción los impactos sociales, el sistema que los provoca y las
verdaderas soluciones.
Investigadora
del Grupo ETC
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