Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Joaquín
Ayma
“Nadie
más que yo, ha de reírse
babeándote mi olor sobre la cara,
mascándote los huesos, los labios, los ojos”
Alcira Cardona
“Viva el cáncer”, pintaba en las paredes la
oligarquía argentina dicharachera y feliz, mientras Eva Duarte, con el rostro
desencajado, se retorcía de dolor en su catre de hierro. “Yakarta viene”,
escribían los fascistas chilenos en las paredes de los barrios pobres, los
meses previos al golpe contra Salvador Allende, en alusión a la matanza en
Indonesia que dejó un millón de militantes socialistas asesinados. En Bolivia,
Hugo Banzer, se paseaba como un príncipe por los caseríos llenos de miseria,
diciendo, “Si ven a un comunista, mátenlo, yo respondo”.
El
odio, ha sido y es, protagonista central de la historia de Bolivia.
¿En
qué mente cabe la idea de atrapar a un hombre, cortarle la lengua, amarrarlo a
cuatro caballos y despedazarlo?
Los
medios de comunicación, construyeron pacientemente el odio que acabaría con la
vida del héroe de la Guerra del Chaco, Gualberto Villarroel. Desde el barrio de
los prejuicios, Sopocachi, comenzó la marcha hacia palacio de gobierno que
tenía como objetivo destituir al “dictador”. Las ráfagas de los regimientos
traidores, acribillaron el cuerpo de Villarroel. Luego arrojaron su cadáver por
una de las ventanas que da a la calle Ayacucho. Le escupieron, le destrozaron
el cráneo a culatazos, los transeúntes le clavaban ganchos mientras le sacaban
los ojos, como queriéndole causar un dolor, más allá de la muerte misma.
¿Qué
cosa tan terrible había perpetrado este hombre para que luego de vaciarle las
cavidades oculares, expongan su cuerpo torturado en la plaza principal?
Hace
unos meses, un conocido empresario político pidió públicamente, “matar a Evo
Morales como a Villarroel” Cabe preguntarse ¿Es para tanto?
¿Podemos
estar o no de acuerdo con la política económica de e Evo Morales? ¿Pero es para
agraviarlo más que a Sánchez de Lozada, o que a Hugo Banzer? Tomando en cuenta
que los gobiernos neoliberales -para no hablar de la dictadura- confinaron,
torturaron, desaparecieron y asesinaron. Sin embargo, nadie los injurió de esta
manera.
Del
odio no se regresa y es el atajo más efectivo para terminar convertido en un
troglodita en pleno siglo XXI.
En
Bolivia, el neoliberalismo sólo puede regresar al gobierno, apelando a la
mentira y al odio.
La
espada y la cruz. El poder, el verdadero poder, que promueve la violencia y
desprecia al pueblo, ataca con su artillería mediática, colonizando las
subjetividades a través de una propaganda de resentimiento y odio, buscando
ganar la batalla cultural. Es la cruz que trajo al nuevo continente Cristoforo
Colombo, para acarrear a patadas a las almas extraviadas hacia el purgatorio
que todo lo limpia y purifica, hasta el espíritu chuto de estos indios que
jamás aprendieron a cubrirse las vergüenzas.
Nosotros,
te dicen, no somos como ellos; no somos indios, no somos ignorantes, nosotros
pronunciamos las palabras de manera correcta, no somos de esas clases
inferiores que tienen sexo con sus hijas, que se embriagan con alcohol hasta
mear y cagar en plena Plaza Murillo. Nosotros no somos eso.
Un
racismo oscurantista late en sus ojos rojos, concibiendo los agravios más
indecibles contra Evo. Es el odio de clase, el racismo, el odio a la indiada,
el desprecio a lo cholo.
La
izquierda colonial, la derecha señorial y hasta los ejércitos de periodistas
que no leyeron ni siquiera condorito, se cortan las venas cotidianamente, un
odio gorila les aturde el pensamiento.
Han
resignificado las palabras “dictadura y corrupción”, asociándolas a un partido
que ganó tres elecciones, todas por encima del 50 % de los votos.
Sin
embargo, el debate fundamental y verdadero, es ¿A dónde irán a parar los
ingresos del país? ¿Si a los bolsillos de las clases dominantes o a los
programas sociales?
Desde
hace varios años, ha salido definitivamente del debate político, la capacidad
de gestión del gobierno de Evo, trasladándose al escenario de los prejuicios.
Allí quedó el país colonial, parapetado detrás del Cerro Rico, con su
estandarte de sangre, con sus 500 años de desprecios y odios. Volviendo a
confirmar después de cinco siglos que “la victoria del colonialismo es que el
colonizado, se desprecie a sí mismo”.
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